¡Ah, chingao!

Opinión
/ 1 agosto 2024

¿Crees tú en los fenómenos paranormales? Yo sí. En lo que cada día creo menos es en los fenómenos normales. La normalidad se ha vuelto algo tan anormal que es muy difícil ya creer en ella. En estos tiempos de pejes y lagartos lo anormal se ha vuelto muy normal.

Decía un señor:

-Yo no creo en los aparecidos, pero a cada rato se me aparecen.

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En su “Hamlet” puso Shakespeare unas palabras muy profundas: “Hay más cosas en los cielos y en la tierra, Horacio, que las que alcanzaron a soñar todas tus filosofías”.

No sé qué respondería Horacio a eso. Yo me habría quedado mudo. Si alguien te dice: “¡Qué calor hace!” puedes responder que sí, que no o que la verdad es que no lo sientes mucho. En la misma forma, si alguno te pregunta sobre la exhibición en París de las drag queens algún comentario tendrás al respecto. Pero si te salen con que hay más cosas en los cielos y en la tierra que las que alcanzaron a soñar todas tus filosofías, te apuesto que no vas a saber qué contestar, a menos que digas: “Sí. Cosas en los cielos y en la tierra hay muchas. Lo que no se consigue es estacionamiento”.

Hace años a unos amigos y a mí nos sucedió un fenómeno paranormal. Estábamos desayunando en el restaurante Vip’s y la plática recayó en un estimado sacerdote, el padre Roberto García, que allá por los años cincuenta del pasado siglo fundó el Círculo de Empleados y Estudiantes de Saltillo.

Después de un tiempo el padre Roberto fue a vivir en Torreón. Pues bien, estábamos hablando de él cuando en ese momento ¿quién entra al Vip’s? El padre Roberto. No Nicolás Maduro, fíjense ustedes bien, ni Donald Trump: el padre Roberto, ni más ni menos. Pero no acaba ahí la cosa. Al vernos el padre puso cara de asombro:

-¡Precisamente le venía hablando de ustedes a mi compañero en la carretera!

Una coincidencia, dirán los escépticos. Posiblemente. Pero ¿dos coincidencias? Consulté el caso con un matemático experto en cálculo de probabilidades, y me dijo que la posibilidad de que sucediera lo que ese día sucedió es de una en 147.987.560 millones. Quítenle la mitad; de cualquier manera es mucho.

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El gran poeta nayarita Amado Nervo se jactaba de haber sido el arquitecto de su propio destino. Su frase tiene un antecedente que a lo mejor él conocía, y de ahí sacó la idea. Nada de malo tiene eso: después de Homero no se puede ser original. Apio Claudio, que vivió en el siglo tercero antes de Cristo, y de quien sólo unas cuantas líneas han llegado hasta nosotros, escribió el siguiente apotegma: Est unusquisque faber ipsae suae fortunae. Eso se puede traducir así: “Cada uno es el artífice de su propia fortuna”.

Decía un individuo:

-Yo me hice a mí mismo.

-Qué bien que digas eso –lo felicitó otro–. A nadie le echas la culpa.

Yo no creo en el destino, pero sí en el azar. A lo mejor eso que llamamos azar es Dios que se pone lentes negros para que no lo reconozcamos, pero la verdad es que en buena parte nuestra vida –y por lo tanto nuestra muerte– está regida por una multitud de sucesos azarosos de los cuales ni siquiera nos percatamos. Eso suscita en mí un profundo pensamiento filosófico que se manifiesta en la expresión de azoro que da título a este humilde texto: “¡Ah, chingao!”.

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