Animales de compañía, la nobleza en una mirada
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Le espera en casa. Su lealtad es inquebrantable. Ha permanecido olfateando aquí y allá, en busca de aromas que revitalizan el día. Por la mañana, el que inicia es el húmedo del rocío; por la tarde, el aire caliente que sobrevuela la hierba; va anocheciendo y brotan los aromas que trae la montaña, olor de los lejanos pinos.
Él continúa su espera. Se despidió de su dueño temprano. Este le trajo el alimento de las 7:00, el agua fresca, y jugó con él. Sabe que regresará a las 8:00 de la noche, jugará de nuevo con él y le acariciará cabeza y lomo.
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“Lomitos”, así son llamados estos buenos animales de compañía que, con alegría, emoción, lealtad, esperan cada día a sus dueños: los alertan, los protegen, los cuidan. Animales de compañía que miran desde la grandeza del amor genuino.
Es indescriptible la manera en que gozosos reciben a sus dueños. En una entrevista con la periodista Cristina Pacheco, el gran Joan Manuel Serrat, intérprete de “Aquellas Pequeñas Cosas”, de “Nanas de la Cebolla”, el himno “Cantares”, confesó que después de sus giras, una vez terminados los conciertos a lo largo de muchas ciudades, una de las cosas que disfrutaba y lo reconfortaban era el recibimiento de sus perros. “Como ellos te reciben, no hay cosa igual”, dijo en esa ocasión, palabras más, palabras menos.
Los perros muestran un amor inalterable por aquellos que son sus dueños. Por las demás personas experimentan preferencia, hacia unas más, hacia otras menos: observan con sus grandes ojos y aceptan con sumisión si se les quiere o no, y se apartan cuando no.
Son desvalidos hasta que una sensación primigenia, el miedo, el hambre, les hace recordar que son quienes son: aparecen sus reacciones instintivas. Y el hombre, en su incapacidad de entenderlo, se les abalanza: golpeándolos, abandonándolos, matándolos.
Los supuestos seres pensantes de esta relación, los humanos, parecieran no tener tal condición al tratar con los animales. De ahí que cuando se descarga una furia humana en contra de un animal desvalido, este actúa por instinto de supervivencia y el humano insiste en que el culpable del ataque es el animal.
Por supuesto que generalización no cabe hacer, pero sí ocurre que, en una enorme cantidad de casos, el agresor primero no es el perro, y si lo es, una condición de su naturaleza se le ha provocado. Al ser humano le conviene olvidar la nobleza y lealtad del animal.
Cada vez es mayor el número de organizaciones encargadas de apoyar a lomitos y gatos también en situación de calle, enfermos y abandonados; les encuentran hogar, ayudan y gestionan gastos de recuperación en veterinarias. Algunos gatos y perros son abandonados cruelmente por sus dueños en baldíos, en avenidas transitadas, en basureros. Los integrantes de estas asociaciones buscan la manera de que encuentren hogares de personas buenas y responsables.
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En Coahuila se realizan ante el gobierno registros para rescatistas independientes para asociaciones civiles de protección animal. La Ley de Protección y Trato Digno para los Animales los ampara y protege.
Enhorabuena por todos los que han sabido encauzar lo mejor de sí mismos por causas que no llevan los aplausos de quienes son apoyados: queda para ellos en el ambiente el ladrido agradecido; las miradas cargadas de nobleza. Quedan en el recuerdo los maullidos felices de los gatos. Son todas estas dos demostraciones la mejor recompensa.