Assange... El criminal con capa de héroe
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Una de las series más populares aún vigentes es “The Boys”, que hace un comentario crítico al mundo y la mitología de los superhéroes.
Sí, yo también como usted ya vi en mi vida más hombres en mallones que el jefe de mantenimiento del Cirque du Soleil y estoy un poquito hasta la madre del género, pero al menos esta serie ofrece la visión alterna (que no es como que no se haya explorado también ya, pero aguanta).
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En este culebrón de Amazon, los superhéroes no son justicieros, valientes y virtuosos luchando contra las amenazas del poder y la codicia. Son ellos mismos producto del poder y la codicia, son empleados para una corporación que presta los heroicos servicios a “las mejores causas” y a cambio explota su imagen con fines comerciales.
En realidad los paladines son una bola de narcisistas y viciosas celebridades con cero conciencia y nula responsabilidad por sus acciones.
Y en el epicentro del drama está Homelander, el líder del equipo y el más poderoso de todos los encapotados; un depravado, egocéntrico, perverso, adicto a la adoración, incapaz de aceptar toda crítica, desacuerdo o negativa.
Para que se haga una mejor idea, si no lo conoce, es como si Donald Trump tuviera los poderes de Superman sin ninguna de sus cualidades morales. De hecho, el personaje está diseñado como una alegoría del expresidente y hoy candidato naranja.
Ni siquiera se trata de un antihéroe (alguien que trata de hacer lo correcto sin una noción muy clara de lo que esto significa, o que lo intenta a través de los medios equivocados, o por las motivaciones incorrectas). ¡No! El Homelander es el gran villano alrededor del cual gira toda la trama.
Un giro curioso de la historia: en los primeros episodios, Homelander era percibido por la sociedad como un virtuoso paladín, noble y aliado de la justicia. Pero una vez que quedó exhibido en toda su vileza, intolerancia, racismo y acomplejada naturaleza, la gente... ¡lo amó todavía más!
Es como si el público (los ciudadanos en la serie) se hubiera visto reflejado en sus propios defectos y debilidades: una vez que vieron que el ser más poderoso del mundo era un cúmulo de defectos, inseguridades y debilidades del carácter, la gente se quiso volver loca de contenta y se le entregó con mayor fervor.
Eso en la serie.
Pero sucede que en la vida real ha pasado algo similar con el propio Homlander y el actor que lo representa (Antony Starr): que el público (ahora sí, la audiencia de este show de streaming, en este mundo que habitamos usted y yo) le ha cogido una poco sana devoción a este personaje, al grado de enaltecerlo como un modelo a seguir −claro− dentro de nuestras humanas limitaciones, es decir, imitarlo en lo que es posible, o sea, en lo pinche nomás.
Al actor ya le preocupó como los fans “celebran” las actitudes del personaje a la hora de dar un autógrafo o posar para una foto. En su opinión esto no debería ser y quiere decir que el público (al menos una parte) no está entendiendo nada de nada.
No es que celebren su trabajo actoral, es como si de verdad exaltaran las anticualidades del Homelander, como si se sintieran representados por éste y no por los personajes que tratan de hacer lo correcto.
De alguna forma, parece que estamos tan extraviados como sociedad que ya hasta perdimos la capacidad de reconocer a un héroe (o a un villano).
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De allí que no me extraña que muchos hayan celebrado con pirotécnico júbilo la liberación de Julian Assange, ya que consideran que se trata de un héroe de la vida real y de un adalid de la libertad de expresión.
Sólo para partir de las bases correctas: Sepamos todos que Assange no fue exonerado, sino que se declaró culpable de los cargos que el gobierno gringo le imputaba y sólo logró que se le reconocieran estos últimos años de reclusión como condena cumplida.
Hay quienes glorifican a Assange por el mero hecho de haber afectado los intereses de los Estados Unidos y es que padecen un “antiyanquismo” crónico y anacrónico: “Si le jode al Imperio, entonces es bueno para el mundo y es bueno para mí”.
La realidad, sin embargo, es más compleja y no nos vamos a detener a explicárselas porque de cualquier manera se resistirían a entenderla.
Otros menos radicales y medianamente informados tal vez se vean tentados a encomiar la “labor” de Assange desde que, a través de WikiLeaks, se dieron a conocer diversas acciones ilegales y excesos cometidos por el Ejército de EU en Irak y Afganistán (principalmente el asesinato de dos periodistas por un ataque aéreo sobre Bagdad en 2007).
¿Y sabe qué? El haber dado a conocer esa información es algo indiscutiblemente positivo, es bueno sin más ambages.
Pero, pero, pero... Sucede que además de ello, WikiLeaks reveló un montón de documentos sin editar en los que se revelaban las identidades de cualquier cantidad de informantes, es decir, nativos de las zonas en conflicto que cooperaron con EU en la lucha contra las dictaduras teocráticas como el régimen talibán. Gente inocente a la que de un día para otro, gracias a la irresponsabilidad de Assange, le pusieron un precio a su cabeza.
A Assange se le advirtió en reiteradas ocasiones sobre la necesidad de ocultar la identidad de los inocentes, de proteger a los informantes, pero se expresó y se condujo con desdén, aduciendo que si eran colaboradores de Estados Unidos merecían la muerte.
¿Es eso un héroe? Ningún héroe se arrogaría potestad sobre la vida y la muerte de nadie, ni siquiera la de un criminal, mucho menos de gente inocente.
Súmele como hermoso pilón que sobre Assange pesan algunas acusaciones por abuso sexual de las que convenientemente se desembarazó aduciendo que eran parte del hostigamiento de parte del Gobierno de EU, aunque ello se puede desmentir fácilmente.
Por último, están los más borricos de todos: los que consideran a Assange un héroe sólo para estar en sintonía con el agonizante régimen del rey chiquito de Palacio Nacional, que en su infantil pronunciamiento al respecto dijo que “la Estatua de la Libertad está contenta” (si no recurre a una imagen pueril siente que no se puede comunicar de manera efectiva con su enorme jardín de niños al que llama “el pueblo”).
Tampoco a ellos nos vamos a molestar en explicarles nada porque sería igual de estéril que tratar de convencer a su sensei. Se vuelve ya una cuestión doctrinaria, casi un acto de fe, creer ciegamente lo que López expele por la boca además de un tufo a garnachas. Y si les dice que Assange es un héroe (por el cual, según él, intercedió ante Biden y casi le debe la libertad), pues hay que asumirlo como cierto.
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Sepan solamente que además de estar en perfecta consonancia con su amado AMLITO, también lo están con gente como Putin, también con lo más pútrido de la ultraderecha gringa (Marjorie Taylor Greene, el demente de Robert F. Kennedy Jr. y la plana periodística mayor de Fox News) y −como no podía saberse− con el superbigote, Nicolás Maduro.
Todo sin mencionar lo hipócrita que es encabezar un gobierno que no sólo no protege, sino que también hostiga a los periodistas, además de obstaculizar el derecho a la información, en el país más peligroso para ejercer esta profesión; y luego andar otorgando medallitas a cuestionables “paladines de la libre expresión” en el extranjero.
Condenar a muerte a informantes disidentes y entregarlos a regímenes tiránicos no es de ninguna manera periodismo ni libertad de expresión. Y como ya dijimos, decidir sobre la vida y la muerte de gente inocente no es algo digno de un héroe... o quizás sí, un héroe como Homelander, quizás.