Cosas pasadas y repasadas

Opinión
/ 8 junio 2023
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¿Qué vendían los comerciantes saltilleros de hace cien años? Mucho de lo que venden ahora, por supuesto: las cosas que el hombre ha necesitado siempre para poder vivir. Pero vendían además otras cosas de las cuales ahora no se tiene ni noticia, porque se dejaron de usar, porque el viento se las llevó o porque servían para atender necesidades que no tenemos hoy. Una breve enumeración de efectos que ahora nos parecen exóticos o extraños nos da también idea de la vida que hace un siglo vivían nuestros antepasados. Sacada de la Ley de Tarifas de Mercancías, he aquí una lista de tales objetos raros, interesantes o curiosos que se vendían en el Saltillo de principios del siglo pasado:

Corsés; pecheras de algodón para camisas; puños y cuellos; enaguas; albornoces; piedras de amolar o mollejones; piedras de chispa; pizarras y pizarrines; damajuanas y garrafones; asentadores de todas clases para navajas de afeitar; bola, betún y charol para calzado; cohetes chinos; cortinas transparentes pintadas al óleo o al temple; esqueletos para paraguas, sombrillas o quitasoles; faroles y linternas de todas clases, incluso lámparas hidroplatínicas; fuelles de mano para chimeneas, pianos u otros usos; mechas de algodón para quinqués y para eslabones; pabilos de algodón; peines de caña de China, rascaderas; floretes con o sin puño; pistolas, carabinas y bastones de viento; muebles con embutidos de concha, marfil, carey o metal; papel de estraza, estracilla, sin cola, de media cola, florete, medio florete, marca, marquilla, bristol, albuminado, de porcelana, embreado, alquitranado, enlienzado y para tapiz; babuchas, chinelas, polainas, pantuflas; guantes, petos y piernas para esgrima; café medicinal; cantáridas; castóreos; elíxires medicinales de todas sustancias; esencia de zarzaparrilla; liquidámbar; litargirio; opio; parches de todas sustancias y autores; píldoras, perlas, grajeas, confites y gránulos; sinapismos y papeles revolventes; tártaro crudo; valerianatos; vinos medicinales de todas sustancias y autores; ábacos o varillas de concha, marfil o carey; cera virgen (el que se resbalaba con ella decía: “Si ha sido cera p... me mato”); destrozos de cachalote (?); esperma de ballena; sombreros de jipijapa y, finalmente, velas esteáricas y de sebo prensado y sin prensar.

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Indispensable para el comercio de aquel tiempo era el ferrocarril. El dos veces centenario don Benito Juárez, pese a tantos y tan estrechos –y ocultos– tratos que tuvo con los americanos, a los que más de una vez debió que los conservadores le hicieran lo que el aire a Juárez, les ofreció a los yanquis concesiones que hubieran dado al traste con la soberanía nacional, pero nuestros vecinos no las pudieron aprovechar, pues andaban muy ocupados con su guerra, la de Secesión. Fue por eso que hasta época posterior, al ver que México no tenía los capitales que se requerían para la magna obra de tender líneas de ferrocarril, el fructífero gobierno de don Porfirio Díaz otorgó concesiones a ciudadanos norteamericanos y de otras procedencias para establecer el servicio ferroviario.

Saltillo quedó integrado al Ferrocarril Nacional Mexicano, de Mr. Sullivan y Mr. Palmer, el 16 de septiembre de 1883. Era el tal ferrocarril de vía angosta. El tendido de los rieles se inició en Laredo, México, en noviembre de 1881, llegó a Lampazos en abril de 1882, a Monterrey en agosto de ese mismo año y a Saltillo en septiembre del siguiente. Con eso se inició una era de progreso. ¡Y todavía hay quienes se oponen a la inversión extranjera! A ese respecto yo digo aquello de “Hágase el milagro y hágalo el diablo”.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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