La palabra que seduce y da vida

Opinión
/ 21 mayo 2024

Álex Grijelmo, periodista español, fue uno de los artífices del Manual de Estilo de El País, un indispensable conjunto de deberes y normas bajo las cuales debía ejercerse el oficio más bello del mundo, como gustaba de definirlo Gabriel García Márquez: el periodismo.

De Grijelmo son los conceptos acerca del buen estilo que llevan a identificar que el estilo es la claridad, el primero por antonomasia; el estilo es el humor; el estilo es la ironía; el estilo es la metáfora.

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Para los periodistas, encontrarse en cada uno de ellos es un asunto primordial, pues cada uno posee su propia forma de hacer y decir las cosas, con la concordancia de quienes somos.

También resulta fascinante explorar en diferentes a las nuestras, formas de estilo: en ella nuestros textos pueden fluir de manera natural, de acuerdo con los temas que tratamos o los ángulos a que invite el género que se trabaja.

Grijelmo también señalaba en sus textos sobre el estilo que un buen texto debe fluir como lo hace el agua de un río: suavemente, navegando por el cauce con naturalidad. Y que, así como una piedra puede interrumpir el andar fluido del agua, un obstáculo en redacción hace que el texto pierda en ritmo y por ende fracase en eficacia.

El autor del libro “La Seducción de las Palabras” reflexiona en esta frase: “Me prestaron un libro que leeré con muchas ganas ayer”. La composición de la oración altera el significado, ofreciendo uno que resulta imposible. Pero, “con gran rapidez, recomponemos el significado entero, porque estaba latente pese a haberlo desechado: ‘me prestaron un libro ayer’”.

Los juegos de palabras que pueden desprenderse o provocarse en virtud de expresiones imposibles dan pie a publicidad eficaz o trucos literarios, señala Grijelmo.

En el tema de seducción de las palabras, existe un ángulo interesante: la conjunción de palabras que crean significados “latentes”. “Terrenal”, explica el autor, “se contagia de los efectos de ‘Paraíso’, para distanciarse así de ‘Terrestre’, aunque etimológicamente sean sinónimos”.

Son palabras que nos gusta aplicar debido a que la duplicidad de significados nos lleva a consolidar ideas que refuerzan nuestros bagajes, nuestra percepción del mundo y nuestra reflexión sobre cómo deban ser las cosas.

Las palabras seducen y, acompañadas con algunas elegidas conscientemente, ofrecen mensajes reveladores. En una época en que lo visual y lo auditivo dominan tanto el espectro, volver al valor de la palabra resulta de la mayor importancia: nos devuelve al origen del pensamiento, al estreno de nombrar las cosas, nuestros pensamientos, nuestras ideas y sentimientos.

Nos retrata, nos refleja, nos describe y permite entender los significados a la vista y los ocultos.

Herramienta, instrumento poderoso, la palabra se alza cargada de resonancias y significados. Regresamos con ella al principio de los tiempos en que el ser humano logró conectarse y contagiar por el entusiasmo de aprender cómo dar nombre a los hechos concretos y cómo explorar en los terrenos de lo abstracto.

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La seducción de las palabras, de profundo valor: “La historia –vuelvo a Grijelmo–, que ha acumulado en sus miles de millones de usos, los lazos que mantienen entre sí”.

“Evolucionan con el ser humano y adquieren nuevo sentido, trasladan nuevos temores, llevan a euforias diferentes”.

En fin, que con ella andamos y con ella nos entendemos: la palabra, que nombra, vibra, emociona y carga de relatos a nuestra historia.

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