El camino... todo comienza en casa

Opinión
/ 14 marzo 2022
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Urge emprender la cruzada de la no-violencia en el seno de la familia

EL 24 de febrero, el mundo enmudeció: Rusia, injustificadamente, invadió Ucrania. El terror de una nueva guerra empezó a cabalgar sobre Europa, despertando las heridas de la Segunda Guerra Mundial; abriendo la terrorífica posibilidad de otra guerra planetaria; sumiendo en el horror a millones de inocentes personas. Guerra que indubitablemente muestra lo irracionales, crueles y cavernarios que seguimos siendo en pleno siglo XXI.

La guerra y el odio están entre nosotros. No solo en la lejana Ucrania, sino también en México: en sus calles, en el ámbito laboral, en la política, en las escuelas, en los estadios y en los hogares.

Ante esta realidad sería prudente recordar la sentencia histórica expresada por Mohandas K. Gandhi: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”; cierto: se puede luchar por ideales sin recurrir jamás a la violencia, bajo ningún motivo y desde ningún aspecto. Lógico: somos atraídos por la paz, pero no lo sabemos.

Albert Einstein comentó sobre Gandhi: “vendrán generaciones, puede ser, que difícilmente crean que un hombre como éste caminó alguna vez en carne y sangre sobre la tierra”. Efectivamente, Gandhi fue un “hombre singularmente bueno” que iluminó a la humanidad enseñándole que la verdad es “la cosa más natural del mundo”; de hecho, tiempo atrás ya lo había dicho el Nazareno “conoceréis la verdad, y la verdad os libertará”.

Este hombre derrotó, sin una sola arma, a la corona inglesa; solamente utilizó el poder de su espíritu, legando así al mundo la filosofía de la no-violencia, doctrina que considera exclusivamente medios rectos para emprender cualquier clase de negociación con la “contraparte”, basándose en cuatro principios básicos: respeto, entendimiento, aceptación y apreciación; precisamente, esos que Putin ha obviado.

La mayoría hemos oído hablar de Gandhi; sin embargo, posiblemente aquellos que suben a las tribunas con la pancarta de la “no-violencia”, ni siquiera conocen los profundísimos retos que este ideal implica a nivel personal. Posiblemente, también ignoran el origen de esta convicción que marcaría la vida de Gandhi.

Herencia

Para conocer esta parte oculta de su vida los dejo con Otto Wolf, el biógrafo alemán de Gandhi, que revela la extraordinaria y desconocida experiencia que haría que este hombre decidiese emprender el camino de la no-violencia para buscar la independencia de su país:

“La no-violencia, no es otra cosa que la omnipotencia del amor; ésta será para el muchacho, junto al lecho donde el padre yace enfermo de muerte, una experiencia que él mismo definirá como la más trascendental de su juventud. Unos condiscípulos le habían inducido a robar un anillo de oro del brazalete de su hermano. La crisis moral no tarda en presentarse. Gandhi considera la posibilidad del suicidio, pero luego se decide a entregar a su padre una confesión escrita”.

“Temblaba cuando se la alargué. Él la leyó hasta el final y mientras lo hacía resbalaban por sus mejillas lágrimas como perlas que iban a caer al papel. Y esas lágrimas, esas perlas de amor, purificaron mi corazón y lo limpiaron de mi pecado. Sólo quien ha conocido un amor semejante puede comprenderlo. Fue mi primera lección en la no-violencia. Entonces sólo alcancé a ver en ella el cariño de padre, pero hoy sé que era pura no-violencia. Cuando ésta se extiende avasalladora, transforma todo cuanto toca. Su poder no conoce límites.

Esta experiencia de amor paterno, dispuesto al perdón, sólo pudo producir en él una impresión tan definitivamente decisiva porque al mismo tiempo venían a sumarse a ella otras que, por decirlo así, formaban una atmósfera de no-violencia”.

Como ejemplo existe una pequeña poesía en gujarati, su lengua vernácula, impresa en uno de sus libros escolares:

“Por un breve sorbo de agua, da una comida abundante. Por un ligero saludo, tú reverencia afectuosa. Por la moneda de cobre, paga con moneda de oro. Y a quien te salvó la vida, da de tu vida el tesoro. Como norma de conducta, sigue del sabio el empeño. Y hasta diez veces devuelve el servicio más pequeño. La verdadera nobleza, ve en cada hombre un hermano. Y a devolver bien por mal, tiende gozosa la mano”.

Lo que expresan los dos últimos versos es lo que ha hecho mi padre conmigo, se dice el muchacho. En realidad, esta poesía lo acompañará hasta su muerte. Estos versos del libro escolar serán la norma de su vida y el recordatorio eterno de la experiencia tenida junto al lecho de muerte de su moribundo padre”. Hasta aquí la historia.

Desde el hogar

Gandhi sabía que la no-violencia representaba la conducta natural de quien ama la verdad, que solamente puede ser veraz en su conducta quien lo es en su propio ser; quien vive el amor. Ese amor que tiene su génesis en el testimonio que los padres sembramos en los corazones de los hijos.

Por ello, es preciso priorizar las actividades para emprender los equilibrios de vida que permitan desarrollar relaciones profundas y significativas en la familia. Relaciones basadas en la comprensión y el respeto; relaciones familiares que originen la paz y que a todos nos permitan desarrollar una existencia comunitaria basada en la benevolencia.

Entonces, más que con palabras, deberíamos formar a los hijos mediante el ejemplo: si los otros son los que destruyen, que vean que uno es quien construye; si los otros son pesimistas, que vean en uno el optimismo; si los otros son los que critican, que vean que uno es el que comprende; si los otros desacreditan a las autoridades, que vean que uno las respeta, pero con exigencia; que si los otros son violentos en la palabra, que ellos aprecien en uno el lenguaje cordial y limpio; si los otros son quienes piden, que en uno vean el servir con placer; que si los otros son permisivos, que vean las ventajas de la prudencia; que si los otros les dan a sus hijos absolutamente todo lo material, que los de uno aprendan la sabiduría de merecer y la riqueza de anhelar; que si los otros son deshonestos, que aprendan del ejemplo de la honradez; que si los otros gastan por gastar que de uno aprecien la frugalidad.

En fin, que ellos vean en sus padres, lo que éstos desean ver en sus hijos: el amor por la verdad, la honestidad, la paz, la convivencia y el respeto como forma de vida.

Servir de reflexión

La experiencia de Gandhi también pudiese servir de reflexión y ejemplo para terminar, de una vez por todas, con la irresponsabilidad y la terrible violencia que, en estos tiempos, habita entre nosotros. La tarea es acabar con esa realidad que hoy muchos hijos padecen en silencio: la de tener papás ocupadísimos, orientados al trabajo y a la búsqueda exclusiva del bienestar material y tal vez social.

También sería conveniente que los hijos respeten a sus padres, sabiendo que los límites que les imponen tienen una razón de ser: su bienestar y seguridad. Que los aprecien como personas; que tengan signos de gratitud en palabras y obras; que emprendan sus labores escolares sabiendo el sacrificio que en muchas ocasiones sus padres realizan; que estén dispuestos a cederles canales de comunicación “presenciales” ante el mundo digital.

Sería bueno dejar esa costumbre que en ocasiones tienen los hijos: dejar a un lado de sus vidas a sus propios progenitores viéndolos como simples proveedores de satisfactores.

Efectivamente, sería bueno evitar tener hijos huérfanos estando los padres vivos y también dejar de tener padres olvidados por sus propios hijos.

Qué grave sería si tardíamente las personas comprendieramos esta responsabilidad compartida, pues entonces sería, para nuestro pesar, como jamás haberla omprendido.

Amor

La paternidad responsable reside en que los padres seamos testimonio de aquello que queremos ver en nuestros hijos. Adicional a la paternidad responsable, se encuentra el amor responsable -el débito- de saber ser hijos. Por ello, los hijos tienen el compromiso de respetar y velar por sus padres, cuidando el buen nombre de su sangre. Sería conveniente que cada familia lo comprendiera y viviera, para erradicar la violencia que nos habita.

Urge emprender la cruzada de la no-violencia en el seno de la familia, sabiendo que la paz es el camino y que son el respeto, la solidaridad y la fraternidad las claves para caminarlo. Comprendiendo que ese camino siempre empieza en casa.

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