El Síndrome de Pedro Infante
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Solía pensar que el mito de Pedro Infante prevalecería al menos durante un par de cientos de años más. Ahora ya no estoy tan seguro: Todos los estereotipos encarnados en su galería de personajes parecen demasiado tóxicos y perniciosos para los asépticos y políticamente correctos tiempos que corren.
Sin embargo, siempre estudié con interés la biografía del llamado Ídolo de Guamúchil (aunque nació en Mazatlán) y es que los aspectos de su vida personal sólo parecían refrendar el talante de sus papeles para el cine de la “Época de Oro”.
Y muy independientemente de lo machista, de su perenne “cosificación” de la mujer (que no es decirles a las mujeres “de cositas”, sino tratarlas como objetos coleccionables), o del resto de sus conductas que hoy el consenso tacha de reprobables, el carisma de Pedro parecía fundarse en su cercanía con “el pueblo”, su humildad.
Una de las anécdotas más recurrentes en su vida y carrera es que Infante prefería siempre hacerse acompañar por la gente sencilla de la industria (técnicos y operadores), antes que por sus coprotagonistas o los magnates productores del ámbito cinematográfico.
Se nos dijo hasta el cansancio que “Pedrito” comía más a gusto entre los constructores y albañiles que entre la gente estirada.
Ese pequeño detalle acrecentó enormemente su leyenda como auténtico héroe popular y es que no es poca cosa: Hablamos de que el máximo astro del cine nacional (en un periodo especialmente venturoso para nuestra cinematografía) era tan campechano y familiar como cualquiera de nosotros, lo que era una invitación abierta para que cualquiera pudiera sentirse real y profundamente identificado con el proto-mexicano por antonomasia; uno que era valiente, mujeriego, guapo, gallardo, gracioso, dicharachero, cantor, atlético, simpatiquísimo, modesto, noble, (¡ah, claro!, porque si un atributo de su alter ego fílmico resultaba cierto en el mundo real, todos los demás debían serlo también por necesidad).
Pero parece ser que no, Pedro no era ese dechado de humildad... es decir, sí lo era, pero no por elección, sino que no tenía otra opción.
Al parecer y, tomando en cuenta su pobre origen y muy precaria educación (era analfabeto funcional), “Pepe el Toro” estaba sumamente acomplejado y se sentía muy incómodo y fuera de lugar entre la gente más ilustrada o de mayor “estatura” social.
No era pues un gesto de modestia, sino un apocamiento de la personalidad que de hecho padecía; de manera que se hallaba siempre más a sus anchas entre la gente más pedestre porque sólo allí sentía un trato igualitario, que no lo estaban juzgando o mirando hacia abajo, como a un individuo inferior y advenedizo.
Se dice que Infante sufrió muchísimo esta condición y algo se puede percibir en las entrevistas que se han logrado preservar: Lo que se puede interpretar como humildad, sencillez o modestia, era muy probablemente la desazón de un hombre que se siente por completo fuera de su zona.
No son éstas ideas ni suposiciones mías, sino las conclusiones a las que han llegado diversos biógrafos serios, algunos de los cuales tuve la suerte de conocer, lo mismo que al creador mismo de Pedro Infante, el cineasta Ismael Rodríguez, a quien el ídolo delegaba toda autoridad llamándolo “Papi” (pese a ser incluso más joven que Infante).
¿A dónde quiero llegar con esta ingrata rememoración del Ídolo del Pueblo? Los más intuitivos ya quizás lo anticipen y los que no, lo averiguarán en seguida:
Nuestro Presidente, Andrés Manuel López Obrador, de gira por Sudamérica, tomándose la foto con dictadores y líderes de economías y democracias más incipientes que las nuestras, es el Pedro Infante comiendo entre los albañiles, no como un acto reivindicativo para con los más pobres (como quisieran que lo percibiéramos los de la 4T), sino porque es el único sitio donde nuestro mandatario puede sentirse más o menos a su anchas, aceptado, apreciado, valorado como un igual si no es que como un líder, un “hermano mayor” como de hecho le gusta asumirse.
AMLO desdeñando en cambio la Cumbre de las Américas convocada por los Estados Unidos (a celebrarse en junio en Los Angeles, Cal.) es el Pedro Infante que se siente juzgado, intelectualmente incompetente y socialmente fuera de lugar, entre gente pomposa que lo mira desde el hombro.
Por más que AMLO alegue que su boicot es una forma de protesta por el veto a “naciones hermanas” y que procede en defensa de la soberanía de los pueblos, son sólo sus complejos hablando y decidiendo las relaciones internacionales de nuestro País.
Pero es todavía mucho peor que el puro síndrome de Pedro Infante, pues al menos lo que el mazatleco buscaba era sentirse cómodo y aminorar su ansiedad; pero el macuspano lo que repudia es estar en cualquier sitio u ocasión que no le garantice ser el centro de atención, la reina de la primavera, la quinceañera del baile.
Así que no tiene empacho en ir a tenderle la mano a los peores dictadores latinoamericanos de la actualidad, intercambiar obsequios y cumplidos (y atorarnos económicamente con programas de intercambio improvisados que no nos dejarán nada, que no necesitamos y de los que ya nos encargaremos en otro próximo artículo), todo con tal de que lo refrenden como un líder popular digno de su club: El Club Maduro-Díaz Canel- Ortega, o lo que es lo mismo: el Club Chávez-Castro- y Ortega (primera vuelta).
¡Y cómo no va a ser este hato de dictadorzuelos bananeros el sueño más mojado del señor López, si uno de ellos tiene a la oposición refundida en la cárcel, al otro no le tiembla la mano para reprimir a la población civil a chingadazos y el tercero anuló toda libertad de expresión y medios de comunicación hace años!
¡Piénselo tantito! ¡Por supuesto que AMLO se derrite en orgasmos cada vez que piensa en sus colegas camaradas hijos de Putin y sus alcances!
Y antes de que empiece con su retórica de de izquierda rancia de los años 70, sí, Los Estados Unidos son “El Imperio” y su democracia dista mucho de ser perfecta, pero no deja sin embargo de ser la democracia mejor consolidada del continente y nuestro principal socio comercial, por no mencionar que es el país donde viven y trabajan millones de mexicanos y centro y sudamericanos.
Así que no vamos a influir en una superpotencia pintándole el dedo, haciéndole una trompetilla y reuniéndonos con los más vagos del salón, cuando estaríamos obligados a participar en dicha cumbre pero no con demandas absurdas, trasnochadas y la defensa de los peores autócratas de este lado del planeta, sino llevando nuestras mejores propuestas científicas, económicas y diplomáticas (no cantaletas demagógicas huecas como “primero los pobres” para enseguida estirar la mano, al mejor estilo de ‘ANLO’).
No quiero terminar el texto sin dejar en claro que, pese a los tiempos que corren, soy y siempre he sido un fanático del gran Pedro Infante, por su voz, presencia y natural carisma; a diferencia del señor Presidente a quien cada día le pierdo una porción considerable del poco respeto que aun me merece únicamente por la investidura que porta. Y si bien, el buen Pedrito necesitaba mezclarse entre los más humildes para apaciguar sus complejos de inferioridad, al menos no necesitaba mezclarse entre enanos para sentirse gigante, codearse con matones tiranos para sentirse un poco más humanista, o abrazar dictadores para creerse un demócrata.