Caso Adán Augusto: El gobierno de las leyes y el gobierno del personalismo
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Lo que hoy en día observamos es una lucha más entre el gobierno de la ley y el poder paternalista. ¿Cuál ganará?
La reciente confrontación que surgió entre la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y el senador Adán Augusto López Hernández —a raíz de la orden de aprehensión en contra de Hernán Bermúdez, exsecretario de seguridad cuando López Hernández fue gobernador de Tabasco, por presuntamente ser líder del grupo delincuencial “La Barredora”— recuperó un viejo debate de la antigua filosofía de la democracia griega: ¿debe prevalecer el gobierno de los hombres o el gobierno de las leyes?
Es decir, el poder debe estar en manos de quienes buscan mandar y gobernar a diestra y siniestra por capricho personal —ya sea por medio de la fuerza o el carisma—, o más bien, deben existir candados institucionales y legales bajo los cuales los funcionarios públicos deban rendir cuentas. Me parece que esta pregunta perenne no sólo refleja las diferencias políticas y éticas entre AMLO y la presidenta Sheinbaum, sino que manifiesta la línea en la que Sheinbaum debe distanciarse tajantemente de su antecesor.
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El debate lo inició Platón, quien en “La República” cuestionó a aquellos que anhelan el poder por el poder, ya que “el primero de tales individuos que llega al poder es el primero en portarse injustamente, tanto como puede”. Esta perspectiva del ejercicio del poder se denomina personalista o patrimonialista.
Octavio Paz, en su ilustre ensayo “El Ogro Filantrópico”, describió al tipo de régimen patrimonialista como aquel en el cual “el jefe de gobierno —el príncipe o el presidente— considera al Estado como su patrimonio personal”, de tal forma que la burocracia dorada constituye una “gran familia política ligada por vínculos de parentesco, amistad, compadrazgo, paisanaje y otros factores de orden personal. El patrimonialismo es la vida privada incrustada en la vida pública”. Sobra decir que Paz consideraba al régimen priista del siglo 20 como patrimonialista por antonomasia.
Este síntoma antidemocrático aún permea en nuestro país. Adán Augusto López Hernández ha sido íntimo de López Obrador desde sus años mozos. Payambé López Falconi, padre del senador Adán Augusto, cobijó a un entonces joven Andrés Manuel López Obrador, quien aún hacía sus “pininos” políticos en Tabasco. Este apadrinamiento benefició posteriormente con prebendas a Adán Augusto López Hernández, quien a partir de la presidencia de AMLO, sucesivamente pasó de ser notario a gobernador de Tabasco, secretario de Gobernación federal y senador.
Adán Augusto ha estado en la palestra pública por distintas razones desde entonces: los gastos excesivos en su campaña como “corcholata” presidencial, su hipotético romance con la diputada Andrea Chávez, sus lujosos relojes que rompen la austera moral republicana y sus roces constantes con Sheinbaum, como aquella vez que no saludo a la Presidenta en el Zócalo durante su mensaje sobre la relación bilateral con Estados Unidos.
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No me queda duda que la presidenta Sheinbaum busca imponer un “gobierno de la ley”, en donde purgue las falencias patrimonialistas del gobierno de López Obrador. Pero, por otro lado, también me parece evidente que los Adán Augusto de este México nuestro —sempiternos en nuestra historia contemporánea— pretenden extender sus brazos ávidos por el poder. Es, en el fondo, una lucha de poder por ver quién tiene el timón y cuál es la dirección política tanto de Morena como del país.
Lo que hoy en día observamos es una lucha más entre el gobierno de la ley y el poder paternalista. ¿Cuál ganará? Aún está por verse. Pero ante la incertidumbre sobre la autonomía del Poder Judicial, los cuestionamientos sobre el rigor ideológico y ético de la Cuarta Transformación, así como las dudas sobre la fuerza política de la presidenta Sheinbaum, ésta será una prueba de fuego.
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