Arte, ciencia y originalidad en la era de la Inteligencia Artificial

Opinión
/ 29 junio 2024

Frente a la revolución que vivimos con IA debemos repensar el valor tradicional que le damos a la originalidad. En el ámbito de la búsqueda de la verdad, típicamente asociada con las ciencias, ser original es en última instancia algo secundario. Siempre que no se hayan roto las reglas éticas que regulan la investigación científica, el valor del camino que se utilizó para encontrar la verdad palidecerá en importancia frente al logro obtenido. Es más, si ese camino posee algún valor es porque ha llevado a la verdad. En este sentido nadie en su sano juicio debería hacer equivalente el valor que posee una teoría verdadera o un medicamento eficaz con la creación de una teoría falsa o de un medicamento ineficaz, sobre todo bajo el argumento superficial de que el camino que los llevó allí fue muy original. De nuevo, si lo que nos importa es la verdad, bienvenida sea esta tecnología que abrirá las puertas a este ensanchamiento en nuestra comprensión de la realidad.

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Estas ideas son difíciles de aceptar en parte por una serie de prejuicios heredados por la visión romántica del científico genial, cuya chispa de creatividad se ejerce en aislamiento y en momentos de extraordinaria originalidad. Pero son estas ideas precisamente las que debemos revisar frente a la evidencia contundente de que asistimos a una verdadera revolución en la generación de conocimientos científicos debido a la IA.

Por ejemplo, cuando nos enteramos de que un sistema como AlphaFold ha desentrañado en unos cuantos meses la estructura de más de 214 millones de proteínas, insistir en la falta o presencia de originalidad en el procedimiento que llevó a esto, además de impertinente, es casi inmoral. En este caso hablamos de un resultado que ha transformado radicalmente la biología estructural y con ello ha hecho posible entre otras cosas la generación de medicamentos que salvarán la vida a un sinnúmero de personas y el ahorro equivalente a mil millones en horas-doctorado. Machacar con el punto de que no hay nada original en la operación de un algoritmo a diferencia del acto creativo que hubiese sido el caso si humanos hubiesen realizado estos descubrimientos, es a todas luces algo impertinente. Sin embargo, algo muy distinto acontece en el ámbito de las artes.

Cuando pensamos en el papel de la originalidad en las artes valoramos no solamente el producto final sino el quehacer y las habilidades que llevaron a él. De hecho, una de las maneras más útiles de categorizar a las artes en general, las divide entre aquellas en las cuales la interpretación es parte esencial de la obra y aquellas en las cuales lo fundamental es el producto terminado. En el primer caso, nos referimos a las llamadas artes “performativas” como la danza, el teatro y la música, en el segundo, a las artes que podríamos llamar “productivas”, como la pintura, la escultura, la arquitectura o incluso la literatura escrita. Claramente, los avances en IA serán mucho más rápidos y profundos en el ámbito de las artes productivas que en las performativas. Sin embargo, al pensar filosóficamente sobre esta transformación debida a la IA, podemos también percibir condiciones que permiten esperar que tales cambios serán matizados o atenuados por características fundamentales de las artes, incluso en el caso de las productivas. Consideremos muy brevemente la naturaleza y el valor de las artes.

Al valorar una pintura, una novela o una interpretación musical, valoramos no solamente las imágenes que percibimos, las historias que leemos o los sonidos que escuchamos, sino fundamentalmente el hecho de que fueron creados con una intención artística por otros seres humanos con el objetivo de despertar en sus espectadores reacciones estéticas. En este sentido, gran parte del valor de las obras artísticas consiste en la oportunidad de poder entrar en contacto con la realidad estética a través de un acto comunicativo primordial que ha sido parte de la experiencia humana desde tiempos inmemoriales. Un acto comunicativo que en las grandes obras artísticas nos abre las puertas de lo trascendental y de lo más profundamente humano. Si esto es correcto, la capacidad de la IA de producir obras artísticas relevantes siempre será proporcional a la presencia o ausencia de seres humanos que busquen transmitir sus intenciones estéticas a través de esta tecnología. Mínimamente, serán humanos los que evalúen y experimenten los productos de esta transformación en la esfera de las artes y con ello introduzcan una dimensión esencialmente humana.

Sin duda, existe la posibilidad de que estas consideraciones sean objetadas invitándonos un tanto irónicamente a ser más creativos en el ejercicio de nuestra imaginación sobre las posibilidades detrás de los cambios que se avecinan con la IA. Se me ocurren al menos tres puntos relacionados con esta posible reacción.

Primero, debemos recordar que nos hallamos apenas en el inicio del desarrollo de estas tecnologías y que es solamente cuestión de tiempo para que los prometidos agentes artificiales puedan ejercer su agencia de un modo igualmente sofisticado al humano. Esto es, literalmente convertirse en artistas con intenciones estéticas y con la necesidad de comunicarlas a otros seres sensibles, del modo en que lo hacen hasta ahora los humanos.

Segundo, vivimos una transformación en la cual la originalidad en las artes se mueve de un modo radical en dirección a los que hasta ahora han sido meramente espectadores y consumidores. Lo que estas tecnologías ofrecen es la democratización de las artes en la cual cualquiera con un mero pedido o “prompt” medianamente creativo, podrá ordenar a la carta imágenes, novelas, sonidos o planes estructurales arquitectónicos de la mayor calidad estética. Hablamos del consumidor tomando las riendas del proceso artístico creativo eliminando en el proceso a los artistas tradicionales o volviéndolos redundantes.

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Tercero, una consecuencia de esta democratización del arte en muchas de sus expresiones es la revaloración y generalización de su dimensión interpretativa. En otras palabras, en muchos casos el ámbito de la creatividad artística se verá cada vez más restringido a experiencias estéticas directas y en tiempo real, parecida a muchas de las interacciones en vivo con músicos transeúntes o comediantes al estilo de Cantinflas en sus inicios, en las carpas, divirtiendo en vivo y en directo a la audiencia. Para el resto de las artes y debido a la masificación de interacciones con realidades virtuales o la producción de obras artísticas sin la participación directa de seres humanos, esto no será posible ni necesario.

No es fácil responder a esta contrarréplica, ni es este el lugar adecuado para extender más lo que hemos dicho hasta aquí. En otras entregas exploraremos algunas de las muchas ramas de este árbol temático que es la IA. Sin embargo, podemos concluir que, en el ámbito de las artes, aquellas que se identifican principalmente con su interpretación se verán menos afectadas que las que se centran en el resultado final. Por razones similares, podemos afirmar que el impacto de la IA en las artes será mucho más disruptivo que en las ciencias, al menos en lo que respecta al valor que otorgamos a la originalidad.

jhagsh@rit.edu

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