Dictadura... Primeros pasos

Opinión
/ 17 julio 2025

Algunas de las peores tiranías no comenzaron incurriendo en abiertas arbitrariedades, sino emprendiendo acciones perfectamente legales

Algunas de las peores dictaduras que han enfermado a la humanidad no comenzaron con una sacudida política y social. Probablemente, los ciudadanos que las padecieron ni se percataron en un inicio, y se sentían exactamente igual un día antes que un día después de instaurados los peores regímenes de los que tengamos memoria.

Parece que los repentinos manotazos del poder son más bien raros y hasta contraintuitivos, pues la imposición de un súbito cambio de reglas (de un Estado de relativa democracia y libertad a uno represivo) genera gran resistencia. En cambio, el trance hacia el absolutismo se suaviza y acepta mejor cuando se hace de manera sutil, gradual (existe una metáfora con ranas en agua hirviendo, pero no hago alusión a ella porque me angustia mucho... ¡pobrecitas ranas!).

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Pero en efecto, una dictadura se asimila mejor como la nueva realidad si nos la empujan de a poquito (ahí disculpe lo gráfico). En el ínter, los voceros y corifeos del oficialismo acusan a toda la oposición (política y civil) de exagerados, tremendistas, de agoreros y desestabilizadores, de enemigos del cambio y, por supuesto, de conservadores; de estar añorando un pasado injusto, cuando sólo es la resistencia a un catastrófico futuro.

Algunas de las peores tiranías no comenzaron incurriendo en abiertas arbitrariedades, sino emprendiendo acciones perfectamente legales (o apenas al límite de la legalidad), a veces “provisionales” sólo para restaurar un supuesto orden.

Es característica también de esta fase la concentración de facultades en el Estado, la estatización de derechos y prerrogativas que deberían ser del ámbito ciudadano, asumiendo el completo fracaso de la sociedad para autorregularse en absolutamente lo que sea, desde la organización electoral hasta el ejercicio de su libre expresión. Y en el remotísimo caso de que alguien llegase a interpelar al régimen por estarse arrogando funciones más allá de sus facultades, éste se asumirá como un movimiento popular, ergo: Las políticas del régimen son voluntad del pueblo. ¡No tiene maldita falla! ¿Le suena familiar?

A la par, hay que ir reescribiendo la ley, ajustar el marco legal a conveniencia para que entonces cualquier abuso, exceso o atropello esté normalizado por la vía legal. Claro, ninguna ley va a decir explícitamente que es legal el encarcelamiento político, el espionaje de los ciudadanos o la censura. Se trata de redactar leyes que oculten la verdadera intención y que dejen a la interpretación del Estado su real significado.

Lo más irónico y patético es que muy probablemente esto se haga con la indiferencia o con la total aprobación de una ciudadanía entusiasta, convencida de que está poniendo sus derechos al mejor resguardo.

La dictadura por antonomasia, el régimen nazi, comenzó con una llamada Ley de Habilitación, que facultaba al gobierno de Hitler a aprobarse otras leyes sin necesidad de la aprobación parlamentaria. Y claro, se aprobó como medida de emergencia, sólo en lo que se restablecía el Estado de derecho. ¡Qué podía salir mal!

Y aquí sí, dejémonos de sutilezas: El régimen de la Cuarta Transformación hizo lo propio cuando, con una mayoría conseguida con una interpretación chapucera de la ley, sacó adelante la reforma judicial y, con ella, todos los delirios que se quedaron en el escritorio del autor de esta catástrofe.

A partir de entonces, no es como que vivamos de facto en la pesadilla de Pinochet o en el “Paraíso” Revolucionario de Castro, es sólo que comenzamos a sumar absurdos y arbitrariedades nimias en apariencia, por aquí y por allá, todos los días, a lo largo y ancho del territorio. Cada una, por sí misma, no pasaría de lo anecdótico, pero en su conjunto van construyendo la nueva normalidad.

Ya hemos enlistado estas pequeñísimas atrocidades, que el vulgo percibe pintorescas, de nuestra política mexicana de toda la vida, pero que cualquier analista medianamente serio reconoce como síntomas de la descomposición del Estado y su franco enfilamiento hacia la senda dictatorial. A saber:

“El Incidente Noroña”, refiriéndonos a la reciente ocasión en que el impresentable utilizó su poder como presidente del Senado para doblegar la voluntad de un ciudadano y humillarlo con una disculpa pública en el recinto legislativo, como si fuera una especie de majestad... un rey feo, loco y ruin (agregaría yo). Noroña asegura que fue un acto libre y voluntario, ¡claro! Por qué tomar en consideración la desigualdad entre un ciudadano y todo el inmenso poder del cual goza hoy el esbirro más ruidoso del partido oficial.

Para el lector de noticias promedio, no es más que otra de las ocurrencias de un borracho de poder que no controla su embriaguez. Para el entusiasta del régimen, siempre habrán sido peores los excesos del pasado. Pero el analista serio advierte las primeras señales de una lamentable historia bien conocida por la humanidad.

Segundo evento: La inhabilitación para ejercer el periodismo durante dos años en contra del reportero Jorge Luis González Valdez, de Campeche; y contra el diario Tribuna para que retire todos sus contenidos de la red, dictada por una jueza local para favorecer a la gobernadora Layda Sansores (otro esperpento humano con ínfulas monárquicas igual que Noroña). Podríamos sumarlo también como otra más de las extravagancias de este residuo priista que hoy desgobierna a los campechanos, pero la inhabilitación periodística no tiene precedente en la historia reciente de México y sólo países como Corea del Norte y afines, se atreven a imponerla.

No es cosa menor, ni es necesario que de momento se impongan mordazas semejantes a toda la prensa. Basta con que durante esta etapa embrionaria de la dictadura, nos vayamos haciendo a la idea, que lo vayamos normalizando. El evento “aislado” sirve como disuasivo (para que otros medios y periodistas se lo piensen) y para que la sociedad lo asimile mejor.

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Finalmente, el caso de la madre de familia sonorense, Karla Estrella, sentenciada ¡por un tribunal electoral! a 30 días de disculpas públicas vía “Twitter” en favor de la diputada DATO PROTEGIDO (que es de lo que originalmente pretendía hablar hoy y quizás lo hagamos después) es de igual manera aberrante.

No encuentro un país democrático en el mundo actual en el que se imponga un castigo tan pueril, pero sobre todo tan intencionalmente diseñado para la pública humillación del ciudadano. ¡Y por una autoridad que está para sancionar partidos, candidatos y otros actores electorales, no a los ciudadanos por opinar!

Y aunque ha tenido por fortuna un giro feliz y simpático en favor de la cordura, no es suficiente para que deje de surtir efecto como advertencia, ni para disipar el hedor inconfundible que enrarece el ambiente cuando se cocina una dictadura. Si usted no percibe el fétido aroma, felicidades: es porque usted mismo aporta un ingrediente esencial en la nefasta receta: la aquiescencia popular.

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