Deshumanización del poder absoluto: ‘¿Por qué querían matarnos? ¿Por qué nos mataron?’
¿Qué tanto hemos cambiado como humanidad cuando la violencia que ejecutamos contra nosotros mismos nos deshumaniza hasta la animalidad?
¿En qué momento la ideología, la religión y la política dejan de tener sentido racional? Cuando grupos que las profesan y las defienden, inclusive con sus vidas, intentan instalar o mantener un principio absoluto de poder.
La campaña que derrocó el gobierno sirio de 50 años de la familia Al-Assad, puso al descubierto un campo de exterminio: la prisión siria de Sednaya. “Amnistía Internacional la describió como un ‘matadero humano’, donde, según otros grupos de derechos humanos, decenas de miles de personas fueron torturadas y asesinadas durante los 13 años de guerra civil (2011-2024)”.
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Durante el conflicto y desde su construcción en 1987, Sednaya se convirtió en un lugar de depravación y violencia ilimitadas. Organizaciones de derechos humanos calculan que 40 mil manifestantes −mujeres y hombres− antigobierno, entre activistas, periodistas, médicos, trabajadores humanitarios, estudiantes y otros, fueron golpeados y torturados psicológica y físicamente −con corte de orejas, genitales o descargas eléctricas−, agredidos sexualmente, asesinados y cremados en esa prisión.
Sólo en los primeros diez meses, de octubre de 2023 a julio de 2024, del conflicto Gaza-Israel, murieron más de 40 mil palestinos: 136 cada día. De esta manera, Israel “se ha alineado con los regímenes más atroces en su empeño por imponer su voluntad sobre la sangre de sus enemigos, sean niños o mujeres”. Esta fue la respuesta de Israel a los atentados de Hamás, grupo islámico palestino, por haber asesinado a mil 200 israelitas y mantenido 250 rehenes en su incursión a territorio israelita, el 7 de octubre de 2023.
Regresemos a la historia para tejer este hilo de violencia y deshumanización del hombre contra el hombre.
El dictador ruso José Stalin selló una época llamada del “Gran Terror”: de agosto de 1937 a noviembre de 1938, más de 750 mil soviéticos fueron ejecutados tras ser condenados a muerte por una parodia de juicio: 50 mil ejecuciones al mes o mil 600 al día. Al mismo tiempo, “más de 800 mil soviéticos fueron condenados a diez años de trabajos forzados y enviados al Gulag o campo de concentración”.
Adolfo Hitler extendió ese gran terror con el nombre de “Solución Final”, al ordenar el asesinato de 2 millones 700 mil judíos en campos de exterminio; 2 millones fusilados o masacrados; y entre 800 mil a un millón en guetos, campos de trabajo y de concentración. Justo es recordarlo: Hitler también mandó asesinar entre 450 mil y 600 mil personas: gitanos, homosexuales o personas con alguna discapacidad física.
El dirigente chino, Mao Tsé Tung, entre “El Gran Salto Adelante” (1959- 1962) y el manto de “La Revolución Cultural” (1966-1976), mató entre 49 y 78 millones de chinos.
Pol Pot, a la cabeza de los Jemeres Rojos y bajo el grito de “perderte no es una pérdida y conservarte no tiene ningún valor”, acabó de 1975 a 1979 con la vida de un tercio de la población de Camboya: entre 1.5 y 2.2 millones de personas.
De 1986 a 1989, Saddam Hussein, dictador iraquí, llevó a cabo “una enorme campaña genocida titulada Al-Anfal (saqueo o despojos de la guerra contra el infiel), contra la población civil kurda, que dejó entre 50 mil y 182 mil asesinados, centenares de miles de desplazados, desaparecidos y un número indeterminado de heridos y enfermos”.
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Para ello, Hussein bombardeó y destruyó de manera sistemática ciudades kurdas, deportó y fusiló a sus habitantes en masa y desplegó una guerra química contra ellos.
¿Qué tanto hemos cambiado como humanidad cuando la violencia que ejecutamos contra nosotros mismos nos deshumaniza hasta la animalidad?
En ese momento, la ideología, la religión o la política, por más sofisticada que sea su argumentación, es irrelevante; para sepultar las preguntas de Hinta Gheorghe, el gitano romaní sobreviviente del holocausto oculto: “¿por qué querían matarnos? ¿Por qué nos mataron?”. Como el último aliento de una humanidad sorprendida de su capacidad para infligir dolor, muerte y terror a sí misma en nombre de las ideas.