Claudia Sheinbaum: populismo de clase turista

Opinión
/ 26 noviembre 2024

Es muy fácil apelar a los sentimientos más básicos del ciudadano con pequeños y absurdos gestos populistas.

Fiel a la doctrina impuesta por el camarada líder, nuestra Presidenta (con A menguante) insiste en volar en aerolíneas comerciales porque, ya sabe usted, la “austeridat”, la “honestidadt” y porque “no puede haber gobierno pobre con pueblo pendejo” (¿o cómo era?).

En fin. Con el sencillo acto de padecer el martirio aeroportuario (filas, demoras, revisiones, café horrible a precios elevadísimos), antes de viajar en la lata de sardinas voladora en la que nos veremos obligados a coexistir con otro ser humano a una distancia promedio de cuatro centímetros durante varias horas (a veces suficientes como para considerar que ya tuvimos intimidad con un desconocido), la Presidenta cumple con el mandato de austeridad republicana y pobreza franciscana emanado de su movimiento.

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No quiero ni imaginar si la Presidenta, como cualquier otro ser humano de pronto siente que la dieta de tamales de chipilín, impuesta también por su predecesor, no le está haciendo la vida más sencilla esa mañana y tiene que ir a pagar tributo a la naturaleza. ¿En serio tenemos que someter al Jefe, Jefa o “Jefe” del Ejecutivo al suplicio del “cónper, cónper”, sin un mínimo de decoro para su Presidencial Investidura que tanto aseguran cuidar?

Para muchos ingenuos es todo esto un acto de justicia social y la verdad, pobres de quienes piensan así, pues tienen una visión muy estrecha de la justicia.

Para cualquier persona con un mínimo de sentido común es un total despropósito. Y aunque el “Avión Presidencial” se convirtió en un símbolo de los excesos, la opulencia y falta de mesura de las pasadas administraciones, lo cierto es que cada mandatario en turno necesita una aeronave oficial que lo transporte de manera eficiente, rápida y decorosa.

No tiene que ser un palacio flotante (aunque a este régimen le chiflen los castillos y los palacios). Una sobria aeronave militar en buen estado y perfecto mantenimiento puede cumplir perfectamente las funciones de Avión Presidencial y hasta le pueden poner el nombre del héroe o símbolo que más les guste (“El Noroñas 1”, por ejemplo).

Es inconcebible que un jefe de Estado se quede incomunicado durante las dos, tres o cinco horas que pueda durar un vuelo comercial. Dicho de otra manera: Es inconcebible (y estúpido) que por una necedad populista un país se quede acéfalo durante las dos, tres, cinco o más horas que un vuelo comercial pueda demorar. Todo ello por no mencionar los riesgos de que el Gobierno de México ande allí sufriendo las de Caín como cualquier hijo de vecino en la clase turista, además de exponerse a los enemigos del régimen, hablando concretamente del crimen organizado.

No es una cuestión de privilegios, es un asunto de sensatez: El tiempo del Presidente de la 15 economía del mundo es demasiado valioso como para desaparecer por varias horas en la vastedad del firmamento, siendo que con una modesta oficina aérea podría despachar la agenda de un día normal. ¡Pero no! Prefiere ir comiendo cacahuates y viendo películas del año pasado, porque ni modo que atienda asuntos sensibles entre la llegada del carrito de las bebidas y los berridos del bebé de dos filas más atrás.

Lo más gracioso −sabe usted− es que quien impuso esta dura disciplina de austeridad, el Tlatoani Cacamatzin de Tepetitán, sólo viajó en vuelos comerciales a inicio de su sexenio; al final terminó usando un avión militar y nadie le criticó por ello. Es lo óptimo, es lo más seguro, es lo más práctico y es lo más barato, si consideramos lo que le cuesta a un país estar esperando a que su dirigente vuelva a tener señal de celular o wifi.

¡Carajo! Si hasta el inmamable de Ricardo Monreal presumió su vuelo en helicóptero privado hace un par de semanas, dizque para atender una “situación de emergencia”, según él. Eso sí es un verdadero exceso, pues no hay deber legislativo que este zoquete no haya podido prever para preparar su traslado con anticipación, sin necesidad de abordar una nave cuyo costo de vuelo se estima en 100 mil pesos. Ninguna de las funciones de Monreal justifica este exceso, aunque asegure que no fue pagado por el erario (cosa que faltaría de corroborar, de haberse transparentado), mientras que la Jefa de Ejecutivo ahí anda haciendo valer sus millas de viajero para quedar bien con su base electoral.

Pero en la filosofía cuatrotera, el privarse de algo es ya un motivo de orgullo, no tanto el lograr algo concreto. Así que el detalle del “vuelo comercial en clase turista” fue cacareado en los canales informativos oficiales y retomado por diversos medios afines como algo digno de reconocimiento.

Y a todo esto: ¿A dónde iba nuestra todavía flamante y aún no del todo precudida mandataria?

A la cumbre de líderes del G20, ni más ni menos, en Río de Janeiro, Brasil, donde impartió cátedra de ese mismo populismo con el que los líderes de Morena y el movimiento lopezobradorista reparten atole de “masas”.

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Sólo para no dejar de mencionarlo, doña Clau (comulgando con la filosofía de quien la colocó en la silla Presidencial), llevó una solución cándida y perfecta para el conflicto Rusia-Ucrania: ¡El diálogo!

¡Wow! ¿Quién lo hubiera dicho? Tan fácil que era decirles: “¡Platiquen, muchachos! ¡Depongan, las armas! ¡A ver, dense la mano... ahora un beso... como hermanos, ‘ándenles’!”.

No sé en qué parte de su científica cabeza piensa que un conflicto originado por la ambición expansionista de un tirano y la legítima defensa del territorio de una nación perfectamente reconocida por la comunidad internacional tiene una salida diplomática.

Y luego decir que el gasto en armas del mundo podría reducirse para llevar a una escala mundial el “exitosísimo” programa de Sembrando Vida; lo que además de promover la paz, sería muy benéfico para el medio ambiente... ¡Vaya cosa!

Amén de llevar a la cumbre el mismo morral de tonterías y sandeces que le heredó el viejo macuspano (soluciones de Miss Universo a problemas muy complejos); quisiera creer que la doctora no es tan ingenua y que no piensa realmente convencer a ninguno de sus homólogos, sino que le está hablando también, desde Brasil, a los mexicanos, para que esos mismos que piensan que hacer un viaje en avión comercial la hace honesta, austera, valiente y congruente, la puedan percibir como una estadista de altura con algo valioso que decir y que aportar en los foros internacionales.

Y es que, como ya observaron muchos analistas desde el primer día, si quiere pacificar el mundo y reforestarlo, quizás debería comenzar por el País que la eligió para que gobernara, en donde la violencia coquetea con el concepto de terrorismo y la devastación selvática ha sido calificada de ecocidio.

Y así, luego de su brillante disertación, nuestra demagoga emprendió otro largo y penoso viaje en clase turista, de vuelta al país del cual funge como “gerenta” (también con A).

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