Diablos
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Hace algunos años estuvo en Saltillo un gran artista: Miguel Sabido. Hombre culto, mexicano de buena casta –porque también los hay de mala–, Miguel se propuso mantener en el teatro y la televisión un espacio para las cosas buenas: la tradición; la historia; el orgullo de lo nacional.
Conocedor del náhuatl, rica lengua que hablaban sus ancestros, Sabido hizo una espléndida película, “Santo Luzbel”, con actuación de artistas renombrados, como Ignacio López Tarso. En ese film (no pongo con cursivas la palabra, pues la Academia ya la reconoce) Miguel Sabido narra la historia de una representación hecha en un templo católico por indígenas que mezclan a las creencias cristianas sus propias antiquísimas creencias.
Me contó Miguel que antes de escribir el guion para esa película leyó toda suerte de libros sobre las tradiciones mexicanas, y muy especialmente sobre las pastorelas.
-Ninguna obra sobre las pastorelas mexicanas –me dijo– hay mejor que la escrita por Wifredo Bosch.
Hemos de considerar saltillense a este escritor nacido en Cataluña. Vino a México en los avatares de la guerra civil de España. La fortuna, buena fortuna para nosotros, lo trajo a Saltillo, y aquí se quedó. Ensayista de mucho mérito, escritor de notables cualidades, hizo pronta amistad con los intelectuales saltillenses de aquellos años, los cincuentas del pasado siglo: Óscar Flores Tapia, Federico Berrueto Ramón, un muy joven Roberto Orozco Melo, Arturo Ruiz Higuera, Federico González Náñez, Hilda Sala; José León Saldívar...
No parecía catalán, en verdad, Wifredo Bosch, aunque hablaba con el acento de Barcelona, que licúa las eles y alarga el final de los períodos. Los catalanes son gente emprendedora, de industria y de comercio, y él era un hombre dado a la meditación, al tono menor, discreto y contenido. Quizás por eso hizo tanta amistad con Rafael del Río, poeta de igual temperamento que el suyo. Wifredo publicó “Las pastorelas en Saltillo”, libro editado por el Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas.
En su libro Wifredo Bosch recogió toda la riqueza de tradición de las pastorelas representadas en nuestra ciudad desde tiempo inmemorial. Registra, por ejemplo, el nombre de todos los diablos que aparecen en los antiguos “cuadernos de pastores”: Luzbel, Satanás, Asmodeo, Astucia, Barrabás, Belcebú, Pecado, y otros menos conocidos: Asturiel, Astarón (quizá sea Astaroth), Asmón, y otro con nombre que parece de tira cómica moderna: Bullasmán.
Decía mi inolvidable tío Ernesto Valdés, de Arteaga, que nunca hay que llamar a los diablos por su nombre, y ni siquiera decir “los diablos”, pues al oír la palabra piensan que uno los está convocando, y vienen. Hay que referirse a ellos llamándoles “los nombrados”. Así no se darán por aludidos, y no vendrán.