Adulterio
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Los hijos andaban preocupados. Y las hijas más. Las hijas no sólo andaban preocupadas: andaban también furiosas, indignadas, llenas de femenil rencor. Se habían enterado de que su padre andaba de coscolino, sabrosa palabra utilizada en México para nombrar al varón que es enamoradizo, o a la hembra que a nadie niega nunca un vaso de agua de su fuente.
Y era verdad lo del coscolinaje. Andaba enyeguado aquel señor. Así se dice también en nuestro país -tan rico en expresiones populares- del hombre ya maduro que ha caído en amores con mujer más joven. En cierta ocasión me puse a dieta, y conseguí bajar algunos kilos. Fui a la comida mensual del Club “El Pájaro” (antes “El Pájaro Dormido”), en la vecina ciudad de Monterrey, y uno de los consocios me dijo con amabilidad:
-Se ve usted muy esbelto, licenciado. ¿Por qué?
Otro se adelantó a dar la explicación:
-Ha de andar enyeguao.
No andaba yo enyeguado. Andaba simplemente preocupado por el exceso de kilitos.
Pero perdonen: por hablar de mí –irresistible tentación de gente vana- dejé de hablar de aquel señor que sí andaba enyeguado. Conoció a una cierta dama todavía de muy buen ver, y ese conocimiento alcanzó pronto carácter bíblico. Me explicaré. La Biblia dice, por ejemplo: “Y Adán conoció a Eva...”. Eso significa que Adán folló con Eva. En la sexta acepción del verbo conocer define la Academia: “Tener relaciones sexuales con alguien”. No incurrirá, pues, en redundancia el señor que le diga a una señora tras serle presentada: “He tenido mucho gusto en conocerla. Y más gusto aún tendré en conocerla”.
Pero perdonen: por hablar de palabras –irresistible tentación de palabrero- dejé de hablar de aquel señor que conoció en todos los sentidos, y con todos ellos, a una señora todavía de muy buen ver. Le puso casa, según uso de entonces, consistente en que los señores de posibles tuvieran dos casas: la grande, o sea la de la esposa, y la llamada “casa chica”, la de la amiga, a quien el amante mantenía de todo a todo. Ella le daba el qué, y él el con qué. No digo si esa costumbre era buena o era mala, pero sí digo que entonces los maridos molestaban menos a las esposas, y los matrimonios duraban en promedio más.
Pero perdonen: por asentar principios generales –irresistible tentación de pedantes- dejé de hablar de aquel señor que puso casa chica. Los hijos y las hijas se enteraron, según dije al principio de esta verdadera narración. Ellos se preocuparon, y se indignaron ellas. La preocupación de ellos era por el efecto que aquella relación podía tener en la herencia que alguna vez recibirían. De aquel adulterio paternal podían nacer hijos con derecho a la hijuela. Hijuela es el documento donde se enumeran los bienes que por testamento dejó el difunto a cada partícipe de su caudal. Las hijas, por su parte, andaban indignadas a causa del mal ejemplo que su padre daba a sus maridos.
Entonces las hijas y los hijos convocaron a su padre a una reunión. Lo que pasó en esa reunión lo contaré mañana, si Dios quiere. (Seguirá).