El derecho a la eutanasia y la voluntad de Sheinbaum
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Todas y todos debemos tener consagrado en la Constitución y en las leyes secundarias el derecho a que eventualmente decidamos un buen morir y que alguien nos asista médicamente para lograrlo en paz
El derecho al buen morir es justamente eso, un derecho. Por tanto, así debería estar consagrado en la constitución de un país que se dice gobernado por un movimiento de izquierda y, en consecuencia, así debería estar regulado en las leyes secundarias de esa nación, cuyo gobierno se proclama progresista.
Creo que no hay un acto que demuestre más amor que dejar morir a quien se ama, inclusive a quien más se ama. Nadie quiere que muera un ser amado, mucho menos uno de los seres más amados, o el ser más amado. Se tiene que amar de una forma tan profunda, generosa y desprendida a alguien para poder decirle: “Está bien, por encima de mi deseo incontrolable de verte viva, por encima de mi necesidad de tenerte viva, de saberte viva, muérete. Respetaré tu decisión, muere. Es más, te ayudaré a morir, veré que un médico te ayude morir”.
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Mi madre, Miriam Molina Sobrino, murió justamente hace diez meses, luego de siete semanas de estar postrada en un hospital. Nunca la vi sufrir como padeció ahí. Jamás. Una mujer siempre tan vital, fuerte, poderosa, demoledora de techos de cristal, innovadora, disruptiva y risueña, de pronto, de un día a otro, ahí estaba, inválida, vulnerable a más no poder. Indefensa. Nunca vi su cuerpo tan amolado como esas semanas de terror. Su rostro demacrado, sufriente como jamás lo hubiera imaginado. Visitarla todos los días era una tortura... porque ella yacía en una cama siendo torturada hasta la ignominia a manos de la ciencia médica.
En sus momentos de consciencia estaba intubada, no podía hablar, y eso la ponía furiosa: su mirada yucateca de fuego era letal y luego... suplicante. Imploraba en silencio. A mí se me hacían cachitos el corazón, la mente, el alma, la razón, la vida misma. En esos días yo era como un niño abandonado en la calle, un niño perdido y desvalido que deambulaba bajo la lluvia sin encontrar a su mamá ni saber hacia dónde ir y qué hacer. Un niño extraviado con el corazón hecho añicos que sólo necesitaba compañía, silencio, una mano, comprensión, empatía, amor, pero yo tenía que abandonarme a mí mismo, no sentir nada, desprenderme de mí y pensar nada más en ella. Sí, mirar sus ojos claros avellana y preguntarle sin matices.
—Mamita, ¿quieres que pare el tratamiento y morirte? Asintió. Yo me deshice, pero era la última decisión de vida de una mujer extraordinaria que merecía la dignidad de ser respetada, de ser abrazada y acompañada una última vez no sólo por nosotros, sus hijos, sino por el Estado mexicano.
En días recientes se ha vuelto a debatir el tema por el caso de Samara Alejandra Martínez Montaño, quien ha padecido lo indecible en cuerpo y alma y que promueve la llamada Ley Trasciende para legalizar la eutanasia en México. No es tan complicado. La mujer que no quiera abortar, que no aborte, pero quien sí desee hacerlo por la razón que sea debe tener las condiciones sanitarias adecuadas para hacerlo. Los médicos que no quieran participar en un aborto, que no lo hagan, pero los demás deben contar con certeza jurídica. La mujer u hombre que no desee la eutanasia, que no la use, pero quien la desee debe tener ese derecho legal, tal como los doctores que deseen ayudar a trascender deben contar con el marco jurídico que les permita hacerlo.
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Yo estaría muy orgulloso de que la primera Presidenta de este país apoyara sin matices esa iniciativa. Todas y todos debemos tener consagrado en la Constitución y en las leyes secundarias el derecho a que eventualmente decidamos un buen morir y que alguien nos asista médicamente para lograrlo en paz.
Si hoy fuera el caso, ejercería mi derecho al buen morir. Esperaría una hermosa despedida con música, comida rica y bebida exquisita, muchas lágrimas, sí, seguro, pero aún más sonrisas, carcajadas y abrazos tiernos llenos de amor. Ellos lo saben y se comprometieron a respetar mi derecho que hoy, igual que Samara, le exijo a mi patria.