Del blanco y negro al baile ranchero
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En un mes de agosto de mediados de los años 1950’s, en el bar del máximo centro social de la ciudad, un grupo de amigos departe alegremente antes de que inicie el baile más glamoroso del año; el “Blanco y Negro”, llamado así, porque las damas lucían elegantes vestidos largos color blanco, y los caballeros, esmoquin con corbata negra de moño.
Disfrutando de un “Johnnie Walker”, Federico, joven perteneciente a una de las más opulentas familias, daba cuenta de su enésimo viaje a Europa, narrando sus aventuras, en particular sus visitas a casinos y cabarets. Este heredero, no se distinguía precisamente por su diligencia y apego al trabajo en los negocios familiares, acostumbrado a una vida de placeres y diversiones.
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Al calor del ambiente festivo, señaló que próximamente daría a conocer una noticia importante, sin embargo, ante la insistencia de los amigos, no pudo contenerse, anunciando que pronto pediría la mano de Irma, la hermosa hija de un acaudalado industrial. Ella era una mujer de pelo rubio rizado, ojos azules, de elegante talle y formas esculturales.
A esa misma hora, en el “Jockey Club”, otro grupo de amigos, “calentaba” motores con un “Club 45” o un “Evaristo Madero”. En esa tertulia figuraba Ernesto, bien parecido, de cabello y ojos de un intenso color negro y de buen porte, que trabajaba en una de las empresas del padre de Irma. Tenía un empleo modesto, que le permitía ayudar en los gastos de la casa de sus papás, y comprar ropa, sino lujosa, de buena calidad. Ese lugar era la antesala obligada para el “Baile Ranchero” de la Sociedad “Manuel Acuña”.
Ernesto parecía un tanto ajeno a las bromas y charlas de sus compañeros, pues le era imposible alejar de su memoria la imagen de Irma. Sucedió que un día, por motivo de su trabajo, debió llevar unos papeles para que fueran firmados por el rico empresario; el padre de la joven. Aquí hizo su entrada el destino, pues en ese preciso instante, la muchacha tenía un compromiso, y como el chofer se encontraba ausente, le pidieron a Ernesto que la llevara.
Al salir de su casa, Ernesto la esperaba parado recargado en la puerta del coche; aquello fue un flechazo, sus miradas se encontraron, brotando una química fulminante entre los dos. El silencio sólo se rompió cuando él preguntó el lugar al que la llevaría. Esas fueron las únicas palabras, pero el hechizo flotaba en el aire. De aquel encuentro habían pasado varias semanas.
Después de las diez de la noche, las parejas irrumpían en la pista de baile del Casino, al compás de la orquesta de Pablo Beltrán Ruíz, que alternaba con Lorenzo Hernández, quien solía sublimarse en esas ocasiones. Federico, ya entrado en copas, bailaba con Irma, a quien aburría con sus fanfarronadas y chistes de mal gusto. Por su parte, el “El Patio Español” de la “Acuña”, vibraba con las notas del gran conjunto de Luis Arcaraz, mientras, en el gimnasio, “Los Rancheritos del Topo Chico”, interpretaban sus famosas polkas.
Pasada la medianoche, varias parejas, entre las que se encontraban Irma y Federico, deciden trasladarse al “Baile Ranchero”, en busca de más diversión. Para entonces, la muchacha ya estaba fastidiada de su novio. Una vez en el centro mutualista, Ernesto, advierte la presencia de Irma en una de las mesas, y sus amigos lo retan —apuesta de por medio— a que la saque a bailar. Se acepta el desafío, y para sorpresa de todos, ella acepta la invitación.
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Federico no pudo hacer mucho a causa de la borrachera que se cargaba, y la pareja, bajo un cielo cuajado de estrellas, bailó al compás de “Viajera”, presagiando lo que sucedería después. Aquella noche, mientras sus cuerpos se estrechaban, surgió un noviazgo imposible. Los prejuicios sociales pronto pusieron obstáculos a la pareja; ella fue mandada con su prima a pasar unas vacaciones en Europa, intentando que se olvidara de Ernesto, quien fue despedido de la empresa, para borrar todo contacto con la familia.
Él estaba en desventaja, pues tenía que buscar un empleo, mientras que para Federico, no era problema cruzar el océano para visitar a la chica, sin embargo, no podía convencerla de fijar una fecha para el matrimonio, pues su corazón tenía otro destinatario. Así fue pasando el tiempo. Finalmente, sus caminos se separan; ella, cede a las presiones familiares y sociales, contrayendo nupcias con Federico, sin lograr la felicidad. Ernesto a su vez, forma una familia, pero en su memoria quedaría para siempre el recuerdo de aquel amor imposible. “Viajera que vas...”
Redondeo: Y Marcelo Juárez, sigue siendo el Rey.
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