Café Montaigne 294: Reflexiones sobre la felicidad y la muerte

Opinión
/ 30 mayo 2024

Soy un hombre viejo, disfruto mi vejez como pocos lo hacen. Y eso de ser niño o eterno adolescente, jamás se me dio. Lo he platicado antes: siempre quise ser viejo como mi padre, el sastre José Cedillo Rivera. Yo le veía viejo, un señor, un hombre dedicado a su tarea milimétrica en su máquina Singer (la mejor, decía él), un señor de respeto. Entonces y desde siempre quise ser viejo como mi padre. Para fortuna mía, ya lo soy.

Y esto me da una felicidad efímera. Tengo 59 años muy raspados. Es aquello de un grupo que hoy pocos escuchan, pero para mí forma parte de mi vida terrena: “La Oreja de Van Gogh”. En una de sus conocidas tonadas dice “la felicidad es un maquillaje...”. Vaya usted a saber si sea un maquillaje, máscara o estado volitivo, pero de vez en cuando es necesario ser feliz.

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Y cada vez que escribo esta palabreja, este término tan ambiguo como huidizo, la “felicidad”, viene a mi mente un aforismo de ese cultivador de perlas, de piedras preciosas, el saltillense Julio Torri: “Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de buen vino. Si quieres ser un día, toma un baño. Si una semana, fornica una vez. Si un mes, púrgate. Si quieres ser dichoso un año, cásate. Si quieres ser feliz toda la vida, no te cases”.

La felicidad es una engañifa muy bien vendida hoy. Vaya, como siempre. Los hombres hemos vivido imaginando y deletreando paraísos perdidos, pretéritos o futuros. Por eso hemos diseñado el mundo a nuestra imagen y semejanza. Y por eso nos hemos perdido a nosotros mismos. ¿Entonces qué queda de cierto en todo esto? Mmm, nada. La nada. Usted se muere y se muere todo. Por eso cuando uno muere hay que irse de la mejor manera: bien muerto. Las cuentas pendientes aquí se quedan. La vida aquí se queda. El equipaje aquí se queda. El poco o harto dinero atesorado, pues aquí se queda.

Seamos francos y son letras bastante pedestres: todos vamos a morir. Hoy o mañana, ¿qué más da? Pero en ese inter, vivir y morir, está la magia de ello: existir. Y para mí la poesía es la que me da la clave de todo. Hay un poeta el cual, para desgracia nuestra, murió este año, Antonio Deltoro. No lo he leído obsesivamente, tengo algunos de sus libros, no todos. Me gustan sus letras. Al otear al azar dos de sus libros, me encuentro con los siguientes versos los cuales los he hecho míos:

“Sí la vida es un río,

¿Por qué no ser un lento río de madera?

Preferiría ser un árbol

Y no asistir a mi velorio”.

Caramba con este gran poeta. La verdad, muy a mi pesar, voy a asistir a mi velorio. No me gustaría, pero tengo que hacerlo. Voy a ser el protagonista... y sin saberlo ni sentirlo. Y eso me duele desde hoy. Yo debería estar observando, deletrearlo, escribirlo. Dejar mi testimonio de mi propia necrológica e impresiones al respecto. Pero no, cuando esté muerto, voy a estar muerto. Así de sencillo.

ESQUINA-BAJAN

Lea lo siguiente del poeta Salvador Díaz Mirón: “en la muerte se abisma el pensamiento mismo”. Es decir, la nada. ¿Lo nota? Es la Biblia. Si usted cree en la Biblia (cristiana o católica, es lo mismo pues), el muerto nada sabe, nada piensa, nada siente (Eclesiastés 9.5). ¿El peor de los pensamientos, la tortura inaudita para un ser humano inteligente? Según el gran escritor Henning Mankell, lo terrible es “no pensar en absoluto”. Y sí, eso es la muerte. Ya no sentir, ya no pensar. Los muertos, muertos están.

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Nunca he estado muerto antes. Eso creo. Por eso la muerte me sabe atractiva. La muerte se me hace como asistir a una buena función de cine: el atractivo atávico de la oscuridad, pero no total, esperando la luz mortecina y el inicio de la película de moda. La penumbra benigna la cual nos abraza. Pero en la vida de hoy se trata de estirar lo más posible la hebra de la vida, una eternidad falsamente entendida. ¿Qué hay del otro lado? Nadie lo sabe. ¿Es un dolor permanente o es una dicha eterna? ¿Vértigo o calma?

Hay un poeta de la llamada “Generación del 27 español” al cual lo he leído a cuenta gotas. No lo tengo todo. Sólo en antologías y sus poemas dispares, es Vicente Aleixandre. Es Premio Nobel de Letras. En uno de sus poemas habla sobre eso, quemarse la vida en la muerte; rasparse, gastarse la vida. Dicen sus versos:

“Muero porque me arrojo, porque quiero morir,

Porque quiero vivir en el fuego...”.

No hay contradicción alguna: quiere morir el poeta (como todos) para ser eterno y vivir en el fuego. Sí, el fuego de la creación. Líneas después en su poema “Unidad en Ella” dice: “Quiero amor o la muerte, quiero morir del/ todo...”. Caray, es aquello de que la muerte libera. Eso al menos es lo que dice Pablo de Tarso en sus múltiples textos en la Biblia, Pero ¿y si no?, dice un poeta, es Emilio Prados: “El alma se separa/ y la flor sube al cielo...”. Caray, lo hemos visto antes y ya con suficiente espacio en nuestra tertulia sabatina de “Hablemos de Dios”, eso de tener alma es un resabio platónico, él la inventó. Estar animados. En fin.

LETRAS MINÚSCULAS

“Déjame reposar/ aflojar los músculos del corazón...”, Jaime Sabines.

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