El dilema de la financiación del teatro en México (parte 3)
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En un mundo ideal, uno en el que el arte es una actividad redituable, las becas y los estímulos no son indispensables. El ver al arte como producto comerciable plantea otros dilemas que atañen a la libertad en el discurso del artista y que exigen definir a partir de dónde se puede considerar que se “prostituye” a la misma. De todas formas, si alguna vez esperamos que ser artista sea una ocupación digna y bien pagada, deberíamos de empezar a pensar en cómo hacer dinero de ello más eficientemente.
El problema que precede a las iniciativas más o menos exitosas de las que hablamos en las entregas pasadas se reduce básicamente a esto: el arte como “actividad productiva”, en la gran mayoría de los casos, no genera verdaderos ingresos al artista. Si las becas y los apoyos necesitan existir, es porque hasta ahora no hemos logrado encontrar un modelo de negocio que funcione para el arte en México.
Hay quien ni siquiera se siente cómodo asociando las palabras negocio y arte, y quizás ese sea el primer obstáculo a vencer, aunque no el más difícil. Hasta el creador más mentalizado y dispuesto a buscar maneras de generar ingresos a través de su arte se topará con otros problemas que no dependen de él mismo. Y aquí los escenarios varían, pero en el teatro definitivamente los más mencionados son falta de público, falta de inversión y falta de estándares y tabuladores realistas.
La falta de público, hay que decirlo, es un término muy general y en cada localidad se puede encontrar en diferentes grados y se le pueden adjudicar diferentes motivos. En Saltillo, bien se dice entre la comunidad artística que el público existe; lo que no existe es el público dispuesto a pagar una entrada.
Se observa en la ciudad un fenómeno curioso que es tranquilizador y preocupante al mismo tiempo. Es tranquilizador porque confirma que el problema es en mucho menos medida una desconexión del creador con su público; vaya, que, en sus múltiples facetas, el teatro en Saltillo tiene gente a la que le interesa ver lo que proponen los artistas. Es preocupante porque lo que se ve es que el trabajo que implica llevar a cabo un montaje teatral no se considera o no se conoce; la gente no entiende por qué un boleto puede costar 200 pesos o más y como no lo encuentra justificable no está dispuesto a pagarlo. Eso, o simplemente no se encuentra en la lista de prioridades del público. Sabemos que no se puede comer teatro, si se pudiera no estaríamos teniendo esta conversación.
Y, sin embargo, esa misma gente sí gasta ese monto o más en otras cosas que tampoco se comen y en otras formas de actividades recreativas o de entretenimiento. Aún más, esas mismas obras se encuentran con casos de cupos ultrapasados e ingresos agotados cuando la entrada es gratis, auspiciada por alguna muestra o festival. Por eso, algunas voces en el gremio teatral abogan por un cambio en las políticas de ingresos para estos eventos y sugieren un modelo en el que se pida una cooperación simbólica, a fin de cambiar la óptica de que el arte tiene que ser gratis. Una propuesta interesante y que si se probase efectiva demostraría que lo que nos falta para tener públicos es meramente educación y un cambio de costumbres.
Si continuamos por esa línea de pensamiento, me atrevería a decir que los otros dos problemas, la falta de inversores privados y la falta de estándares de pago y tabuladores realistas son también falta de conocimiento y educación, y es que todos parecen tener idea de lo que es un artista, pero nadie parece tener idea de lo que realmente cuesta hacer arte o de lo que el arte puede hacer por una comunidad. Así, al empresario y potencial inversor no le interesa apoyar algo que no entiende como le puede beneficiar a largo plazo, con todo y programas federales de estímulos fiscales. Y peor, las mismas personas que manejan los pagos en festivales, muestras, etc., esas mismas personas que fomentan becas y premios para apoyar a los artistas, en ocasiones no tienen idea de lo que implica un pago digno por el trabajo que se está comprando. Entiendo, aunque no justifico, la ignorancia de los primeros, pero la ceguera de los últimos, eso sí que es indignante.