AMLO: el último día de un sexenio singular
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Hoy llega a su fin un sexenio cuyo corolario fue escrito, incluso antes de comenzar, por su principal protagonista. Las evaluaciones sobrias y objetivas tardarán unos años en llegar
Hoy será el último día en que Andrés Manuel López Obrador portará la investidura de Presidente de la República Mexicana. Nos separan del primer día de diciembre de 2018 −cuando arrancó el sexenio−, un total de 2 mil 131 jornadas cuya crónica ha sido prolija, pero que seguirán demandando, en los años por venir, numerosos análisis.
Nadie puede poner en duda que López Obrador concluye su sexenio gozando de amplia popularidad. Y aunque no es muy superior a la que tuvieron otros presidentes (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón), sí merece mención aparte porque los expertos en comunicación política siempre vaticinaron lo contrario.
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Tampoco puede negarse que el oriundo de Tepetitán haya sido un presidente diferente, poseedor de un “estilo personal de gobernar”, en la acepción que Daniel Cosío Villegas dio a ese término en el libro de título homónimo que publicó en 1974.
Y fue sin duda ese estilo personal, alejado −y, en no pocas ocasiones, de espaldas− a las reglas no escritas del comportamiento político, mismas que se consideraron inamovibles durante décadas, el que lo convirtió en el fenómeno político que es y el que marcó, de forma innegable, su paso por el Gobierno de la República.
Parte de ese estilo implicó adelantarse al juicio de la historia y realizar el balance de su gobierno, incluso antes de tomar posesión: aspiraba, dijo al principio, a convertir a su gobierno en la “cuarta transformación” de la vida nacional, colocándolo a la altura de los tres episodios más relevantes de la historia patria: la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Muy pronto la narrativa impulsada desde Palacio Nacional se convirtió en pregón: sin necesidad de recurrir a mecanismos de comparación objetivos y sin utilizar ninguna herramienta concreta de medición, el gobierno de López Obrador se convirtió en la 4T.
¿Se ubica realmente el sexenio que hoy llega a su fin a la altura de los episodios con los cuales aspira a compararse? Responder negativamente desde la animosidad tampoco es aconsejable. Habría que esforzarse, en cambio, por diseñar un mecanismo de evaluación que permita medir el impacto que en la vida pública −presente y futura− del país tiene y tendrá este gobierno.
Por lo pronto, con los indicadores de evaluación que se han construido en las últimas décadas, el balance en las cifras duras es de claroscuros, además de no implicar modificaciones espectaculares en ninguna variable relevante.
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Pero es que justo ahí estriba la singularidad del gobierno de López Obrador: en haber vendido, con éxito imprevisto, la idea de que no son los indicadores, la estadística, los números concretos los que permiten hacer el mejor balance de la realidad, sino la posición personal que se adopta frente a la vida, la idea que se construye del mundo a partir de la adhesión a un proyecto político.
Por ello, justamente, como ha ocurrido con todos los líderes de este tipo, surgidos en todas las culturas del planeta, los análisis objetivos, los análisis sobrios y desapasionados, tendrán que esperar algunos años.