Bullying, política y diplomacia

Opinión
/ 12 junio 2025

Estamos gobernados por niñatos... Y no por niños cualquiera, sino por escuincles privilegiados, con cero empatía y nula tolerancia a la frustración, ajenos al significado de la responsabilidad y rotundamente negados a acatar la ley o los fallos de la autoridad

El bullying es un fenómeno mucho más complejo de lo que solemos considerar. Pensamos en ello como una acción unidimensional y unidireccional: hay un abusador y alguien que sufre el abuso. El primero debe ser identificado, reprendido, reeducado y, de ser necesario, expulsado; el segundo debe ser protegido.

En principio sí, eso es, pero es algo más dinámico. Tan sólo averiguar las causas que motivan este comportamiento abre un abanico muy amplio de variables a estudiar.

Ahora bien, el bully no juega este rol toda su vida. Muy probablemente ya fue abusado y quizás vuelva a serlo más adelante. Sus víctimas tampoco tendrán un rol pasivo durante toda su vida. Las circunstancias y los papeles son cambiantes: los acosados de hoy se convierten mañana en los acosadores de otros con menos capacidad para defenderse.

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A mí en la escuela me tocó lidiar con algunos animalillos salvajes que, pobrecitos, yo creo que nunca los abrazaron en su casa. Y como ya desde entonces pintaba para convertirme en la versión BLIM de Woody Allen, pues en algún momento me hicieron cliente.

Y claro, otras veces (casi siempre en bola) le hicimos el día imposible al nuevo, al raro, al debilucho. No me enorgullece, pero le aseguro que nunca alcanzó niveles patológicos. Sólo era parte, ya le digo, de una dinámica compleja en constante movimiento, cambiante día con día. A esa edad cualquier cosa es mejor que ser presa... Y si un día toca ser depredador, para un chamaco asustado, es un buen día.

Desde luego que no es un asunto sólo de fuerza física. El acoso es muchas veces emocional, social, psicológico, y también lo pueden y lo saben ejercer las niñas. ¡Uf! ¡Que si pueden!

Súmele la revolución digital y de las redes sociales y tenemos un problema que de por sí era complejo, multiplicado ahora por un factor cuyo valor no acabamos aún de determinar. La aclamada y reciente serie “Adolescencia” (Netflix, 2025) nos dio a entender que, sobre esta problemática (que llega a tener consecuencias fatales), apenas y sabemos nada los adultos. Quiero decir, “ustedes los adultos”, porque yo sólo tengo perrhijos y estoy instalado en una pubertad perpetua.

Desconozco −porque no tengo ningún conocimiento al respecto− si el bullying obedece a un problema de autopercepción, como la necesidad de atención o reconocimiento; si es consecuencia de la falta de habilidades sociales para relacionarnos de una manera más sana que las palabras ofensivas y unos buenos chingadazos; o si es el resultado de una influencia externa (usted culpe a los videojuegos, total, nunca faltará un político pendejo que le dé la razón).

A propósito de nuestros políticos (sí, aquí vamos con ellos), han descendido tanto durante las últimas décadas en su nivel de discurso, en sus principios, ideales, raciocinio, habilidades comunicativas y cognitivas en general, que podemos afirmar que estamos gobernados por niñatos... Y no por niños cualquiera, sino por escuincles privilegiados, con cero empatía y nula tolerancia a la frustración, ajenos al significado de la responsabilidad y rotundamente negados a acatar la ley o los fallos de la autoridad.

Pienso, por ejemplo (y por necesidad), en un Samuel García... ¡Cómo es posible que Nuevo León tenga como gobernador a un personaje que en otro tiempo daría pena en la barra cómica de Multimedios!

Desde luego, no me remito sólo al ámbito local: nuestra Presidenta, lo mismo Trump, Bukele, Netanyahu, Maduro, Putin, Díaz-Canel, Kim Jong-un, pertenecen a una misma ralea de niño-mandatarios que acatan la ley selectivamente (o la reescriben a su conveniencia), incapaces de asumir la responsabilidad de sus acciones y siempre con un chivo expiatorio a mano para culpar de todo lo malo que suceda bajo su gestión.

Y por tratarse de figuras patéticas, berrinchudos acríticos impelidos para cualquier ejercicio introspectivo, tienen que aparentar fortaleza, liderazgo y carácter madreándose a alguien, de preferencia alguien que no les pueda responder con un trancazo.

Vamos con el maestro de maestros, AMLO. Cuando era el líder social de las masas y eterno aspirante a la Presidencia, tuvo a bien dedicarle uno de sus muchos bestsellers a ese esperpento residual de la política gringa que no tenía ninguna posibilidad de llegar a la Presidencia de los EU: “¡Oye, Trump!”. ¡Qué gallardo el presidente en ciernes, defendiendo a sus compatriotas del bully gringo que no pasaba de ser mediático! ¡Pero chingas, que van coincidiendo en sus respectivas administraciones! Y si alguna vez salió de México nuestro viejito cotonete, fue nomás para ir hasta Washington con la cola entre las patas a hacerle campaña electoral a su “amigo Donal’ Trun”, quien ya como Commander in Chief resultó ser un bully más cabrón de lo que podía ser el macuspano.

Y para no quedar como el pendejo del salón, López luego se creaba pleitos con quien no le podía responder (la ONU, la Corona española) o contra países más pequeños (Ecuador, Bolivia), dándoselas del mero matón de América Latina.

Hoy en día la situación ha escalado a niveles absurdos: Papi Trump y mami Elon se separan feo y se dicen sus verdades. El POTUS anaranjado distrae la atención conjurando una insurrección hispana en la ciudad más mexicana fuera de México: Los Ángeles. Y la Casa Blanca acusa a la Presidenta Sheinbaum de ser una irresponsable incitadora a la violencia. Mr. President nos agarra de su puerquito (para no parecer él el puerquito de Musk)

Luego, como Trump es un bully más grandote y más cabrón, pues la Presidenta no se pone igual de sabrosa que con otros adversarios (no puede), en vez de ello aclara y dice que fue malinterpretada, para enseguida echarle la culpa a la oposición de haber creado esa percepción de que fue ella quien arengó a los manifestantes.

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Desde luego que Trump no está pendiente de lo que la oposición mexicana diga, ni lo necesita como excusa para culpar a doña Clau. Él sólo necesitaba un circo para lucir su músculo y para que sus “fellow americans” no lo vieran como un ninguneado. Y lo tuvo.

Y la Doctora, que no se cansa de decir que la oposición es minúscula e inexistente, ahora la acusa de crear una narrativa tan potente que el mismo Trump y toda la derecha gringa se la tragaron completa y, con todo el poder del Estado mexicano, vuelve a acometer contra los que no se alinean a su movimiento porque... bullying: necesitamos a alguien a quien pendejear y meterle un buen zape por todo lo malo que nos pase, pero claro, alguien que no sea capaz de defenderse en igualdad de circunstancias.

Todo por un abrazo que no nos dieron de chiquitos.

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