El dilema de la financiación del teatro en México (parte 2)
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Ser artista en México implica una subsistencia en ocasiones precaria. En provincia no hay muchas opciones, necesitas tener un segundo trabajo y la elección a hacer radica en priorizar la carrera artística o el trabajo que te da de comer.
Eso sí, se puede ser bendecido con una beca o apoyo que posibilite esas tristemente raras ocasiones en las que en verdad se está ganando por hacer arte. A veces. Cuando los fondos están adecuadamente pensados, los sistemas adecuadamente estructurados y todo sucede conforme al plan.
Es difícil hablar de las áreas en las que las iniciativas institucionales existentes podrían mejorar; es inevitable sentirse un poco ingratos y preferir el “peor es nada”. Al fin y al cabo, siempre se puede estar peor. Sin embargo, si realmente queremos avanzar hacia la dignificación del trabajo artístico, estos temas tendrían que ser discutidos.
Hablamos en la entrega pasada sobre EFIARTES, y lo estériles que resultan los estímulos fiscales para la iniciativa privada sin puentes que permitan la interacción entre artistas y empresas. Éste, por supuesto, no es el único caso de apoyo institucional que acaba pecando de buenas intenciones mal pensadas.
El Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) es un bastión que sostiene a la producción artística en los estados. Año que no se emite convocatoria, año que se le extraña, pues es un programa con capacidad de generar una cantidad importante de apoyo a proyectos de artistas con diferentes niveles de experiencia y en diferentes áreas. La última emisión en Coahuila, sin embargo, nos enseña que el tiempo es un factor importante cuando hablamos de procesos satisfactorios para todos y de calidad en los productos finales.
El cambio de administración gubernamental obligó a la Secretaría de Cultura a limitar la duración de la beca a 6 meses, lo que sometió a los creadores a cronogramas exhaustivos. Atrasos en pagos y cambios en las formas de retribución social, acabaron con la paciencia de becarios que, quizás con un poco más de tiempo, podrían haber entregado un trabajo más refinado. Sí, se podría argumentar que los artistas fueron ambiciosos en lo que prometieron – y que al final entregaron, con marchas forzadas y todo – pero tampoco se trata de que los creadores disminuyan intenciones y posibilidades artísticas para cumplir con tiempos, ni de que las instituciones culturales acepten proyectos que no tengan el potencial de impulsar realmente la escena artística de la región.
Es además evidente en algunos casos la falta de comunicación efectiva entre la administración federal y estatal, y de ambas con los becarios. El proyecto se inicia pensando que las cosas ocurrirán de una forma y a lo largo del trayecto se va viendo que las instituciones no generan la estabilidad que deberían, sino que se convierten en un factor más que manejar, del cual estar pendiente, un factor que pide improvisar en medio del camino para resolver requerimientos burocráticos que van surgiendo.
Llama la atención, sobretodo, el pobre manejo del Programa de Interacción Cultural y Social que se tuvo en este último ciclo del PECDA, pero que parece – porque quejas abundan – se extiende a todas las vertientes del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC). Y es que ahora se espera que, además de su proyecto, los artistas generen otra propuesta independiente de retribución social, misma que no debe ser parte del resultado final por el cual se les ha becado. Más trabajo por la misma beca, y más que el trabajo extra – que siempre y ayude realmente a la sociedad hasta con gusto se hace – lo que más se siente es la burocracia y el papeleo extra, las comunicaciones poco claras, las especificaciones que se modifican según los encargados cambien, los tiempos cortos de aviso sobre cambios. Factores todos que, a fin de cuentas, desvirtúan la loable iniciativa de crear un puente entre el artista y la sociedad en la que está inserto.
Artistas igual o más frustrados con las instituciones, actividades improvisadas para cumplir el requisito y un impacto social real cuestionable. Eso sí, todos un poquito menos pobres.