Desesperanza: Niñas, niños y adolescentes, ¿los estamos protegiendo?

Opinión
/ 21 noviembre 2024

Aunque la humanidad ha alcanzado un progreso sin precedentes, la desesperanza individual revela que el bienestar estadístico no garantiza la felicidad ni previene tragedias

La sociedad humana se encuentra, a no dudarlo, en el mejor momento de su historia, pues nunca como ahora el futuro ha sido tan promisorio para cualquier persona... en términos estadísticos.

En efecto: nunca como ahora la expectativa de vida ha sido tan alta; nunca como ahora ha existido la posibilidad de sobrevivir a enfermedades que, hace apenas unas décadas, representaban una condena a muerte y nunca como ahora fue posible para tantos acceder a satisfactores que hace muy poco tiempo representaban un privilegio al alcance de unos pocos.

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Nunca antes tampoco hubo tanto conocimiento al alcance de todos, ni las condiciones sociales fueron tan favorables como para que cualquier persona pueda escalar hasta lo más alto de la pirámide social, independientemente de la cuna donde haya nacido.

Nunca como ahora, para decirlo con mayor claridad, los seres humanos nos encontramos tan cerca del ideal de igualdad que nos ha guiado en el último siglo. Esto constituye, sin duda alguna, un triunfo de nuestra civilización.

Realizar la enumeración anterior resulta indispensable porque sólo de esta forma es posible dimensionar una de las mayores contradicciones que caracteriza a las comunidades humanas contemporáneas: la existencia de una condición generalizada de desesperanza.

Y es que, contrario a lo que pudieran sugerir las estadísticas generales, los niveles de progreso que hemos alcanzado parecen insuficientes para conquistar el que constituye, de acuerdo con la opinión general, el pináculo de la existencia humana: ser felices.

Lejos de tal posibilidad, la insatisfacción individual pareciera ser el rasgo más evidente de quienes habitamos el mundo de nuestros días, circunstancia que se traduce en realidades tan indeseables como incomprensibles, tales como el hecho de que un creciente número de personas, entre ellos menores de edad, decidan quitarse la vida porque ya no encuentran ningún aliciente para preservar el sentido vital.

Eso se debe, sin duda, a que cada uno de nosotros, aunque forma parte de la estadística general, reacciona frente a la cotidianidad a partir de las experiencias que le toca vivir.

Para decirlo con mayor claridad: no somos un número, ni puede esperarse de cada persona un comportamiento ajustado al comportamiento de las variables que miden la conducta general.

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Eso implica que, para asegurar el bienestar de la comunidad, no basta con monitorear la estadística ni puede resultar suficiente el que los promedios de las variables críticas se ubiquen en “niveles aceptables”, pues ello implica ignorar la existencia de personas cuya realidad se ubica por debajo de lo aceptable.

En el caso específico de niñas, niños y adolescentes, lo anterior quiere decir que, además de monitorear las variables críticas en términos generales, debemos revisar cada caso en lo individual para asegurarnos de que ninguna historia personal se trunque, es decir, para garantizar que estamos cuidando de forma adecuada el futuro de la humanidad.

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