El Preludio o de las dimensiones poéticas de la música

Opinión
/ 10 enero 2025

Existe una abundante literatura para teclado (klavier, keyboard, clavier) creada a lo largo de centurias de desarrollo no sólo artístico, sino también de expansión y evolución de la técnica de construcción de los instrumentos musicales, de las metamorfosis de los mismos, de la estructura y características de los géneros musicales y una numerosa nómina de conceptos que han enriquecido el panorama histórico del repertorio para el teclado (órgano, clavecín y piano, los tres instrumentos más conocidos y a los que se les dedicó una inmensa y sorprendente cantidad de páginas pautadas).

El género que da título al Atril de esta ocasión es de los más enigmáticos, pero también de los más socorridos por los compositores de los tres periodos musicales más relevantes. El Preludio es el más flexible. Su extensión se aleja un poco más allá de lo aforístico. En él se pueden recrear imágenes poéticas de diferentes texturas vertidas en dimensiones breves, explorar líneas melismáticas entreveradas en contrapuntos serenos, anticipar o anunciar una estructura más demandante, dilucidar las fluctuaciones emocionales del autor que navegan en la cuarentena de compases de los que generalmente está compuesto..., toda una serie de aspectos técnicos más relacionados íntimamente con la musicalidad y esencia del preludio que de los aspectos técnicos que atañen a la pericia dactilar y la solvencia para abordar los pasajes más enmarañados de dificultades.

Sin dejar de lado los insuperables, bellos, didácticos y “filosofales” preludios de Bach que anteceden a sus sesudas y maravillosas fugas (que escribió tanto para clavecín y órgano. Estas composiciones Bach las titulaba Clavier-Übung, ejercicios para teclado) compuesta en el siglo 18, puedo asegurar que el modelo por antonomasia de este género lo desarrolló Fréderic Chopin en el siglo antepasado, al componer 24 preludios para piano, catalogados con el número de opus 28. Habría qué esperar varias décadas después para que Debussy, otro pianista fenomenal y compositor parteaguas, compusiera una serie de 24 preludios para piano esparcidos en dos tomos, y plasmara en ellos una nueva forma de utilizar los recursos sonoros gracias a un piano mucho más desarrollado que el piano de la época de Chopin.

En este aspecto ni hablar de Bach, que no compuso para el piano, porque en su época sencillamente no estaban desarrolladas sus características ni mucho menos estaban “comercializados” en su natal Turingia. El fortepiano que llegó a conocer en la ciudad de Postdam, en el palacio del príncipe elector donde trabajaba su hijo Karl Philip Emmanuel como músico de la corte, era un piano Silbermann -amigo de Bach-, que estaba en un estado incipiente de desarrollo, pero lo suficientemente bien construido para despertar en Bach su curiosidad innata y profetizar, después de improvisar unas fugas, que “ese instrumento llegaría a trascender si se eliminaba la debilidad de su sonido”, y pues sí, que al corregirse ese defecto llegó a ser pocos años después el instrumento más popular del siglo 19.

Los preludios de Chopin no anteceden a una fuga, como los de Bach. Esta última estructura empezaba a dejar de ser utilizada por los compositores decimonónicos, quizá por lo cerebral de su naturaleza, y se iniciaba una relación más estrecha con la poesía que escribían los poetas de ese entonces (Lamartine, Heine, Von Chamisso, Nerval, Lord Byron, Goethe, Mallarmé, etcétera). El influjo poderoso de la poesía impregnó la imaginación musical de algunos de los músicos de la época, impeliéndolos a vaciar su creatividad en el molde atractivo y seductor del preludio.

Muchos compositores del periodo romántico fueron lectores ávidos de la literatura que se publicaba. Curiosamente, autores como Liszt y Schumann, por mencionar a dos enormes compositores y pianistas egregios, no se sintieron atraídos por el Preludio, pero sí dejaron su huella poética musical en otros géneros que cultivaron con asiduidad. Los op. 28 de Chopin son una hermosa galería de armoniosos paisajes musicales, de variados estados de ánimo, breves y, por lo tanto, impregnados por una esencia sonora intensa, aromática y honda. En el siglo pasado Scriabin, compositor ruso, se movió con soltura y profundidad poética en este género. Sus preludios para piano son un reto seductor para el pianista.

CODA

“...nunca pienso en ellos (en los Preludios Op. 28 de Chopin) como piezas individuales. Se responden uno al otro. Cuando finalizo uno de los preludios, necesito tocar el siguiente. En cierta forma, son una visión panorámica del universo de Chopin. Alternando luz y forma”. Claudio Arrau.

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