El postureo político: cuando la política y el gobierno se reducen al espectáculo

Opinión
/ 15 septiembre 2025

La ciudadanía hoy necesita gobernantes que asuman el reto de transformar realidades desde los diferentes poderes del Estado, no sujetos que se conforman con fabricar imágenes exaltadas de sí mismos

En tiempos de redes sociales y de inmediatez comunicacional, la política ha cedido terreno a una práctica tan visible como vacía: el postureo. Se trata de la obsesión de actores públicos por la pose en la catástrofe, la foto con los campesinos, la selfie con los jóvenes, el abrazo con la abuela o el video de cinco segundos con la Presidenta. Todo para acreditar supuesto liderazgo, cercanía o empatía con la ciudadanía. Sin embargo, lo que en apariencia parece un gesto de compromiso con la gente, en realidad constituye un ejercicio de superficialidad y simulación que erosiona la confianza ciudadana, trivializa el ejercicio de gobernar y banaliza el noble oficio de la política.

El sociólogo Guy Debord (1967) advirtió que en la “sociedad del espectáculo” la representación tiende a sustituir a la realidad. El postureo político es justamente eso: sustituir la acción transformadora por la escenificación de sensibilidad social. En lugar de resolver problemas estructurales, se opta por la instantánea en redes sociodigitales: el legislador que tapa un bache con sus propias manos, el regidor que regala útiles escolares o el gobernante que reparte despensas. Estos actos, lejos de modificar positivamente las condiciones materiales de la población, refuerzan una lógica clientelar y paternalista.

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El filósofo Byung-Chul Han (2012) ha descrito la cultura contemporánea como una “sociedad de la transparencia”, donde lo que importa no es el ser sino el mostrarse. Bajo esa lógica, el político ya no se mide por la calidad de sus políticas públicas, sino por el número de likes, retuits o reproducciones que obtiene su perfil digital. El postureo se convierte en capital simbólico inmediato (Bourdieu, 1997), pero efímero, que busca únicamente legitimar la figura personal antes que la institucionalidad democrática.

Conviene subrayar que estas prácticas no son inocuas. Primero, porque generan un espejismo de acción: al mostrar una supuesta solución puntual, enmascaran la ausencia de políticas públicas estructurales para combatir la desigualdad, garantizar derechos o transformar instituciones. Segundo, porque alimentan el cinismo ciudadano: la gente percibe que sus gobernantes actúan más para la cámara que para resolver problemas. Y tercero, porque normalizan la idea de que gobernar es un espectáculo y no una responsabilidad histórica.

Hannah Arendt (1993) distinguía entre la acción política genuina —que implica pluralidad, deliberación y construcción común— y la mera escenificación, donde la política se reduce a un acto instrumental. El postureo pertenece a este segundo ámbito: un simulacro que sustituye la acción por el marketing.

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La ciudadanía hoy necesita gobernantes que asuman el reto de transformar realidades desde los diferentes poderes del Estado, no sujetos que se conforman con fabricar imágenes exaltadas de sí mismos. Porque la política, cuando se reduce al postureo, traiciona su vocación ética y su función democrática. La política debe recuperar su sentido originario: ser el espacio donde se construye el bien común.

Y aunque parezca obvio, hay que decirlo, los baches se arreglan con obra pública planificada y de calidad, no con parches de concreto y fotos para Facebook; la desigualdad y pobreza se combate con empleo digno y justicia social, no con la entrega coyuntural de despensas que publican en Instagram.

@JuanDavilaMx

Licenciado en Derecho por la Universidad Interamericana para el Desarrollo, con Posgrados en Derecho, Comunicación y Campañas Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó diplomados en Derecho Parlamentario, Técnica Legislativa, Derechos Humanos, Políticas Públicas, Análisis Político y Campañas Electorales en la UNAM.

Fue Estudiante Investigador Invitado en el Departamento de Ciencia Política y de Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Es doctorante en Ciencias Sociales e Intervención Interdisciplinaria por la Universidad Autónoma de Coahuila y catedrático de la Facultad de Jurisprudencia.

Profesionalmente se ha desempeñado en el servicio público federal desde el Poder Legislativo en las cámaras del Congreso de la Unión y en el Poder Ejecutivo desde la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y en la Secretaría de Gobernación. Es fundador de Morena y participó en el movimiento YoSoy132. Ha escrito ensayos, artículos de opinión y análisis político para distintas revistas y diarios.

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