¡Duro, Alito! ¡Duro! ¡Duro!
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Allá afuera, estos que se dicen que participaban en el PRI, una bola de cínicos, de lacayos, de esquiroles al servicio del gobierno y de sus intereses que quieren romper la unidad a cambio de impunidad. Eso es lo que quieren (este agudo escribidor observa que los integrantes de la camarilla de Alito, sentados en el presídium, congelan su sonrisa, bajan la mirada y se preguntan con un pudor insospechado: ¡a cabrón!, ¿estará hablando de él mismo y de los adentro que somos nosotros?).
“Pero quiero compartirles a todas y a todos ustedes, ellos fueron el peor lastre para nuestro partido. Ellos estuvieron al frente cuando castigaron al PRI con el Pemexgate (Rogelio Montemayor Seguy, bostezó). Hay militantes del PRI vinculados al asesinato de nuestro candidato presidencial (Manlio Fabio Beltrones no quitó la mirada de su celular), y eso le costó al PRI. (Este molesto escribidor inquiere: ¿Y las 11 gubernaturas perdidas? ¿Y los millones de militantes perdidos? ¿Y la incapacidad priista para ser una verdadera oposición? ¿Y la derrota, más reciente, por 35 millones de votos en contra?).
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“¡No vamos a tapar a nadie! ¡Vamos a exigir cuentas! ¡Transparencia! (desde su abyección militante, algunos priistas −no todos− más obligados que con ganas −gritan: ¡Duro! ¡Duro! ¡Duro!). (Este impertinente escribidor observa que por la mente de los miembros de la camarilla de Alito, pasa una imagen de la propia desnudez pública de cada uno de ellos, parados un mediodía, alrededor del asta bandera ubicada en el Zócalo de la Ciudad de México).
“¡Y los vamos a convocar a que cumplan con su responsabilidad! Por ello hay que dejarlo claro (emocionado hasta el paroxismo, Alito repite ‘¡duro!’ 9 veces; mientras un frenético Rubén Moreira, sin chaleco o chamarra roja tricolor, lanza, desde el presídium, su puño izquierdo al inframundo, donde están el cuarto y el noveno círculo de Dante, que les esperan para purgar su castigo por avaricia, materialismo y traición).
“Por ello es tiempo de hacer un alto en el camino, de estudiar la justa dimensión, los orígenes y la coyuntura en la que nos encontramos (el escribidor disfrazado de trabajador del panteón, le indica a Alito el espacio −ya listo− de la tumba de su partido con tres coronas de flores ya marchitas a la espera: una es de la Confederación de Trabajadores de México; la segunda es del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y la última es de los actuales militantes priistas que ya compraron sus chalecos guinda para iniciar su militancia en Morena)”.
Finaliza Alito: “Dejar muy presente que vamos a iniciar un gran trabajo por todo el territorio nacional” (bajo mi liderazgo −cuasi divino, pensó Alito, que durará con Carolina Viggiano, secretaria general del partido, hasta 2036).
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Sus palabras, como diría Sigmund Freud, son un espejo o reflejo de sí mismo. Dicho de otra forma, son un mecanismo de defensa para atribuir a otros lo que realmente es: cínico, lacayo, esquirol (al servicio del gobierno), rompedor de la unidad a cambio de impunidad y falto de transparencia y rendición de cuentas por su fortuna personal.
Síguele, Alito, vas bien. ¡Duro! ¡Duro! ¡Duro, papá! Dos círculos del inframundo −ansiosos− te esperan a ti y a los integrantes de tu camarilla.