Adolescentes hasta los 30 años
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El hecho de que se entienda que la adultez llega más tarde no implica resignación, sino una mejor educación
Los padres de generaciones anteriores esperaban que la adultez llegara alrededor de los 18 o 21 años: independencia, toma de decisiones firmemente establecidas, estabilidad emocional y responsabilidad. Sin embargo, la realidad actual sorprende a muchas familias: hijos e hijas de entre 25 y 30 años que aún no se han convertido del todo en adultos. ¿Falta de empuje? ¿Sobreprotección? ¿Inmadurez? La neurociencia ofrece una respuesta mucho más profunda y, sobre todo, más esperanzadora.
Estudios realizados por la Universidad de Cambridge, a partir de una muestra de 4 mil resonancias magnéticas del desarrollo cerebral hasta los 90 años, confirman que el cerebro no sigue un desarrollo lineal, sino que tiene múltiples etapas a lo largo de la vida, las cuales comprenden hasta cinco grandes etapas evolutivas, con cambios clave a los 9, 32, 66 y 83 años. Uno de los descubrimientos más impactantes es que no dejamos de ser jóvenes al cumplir 18 o 19 años, ¡sino hasta los 30!
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Durante la adolescencia, que ahora sabemos abarca entre los 9 y los 32 años, el cerebro atraviesa un fuerte proceso de poda y reorganización de las conexiones neuronales. Las áreas frontales, que nos hacen ser capaces de planear, autocontrolarnos, tomar decisiones y regular emocionalmente, aún no están plenamente desarrolladas.
Esto explica por qué muchos jóvenes adultos:
– Tienen dificultades para llevar a cabo compromisos a largo plazo.
– Cambian frecuentemente de carrera, de trabajo o de pareja.
– Se sienten inestables emocionalmente o inseguros.
No es ni pereza ni incapacidad moral; es un cerebro todavía en construcción. Pero también hay otros factores sociales que influyen en el crecimiento lento de la corteza prefrontal:
– Sobreprotección: el tipo de padre o madre que trata de resolver los problemas que deberían resolver los hijos.
– Tecnología y gratificación inmediata: hay menos tolerancia a la frustración y al esfuerzo sostenido.
– Cultura de la prolongación juvenil: hay un retraso en asumir las responsabilidades “adultas” porque sólo se sitúan en el horizonte de lo urgente.
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El resultado es una adultez diferida, no por incapacidad, sino por la combinación de un cerebro todavía poco maduro y de un contexto ambiental poco exigente.
El hecho de que se entienda que la adultez llega más tarde no implica resignación, sino una mejor educación. Si sabemos que el cerebro tarda en madurar, debemos entender que necesita más entrenamiento consciente, no menos. Los hijos no necesitan padres que los empujen con dureza ni tampoco padres que carguen con su vida para siempre; necesitan guías firmes, pacientes y docentes que comprendan que crecer no es un interruptor que se enciende a los 18 años, sino un proceso largo que necesita de estructura, límites y sentido. La adultez no está desapareciendo, está llegando, pero necesita ser educada. A continuación, algunas ideas:
1) Acompañar, no sustituir. Es necesario el apoyo, pero hay que hacerlo de manera que no cubra el problema de forma explícita y total.
2) Entrenar las funciones ejecutivas. Para ello, debemos enseñar a planificar, decidir, autorregular las emociones y asumir las consecuencias de lo que hemos hecho.
3) Enseñar una autonomía progresiva. Una serie de responsabilidades reales y no fantasiosas.