Damos inicio a esta serie de artículos en los que trataremos de refutar algunas de las ideas más perniciosas y erróneas que amueblan la mente de los defensores del presente régimen.
Podemos anticipar que dichos artículos no serán del agrado de aquellos para quienes llevan dedicatoria y que difícilmente convencerá de nada o harán reconsiderar a nadie, porque la devoción (política o religiosa) se basa en una necesidad de creer, que pesa más que cualquier razonamiento.
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Aun así, lo considero un deber (además de que me encanta patear el avispero y comprobar cómo la frustración dialéctica siempre deriva en un ataque de índole personal). Pero antes de ir a los temas concretos, a manera de curso introductorio, necesitamos delimitar el concepto que da nombre a esta serie: chairo.
¿Qué es un chairo?
No es que me guste relativizar las cosas, de hecho es algo que me disgusta mucho, pero la definición ha variado y se ha distorsionado con el transcurso de los últimos cinco años de fracaso del actual Gobierno Federal.
Chairo solía describir, hasta antes del triunfo y arribo al poder del Mesías de Macuspana, a un individuo decididamente de izquierda (no, querido morenista cuatrotero, el régimen lopezobradorista es populista, no de izquierda); alguien contestatario y crítico del régimen; una persona cuyas aspiraciones de igualdad y justicia social lo hacían pecar no pocas veces de ingenuo. De manera peyorativa, se utilizaba para denostar a los idealistas con una verdadera falta de compromiso.
De hecho dediqué todo un artículo a defender la ideología chaira de cara a las elecciones de 2018 y mi completa adhesión a tal postura que, con todo y sus deficiencias y radicalismos rancios, tenía como piedra fundacional el anhelo de igualdad.
Y no nos referimos ni por asomo a la temida “igualdad marxista-comunista”, que siempre y con voz de alarma invoca la derechuza (de cuya educación también nos habremos de ocupar eventualmente) ante la menor posibilidad de que cualquier partido medianamente progre o de izquierdas llegue al poder. No, hablar de igualdad se refiere a una amplia cobertura educativa y de salud, básicamente, no a quitarle una de sus dos vacas para darle una al vecino (¡pero es que hay cada pendejazo!).
Sin embargo, antes de concluir el primer año de su mandato, López Obrador nos dejó bien en claro dos cosas: una, que no cumpliría con nada de lo prometido; y dos, que todo se le iba a ir en excusas y en culpar a terceros por sus fallas y omisiones.
Pero por más que se hacía evidente, a golpe de mañaneras, que el Presidente es un maestro en eludir los cuestionamientos, en sortear los temas incómodos, en transferir culpas y responsabilidades y, en última instancia, en descalificar a sus críticos (sean ciudadanos de a pie o bien acreditados organismos internacionales), un amplio sector de sus votantes no daba trazas de aminorar su entusiasmo ni de menguar su devoción por el líder de la Transformación.
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Conforme los asuntos sin resolver fueron acumulándose en el escritorio del Ejecutivo, los detractores del régimen tuvieron con que fustigar a aquellos cuyo corazón seguía palpitante de fervor amloísta, y estos hicieron más virulentas y personales sus argumentaciones.
Entonces, retomando, chairo pasó a significar un defensor a ultranza del gobierno, un vocero del oficialismo, un apologista de la Cuarta Transformación que no es otra cosa que la expresión institucional de la veleidosa voluntad de un líder sin ninguna clase de visión ni preparación.
Chairo pasó a ser el necio que defiende una colección de necedades que ni siquiera son sus propias necedades, sino las que el Presidente escupe en su emisión matinal de lunes a viernes, mismas que hay que acatar como axioma o dogma, so pena de ser considerado un traidor a los nobles ideales del movimiento.
El chairo es esa persona capaz de las más asombrosas contorsiones retóricas e intelectuales con tal de salvaguardar la narrativa del ocupante del Palacio.
Chairo es quien aplaude a este régimen lo que tan rabiosamente reprochaba al régimen anterior.
Chairo es aquel que sacrifica la lógica y la razón en favor de un salto de fe al vacío del discurso presidencial.
Chairo es ese que acusa conspiraciones en todos lados para derrocar al Gobierno de la Transformación, contagiado de la paranoia creada por la demagogia.
Un chairo es el que, ante la contundencia de las malas noticias, prefiere acribillar al mensajero.
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Chairo es el que, por defender a un político errático, contradictorio, pueril, balbuceante y demostradamente mentiroso, le dio la espalda a su familia y amigos.
En fin, que chairo pasó de idealista trasnochado a defensor irascible de un régimen que no sólo lo pisotea, sino que comete en su nombre toda clase de abusos, crímenes y atropellos a la libertad.
A ellos dedicaremos los futuros artículos de esta serie didáctica. ¿Serán tres, serán doce, serán ciento cincuenta y dos? Sólo el tiempo lo dirá y su periodicidad la dictarán mis ganas de soportar mentadas de madre.