Conjugar en plural no es utopía

Opinión
/ 12 julio 2025

Hoy día tenemos por delante retos económicos, sociales, educativos, de salud, de medio ambiente, por supuesto, que solventar. No hay país que tenga esto resuelto, de ahí que buscar soluciones, es desde mi punto de vista, un acto superlativo de patriotismo. Lo dejo apuntado. Los avances del populismo más acendrado debieran estremecer a la sociedad de nuestro tiempo. El fundamentalismo más cerrado, discúlpeme el pleonasmo, ha ido invadiendo el debate público, y se erosionan la confianza y también la esperanza en las políticas de estado. Esta realidad no contribuye en NADA, ergo, a avanzar hacia el terreno de las soluciones.

Un pueblo indiferente renuncia a la democracia, porque esta tiene como uno de sus elementos sustantivos a la participación. Participar es asunto mayor, no es de ciudadanos instalarse en el “a mí que me importa”. Tenemos que aprender a vivir con nuestras humanas diferencias, la intolerancia es renuncia a nuestra naturaleza gregaria. La pluralidad, la creatividad, son propias de nuestra especie. Fuimos diseñados para CONVIVIR. Tenemos que ser capaces de vernos en el espejo del otro sin prejuicios y sin ira. Si quiero respeto tengo que respetar.

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Nos estamos distanciando de la claridad que impera cuando la tolerancia y el respeto establecen los cómos sí podemos ponernos de acuerdo. El horizonte político se mira cada día más denso, con la incertidumbre amenazando la esperanza de construir en plural. El discurso del odio está alcanzando niveles ensordecedores, resuena en las calles, en las plazas, en las redes sociales, en las universidades, en los congresos en los que se hacen las leyes que regulan la vida de una nación y la vinculación del estado con la población. El enfrentamiento cotidiano en la política, cargado de intransigencia y de críticas destructivas, resulta asfixiante, desconsolador, exhibe la irresponsabilidad y la ausencia de compromiso con la sociedad de quienes se ostentan como representantes de la misma. Hay diferencias ideológicas, pues claro, puntos de vista distintos, también, pero eso no le da derecho a ningún político del color que sea, a instalarse en el terreno de la intransigencia. El dialogo, los consensos, los acuerdos, se deben privilegiar, porque se trata de un quehacer PÚBLICO. No hay otra forma de transitar, cuando se ostenta a rango constitucional ser una república democrática, federal y representativa. Es sí o sí.

La adhesión política en la que se permite la intromisión del intestino, suele degenerar en empecinamiento irracional, y esto se convierte en una muralla que impide la aceptación de cualquier argumento ajeno. ¿A qué país le hace bien tener gobernantes con un estilo personalista y simplista? La democracia se pone cuesta arriba cuando los gobernantes padecen incapacidad para consensuar políticas que abreven en el sentido común para beneficio de quienes les pagan la dieta. No existen fórmulas mágicas para cambiar el estado de cosas a gusto de todos, pero sí evidencias históricas de que las sociedades progresan cuando se hace posible que la convivencia y el respeto imperen en sus dentros. La generosidad, la sensatez, la grandeza de espíritu, siempre han hecho posible que campeen la democracia y las libertades.

Decían que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, hoy se afirma que tienen los que se les parecen. Y hay razón en la aseveración, porque quienes gobiernan salieron del pueblo. De modo que lo que hoy se vive no es solo responsabilidad de la clase política, también la tienen los que les allanan el arribo al cargo público con su indiferencia, su ignorancia o su conveniencia. El radicalismo político no emerge de la nada, se nutre de hartazgo, de odio, de simplismo conceptual y de océanos de intransigencia. Las guerras nacen de esta mezcla despreciable. Nomás hay que revisar, verbi gratia, las dos guerras mundiales. Pase lista a los líderes nefastos que las alimentaron. Y la tragedia de horrores con la que castigaron a millones de inocentes. Y sigue la mata dando en pleno siglo XXI. Los sufrimientos hoy se exhiben sin prurito alguno. Como que se va haciendo “normal”, “aceptable”, que las pugnas son parte del “deber ser”. Cuando el radicalismo se hace del poder, dada la naturaleza irreconciliable de las políticas que impulsan, el diálogo se “cierra”, y lo entrecomillo porque si se da, pero con facciones del oponente ¿Por qué? Porque su objetivo es crecer a costa del o los partidos que los incomodan. Es la manera de debilitar las estructuras del “otro”, quebrarlos por dentro, “alimentando” dobles militancias, desintegran para luego absorber.

El radicalismo del populismo es insolente. Quienes lo viven lo pavonean, lo restriegan, se asumen como poseedores de la verdad absoluta. A través de reformas legales van minando derechos fundamentales de la población. Así van haciendo tiritas el estado de derecho, así conducen a una sociedad a la dictadura. El radicalismo populista fanatiza ¿Y cómo se detiene? Norberto Bobbio, el ilustre jurista y politólogo italiano expresaba, considerando la magnitud del problema que: “las sociedades más inmunes a la infección del fanatismo, son aquellas en las cuales la educación intelectual y civil tiende a fundarse mucho más en la discusión libre de las ideas –que maravilla, aquí respira la mayéutica de Sócrates- que en la enseñanza de sistemas de verdad previamente definidos, y cuyo régimen está inspirado en el principio de la multiplicidad de las vías de acceso a la verdad y por lo tanto, en el rechazo de una filosofía o de una ideología de estado, que no sea aquella de la coexistencia pacífica de todas las filosofías o ideologías.” Coincido con él.

Por eso, hoy se debe educar cultivando el pensamiento crítico, el respeto a la diferencia, la empatía y la capacidad para el diálogo. Enfatizar en la fuerza de los argumentos que pasan por el tamiz de la inteligencia, y también enriquecer la vida de las nuevas generaciones con la entereza de los valores. Es imperativo formar con principios a niños y jóvenes, porque son estos principios los que le dan sentido a la vida, son los que explican el porqué de nuestra dignidad, son los que hermanan y tienden puentes para que nos encontremos y festinemos nuestra preciosa humanidad. Luchemos por esto, contra viento y marea.

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Columna: Dómina. Nacida en Acapulco, Guerrero, Licenciada en Derecho por la UNAM. Representante ante el Consejo Local del Instituto Federal Electoral en Coahuila para los procesos electorales.

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