Diplomacia y pacifismo: reflexiones en torno a la crisis diplomática entre México y Ecuador
Por: José Rafael Grijalva Eternod
El pasado 5 de abril, fuerzas ecuatorianas irrumpieron en la embajada de México en Quito para detener al exvicepresidente Jorge Glas (a quien se le había otorgado asilo diplomático), lo cual ha constituido un momento crítico para las relaciones consulares al transgredir la tradicional inviolabilidad de las sedes diplomáticas. Este hecho invita a plantear diversas reflexiones acerca del origen, sentido e importancia de la diplomacia en el concierto de las relaciones internacionales, así como de la relevancia del derecho internacional en la defensa y protección de un modelo de interacción global basado en el arreglo pacífico de las controversias.
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El origen de la diplomacia como mecanismo formal para resolver pacíficamente conflictos internacionales puede trazarse desde la historia antigua. No obstante, se considera que el momento fundacional de la diplomacia moderna se dio con el Tratado de Westfalia de 1648, el cual, además de poner fin a la Guerra de los Treinta Años, instauró numerosas costumbres y principios que, hasta el día de hoy, guían y regulan las relaciones internacionales entre Estados.
Más adelante, con la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se planteó la pertinencia de codificar las prácticas diplomáticas y consulares que por más de tres siglos se habían consolidado, lo que llevó a la entrada en vigor de diversos tratados internacionales –como la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 y la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares de 1963– los cuales, además de sistematizar las normas que regulan las interacciones diplomáticas y consulares entre los Estados, constituyen una expresión de los esfuerzos internacionales por formalizar dichas reglas en el derecho doméstico de cada país, asegurando con ello una base legal común dirigida al mantenimiento de la paz y al fomento de la cooperación internacional.
En el contexto actual, caracterizado por desafíos globales en materia de seguridad, salud, comercio, etcétera, la diplomacia constituye –quizá hoy más que nunca– una herramienta fundamental para el abordaje colectivo y eficaz de numerosos problemas desde el entendimiento mutuo y desde la aceptación de los compromisos compartidos. Así, ante la existencia constante de disputas entre Estados (algo común en las relaciones internacionales), la diplomacia promueve el diálogo y la mediación como medio primario para la resolución pacífica de conflictos, lo que resulta fundamental para la construcción de la paz y la seguridad mundial.
Y en efecto, la diplomacia es, en esencia, un instrumento de pacifismo, pues busca por todos los medios evitar el recurso de la violencia, especialmente en tiempos de tensión porque es ahí cuando resulta indispensable no escalar los conflictos para poder generar canales que permitan promover los intereses de las naciones enfrentadas de forma pacífica y efectiva. Contrario a ello, la falta de diplomacia puede conducir a un deterioro de las relaciones internacionales, a la limitación de las capacidades de los países en disputa para trabajar juntos en hallar soluciones comunes, al aislamiento internacional (con los perjuicios económicos y políticos que ello implica), generando situaciones prolongadas de inestabilidad y, en casos extremos, al desencadenamiento de conflictos bélicos. Estos efectos son evidentes en la actual crisis diplomática entre México y Ecuador, donde, entre otras cuestiones, ambos países han interrumpido sus relaciones internacionales, han suspendido las negociaciones para la firma de un tratado de libre comercio –lo cual era fundamental para el ingreso formal de Ecuador en la Alianza del Pacífico– y han intercambiado públicamente serias acusaciones que profundizan la brecha entre estas dos naciones históricamente aliadas.
Ante esta compleja coyuntura, México ha optado por acudir ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para solicitar un fallo que establezca la responsabilidad internacional de Ecuador por violar obligaciones internacionales al ingresar forzosamente en la embajada mexicana en Quito. Esta acción de la Cancillería mexicana, que busca una reparación formal y el reconocimiento de la violación de los principios diplomáticos fundamentales, no sólo resalta la importancia del derecho internacional para la resolución de disputas internacionales, sino que también representa una oportunidad excepcional para que la Corte confirme la solidez del derecho diplomático.
Este punto para nada es menor, pues al analizar las transgresiones a la inviolabilidad de las sedes diplomáticas, la Corte Internacional tiene en sus manos la posibilidad de sentar un importante precedente que disuada a los Estados de cometer violaciones similares en el futuro, demostrando así la capacidad del sistema jurídico internacional para actuar como un mediador efectivo en controversias internacionales. Por lo tanto, la Corte Internacional debe ser consciente de que su fallo no impactará únicamente a México y Ecuador, sino que también influirá en cómo la comunidad internacional valora la diplomacia como método efectivo para la resolución pacífica de conflictos.
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En resumen, la diplomacia se ha erigido, por siglos, como un pilar del derecho internacional al garantizar la comunicación y la negociación efectiva entre Estados, incluso en tiempos de máxima tensión. En consecuencia la diplomacia no es una opción más entre las herramientas de política exterior con que cuentan los Estados, sino una necesidad imperativa para mantener la paz, la seguridad y la cooperación internacionales. Sin ella, las relaciones internacionales podrían desembocar en un escenario marcado por el conflicto y la desconfianza mutua entre naciones al carecer éstas del primer recurso instaurado en el lejano Tratado de Westfalia: el diálogo y el entendimiento mutuo en la arena global.
El autor es Investigador de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH