Cuando el ponche hace efecto (2/2)

Opinión
/ 17 diciembre 2025

¿Por qué en vez de ir a marchar con consignas y pancartas, no nos apersonamos físicamente ante nuestro diputado o senador? Y le decimos en qué sentido queremos que vote, qué iniciativas consideramos prioritarias y, sobre todo, cuáles repudiamos por completo

Y ya le digo... Lo de menos es que un devoto miembro de la secta cuatrotera se ponga necio con todo el arsenal retórico (que es lo único que les dejó su Papá Noel de Macuspana).

Lo malo es cuando te das cuenta de que el analfabetismo político también juega en tu equipo, el de la oposición. Y es descorazonador que no exista el menor interés por actualizar sus conceptos o por analizar la realidad bajo una óptica distinta a la de la Guerra Fría del siglo pasado. A esos también ya los perdimos.

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Le comentaba que en una reciente reunión prenavideña, a eso de la medianoche, mis tíos sintieron esa imperiosa necesidad de arreglar el país. ¡Y cómo no! Si ya llevaban seis o siete cubas entre pecho y espalda. A nada estuvo uno de declararle la guerra al narco y otro de gritar: “¡Perdóname, Anel!”.

Aunque en algo fueron consistentes ambos: en declarar la situación insalvable, fuera de toda posible compostura por la vía legal, civilizada, política.

Pero de una fase inicial –de “esto ya no tiene remedio” y “ya se lo llevó todo el carajo”– pasaron enseguida a aventurar sus más temerarias alternativas de solución.

Su apuesta siempre segura es “el hartazgo de la gente”. Se imaginan quizás que las manifestaciones de inconformidad irán creciendo en frecuencia, masividad e intensidad, y que finalmente habrá una colisión violenta que restaure las cosas a un punto previo a la malhadada transformación.

Pero en realidad el alcance de las protestas es meramente simbólico y no tiene repercusiones reales, menos frente a un régimen como el actual, que está cerrado al diálogo y busca desacreditar, intimidar y reprimir a algunos cuantos inconformes con miras a desalentar a todo posible increpador (nunca olvide que los chicos inermes aprehendidos durante la marcha Gen Z fueron acusados de homicidio en grado de tentativa).

Ya le decía hace un par de días que tenemos que dejar de exigirle a los políticos y convertirnos nosotros mismos en políticos. ¡Ya sé... ya sé! ¡Qué pinches guácala nomás de pensarlo, de imaginarnos con nuestra credencial del PAN, del PRI, del PT o del partido oficial!

Pero después de décadas de estar gritándole a un incompetente, a quien delegamos una tarea muy delicada, por lo mal que lo está haciendo, por puro sentido común llega un momento en que debemos dejar de gritarle y asumir nosotros mismos dicha tarea.

Y créame, siempre queda flotando en el aire la inquietud de: “¿Y si mejor fundamos nuestro propio partido... con juegos de azar y robotzuelas?”.

Hmmmm... Sí, si usted quiere lo puede intentar. Pero es una ruta mucho más larga e incierta. Sería mucho más fácil que los ciudadanos tomaran por asalto los partidos políticos actuales que, para bien o para mal, ya están posicionados y ya tienen representación y un presupuesto.

Y, si dejamos de lado a sus peores miembros y sus peores escándalos de corrupción, debe haber un partido político afín a cada ideología (más o menos) y, en principio (en sus estatutos), todos buscan lo mejor para México, lo que ello signifique según sus principios. Así que no tiene necesidad de ir a inventar nada, sólo habría que ir en masa a reclamarlos y despachar a los caciques que los manejan.

Es eso o ir a que le metan un garrotazo de oquis en el Zócalo para conseguir absolutamente nada.

La otra alternativa que todo mundo parece ignorar, sobre todo esos que sienten que no están debidamente representados, es que de hecho ya tenemos TODOS a un representante cobrando en cada una de las Cámaras Legislativas del Congreso de la Unión.

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¿Por qué en vez de ir a marchar con consignas y pancartas, no nos apersonamos físicamente ante nuestro diputado o senador? Y le decimos en qué sentido queremos que vote, qué iniciativas consideramos prioritarias y, sobre todo, cuáles repudiamos por completo.

Suena hasta extravagante, cándido, inocente... Sabemos que los legisladores son expertos en escabullirse, hacerse mensos, dorarnos la píldora, pero piénselo por un instante: ¿Qué es más factible? ¿Que nos atienda un dipu-torpe o sena-roedor... o la inquilina de un Palacio fortificado y resguardado durante un fin de semana en el que muy probablemente ni siquiera se encuentra allí?

El Ejecutivo no está obligado a recibirnos, los legisladores tienen un número finito de excusas que ponerle a sus representados, sobre todo si nos presentamos organizados en comités. Si canalizáramos con mayor precisión nuestro entusiasmo manifestante, podría resultarnos mucho más redituable.

Finalmente, el más alcoholizado de mis tíos sacó su carta fascista: “¡Lo que necesitamos es un ‘Bukake’!”.

– ¡No la chingue, tío! ¡Es BUKELE y, como sea, es una pésima idea!

Seguramente usted, entre sus familiares y conocidos opositores al régimen, tiene a alguien que le quema incienso al dictador salvadoreño, Nayib Bukele. Y si no lo tiene, es probable que el facho de la familia sea usted.

Hay un montón de razones para ni siquiera considerar como viable o deseable un régimen de excepción como el instaurado en El Salvador, por más que sus apologistas insistan que fue un remedio a la medida del problema delincuencial que enfrentaban.

Y por más que insistan en que ha tenido relativo o total éxito, cada día de un gobierno que no garantiza los derechos humanos (por más que insista que fue para manejar un problema) es un fracaso.

Y aquí es donde esos tíos se descosen: “¿Y a poco valen más los derechos humanos de los delincuentes?”. “La gente está respaldando a Bukele porque vive mejor”. “Eso es lo que le hace falta a México”.

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Otro día discutiremos por qué la política bukeliana es un craso error y un fracaso. Baste mencionar que es el propio Bukele quien se encarga de dar sus optimistas cifras; que distintos organismos internacionales acusan que hay un número indeterminado de inocentes encarcelados en esas prisiones del infierno; que el presidente ya se hizo con el control parlamentario y con la posibilidad de reelección infinita (y justo esa desarticulación institucional es la que nos tiene al borde del caos absoluto). Y todo a cambio de que los ciudadanos vivan con una cierta comodidad y relativa seguridad, a cambio de lo cual ya le regalaron a Bukele poder irrestricto. Eso no va a terminar bien.

Pero de momento no me alcanza el espacio para profundizar, y por este año la paciencia se me agotó también. Sólo le recomiendo que bajo ninguna circunstancia intente dialogar y menos trate de convencer a su tío.

Mejor sírvale otra, las que sean necesarias para que se quede dormido. Y si de plano insiste, ya de una vez pónganse a discutir por los terrenos de la abuela.

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