Alcohol y velocidad: la fórmula para la tragedia
COMPARTIR
Una nueva tragedia vial ha enlutado a una familia en Saltillo. Es la enésima llamada de atención para diseñar e implementar acciones que erradiquen a los conductores ebrios
La combinación de alcohol y exceso de velocidad, se ha dicho en innumerables ocasiones y en todos los tonos, constituye la convocatoria ideal para que ocurra una tragedia. Porque quien se coloca al volante de un vehículo en estado de ebriedad –no importa cuál sea el grado– lo que está haciendo es quitarle todos los seguros al detonador de la catástrofe.
Lo anterior no es una exageración: de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México murieron, en el año 2023, más de 17 mil personas debido a los accidentes de tránsito. Y, de acuerdo con distintas estimaciones, más de la mitad de los accidentes ocurridos son atribuibles al consumo de alcohol.
TE PUEDE INTERESAR: Coahuila está recibiendo, por fin, lo que le corresponde
A nivel global las cifras tampoco son alentadoras: de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi un millón 200 mil personas pierden la vida anualmente en accidentes viales, lo cual ubica a estos como la octava causa más importante de muerte.
La estadística no deja, pues, margen a la interpretación: en materia de seguridad vial y de respeto a las normas viales –entre ellas la de no conducir en estado de ebriedad– tenemos un reto monumental. Y lo mejor que podemos hacer es asumirlo y encararlo.
El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, en el cual se reseña la más reciente tragedia ocurrida en Saltillo, la cual cobró la vida de una joven mujer, de apenas 23 años, quien falleció tras protagonizar un aparatoso accidente vial.
Se trata, como casi todos los accidentes de este tipo, de un percance que pudo evitarse.
Pero conjurar la tragedia no puede ser obra de la casualidad, sino el resultado esperable de acciones concretas orientadas a establecer códigos de conducta colectivos a los cuales todos nos sujetemos, incluso si la autoridad debe utilizar para ello su capacidad de coerción.
Y es que a diferencia de muchas otras conductas personales, en las cuales resulta indeseable la intervención del Estado, aquí estamos hablando de comportamientos que no solamente ponen en riesgo a quienes los ejecutan, sino a todos aquellos que se cruzan en su camino.
Evitar que cualquier persona decida ponerse al volante luego de ingerir bebidas alcohólicas no es por ello un reto opcional para las autoridades, sino una obligación de primer orden.
La autoridad municipal de Saltillo ha anunciado, por lo pronto, el endurecimiento de los operativos contra la violación de los límites de velocidad y antialcohol. Pero no puede cargarse sobre los hombros de la autoridad la responsabilidad de “vigilar” a todos aquellos que circulan por las calles conduciendo un vehículo.
Aquí hace falta también el compromiso de la ciudadanía para convertirnos todos en promotores de la conducción responsable, pues solamente de esta forma seremos eficaces en el propósito de evitar nuevas tragedias.