Elecciones presidenciales: Claudia, la moderación; Xóchitl, la sangre
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El arranque de campaña y los discursos de las dos candidatas que se disputan la presidencia, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, revela nítidamente la correlación de fuerzas con la que entran a la recta final. También lo que ellas son, pese a que ambos actos son resultado de una cuidada estrategia de campaña.
La abanderada de Morena presentó una lista de 100 acciones o intenciones que expresan con claridad un mensaje pensado para el momento electoral en el que se encuentra. Hay un indudable cálculo político en los temas y en los énfasis con que los presentó, pero también hay una proyección de las intenciones que desea imprimir a su gestión como presidenta. De entrada, diría que en estos 100 puntos hay un acto de fe sobre la continuidad. Pero no entendida como una imitación doctrinaria de lo que hizo Andrés Manuel López Obrador, sino como una prolongación matizada y enriquecida en la que se percibe un talante y una visión de la manera en que ella y su equipo visualizan el llamado segundo piso de la 4T.
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Es decir, en ese centenar de propósitos se advierte la intención de fortalecer y completar el grueso de las acciones emprendidas por López Obrador, pero también el deseo de introducir una agenda propia de largo alcance. Hay tres temas que claramente constituyen un valor agregado respecto al gobierno obradorista: educación y cultura, medio ambiente, mujer y familia. Prácticamente la mitad de las acciones propuestas giran en torno a esta tríada que, para ser honestos, tuvo una relevancia menor en las prioridades del sexenio que termina. Las tres me parecen un enorme acierto. Modernizan y actualizan, sin contradecir, la tarea obradorista.
Sheinbaum ha afirmado que su énfasis en la continuidad deriva del respeto a López Obrador y la convicción de que su labor como líder y presidente ha sido buena, pero una y otra vez argumenta que ella forma parte de un movimiento que viene de lejos. La continuidad no es un reflejo ciego de lo que hizo AMLO, sino del hecho de compartir su visión del mundo. Yo añadiría que lo mismo podría decirse de López Obrador. El movimiento progresista que asumió el gobierno de la Ciudad de México, a partir de 1997, impuso una agenda progresista que en los últimos años adquirió el rostro y el estilo de López Obrador. Priorizó algunas cosas y dejó de lado otras, pese a que ya formaban parte de la agenda de esta izquierda en la Ciudad de México. Sin contradecir a su tutor político, Claudia asume que es el momento de retomar estas agendas y profundizarlas, al mismo tiempo que prosigue con la tarea de consolidar el legado obradorista. Eso sí, a su manera. Un ejemplo: nunca se mencionó la palabra ejército (aunque habría que señalar que anticipó que en unos días más daría a conocer su propuesta sobre seguridad).
Hay otros dos elementos que nos pintan con claridad el tipo de presidencia que comienza a perfilarse. Por un lado, la ausencia de anuncios de obras de relumbrón que tanto gustan a los mandatarios porque los lleva a creer que constituirán para la posteridad una materialización de su paso por el poder. Lo que Claudia ofreció es un fortalecimiento desde abajo de la infraestructura carretera, ferroviaria, digital y la refundación del tema del agua, todo lo cual en conjunto es la obra negra imprescindible para el desarrollo. Un poco como ponerse a fortalecer los cimientos, columnas, instalación eléctrica y tuberías de una casa. Puede no ser impactante a primera vista, pero es la única forma de alzar un edificio sano.
Nada define mejor esta actitud que el tema sobre la educación. Si bien todos podemos estar de acuerdo en que invertir en ello es la manera de mejorar el futuro, los gobernantes suelen postergarlo por la enorme magnitud de recursos que implica conseguir incluso pequeños avances. Los resultados se obtienen a largo plazo y no suelen ser espectaculares en el lapso de una administración. Políticamente es mucho más redituable aplicar los ingentes recursos que exigiría mejorar la educación, a obras más visibles e impactantes. “Quiero ser recordada como la presidenta de la educación”, dijo ella y dedicó una decena de sus puntos a este tema. Habrá que ver el programa en concreto, pero el punto de partida es revelador de un rasgo que confirma algo que ya había mostrado Sheinbaum como jefa de Gobierno.
La obra pública más costosa de su gestión en la Ciudad de México fue la refundación de la Línea 1 del Metro (35 mil millones de pesos): una inversión dedicada esencialmente a mantener en función y para los próximos 30 años un servicio que los capitalinos dan por sentado, pero que requería cirugía mayor. Un acto de responsabilidad, aunque poco redituable políticamente si consideramos los muchos accesorios y “juguetes” urbanos con los que pudo haberse adornado.
Un segundo rasgo de su personalidad política puede advertirse en la ausencia de frases grandilocuentes o figuras retóricas a las que los redactores de discursos de plaza pública son tan afectos. Sus planteamientos ideológicos o doctrinarios fueron mínimos. Claramente decidió aprovechar los minutos para definir su visión a través de acciones concretas. Sheinbaum da por sentado que sus convicciones definen lo que ella es y no las convierte en discurso militante y aleccionador. Prefiere definirse a través de la acción (o de lo que van a ser sus acciones). En ese sentido, se perfila una presidencia consistente con los objetivos sociales e ideológicos de la anterior, pero pendular en el estilo. Una jefa de Estado que se visualiza a sí misma como cabeza de una administración pública responsable.
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Lo de Xóchitl Gálvez es menos transparente porque al ser una candidata con tanta desventaja está más obligada a ceñirse a una estrategia arriesgada, más artificiosa por así decirlo. Hará de la nota roja y de la violencia el caballito de batalla de su campaña, ha dicho. Hará una prisión que provoque miedo. Firmar con su propia sangre el compromiso de continuar, e incluso profundizar los programas sociales de hoy, tiene también mucho de efectismo y morbo. Pero esta promesa esconde una verdad particularmente dolorosa para su bando. La candidata de la oposición juega “en cancha ajena”: para intentar ser competitiva frente al electorado, tuvo que enarbolar la principal reivindicación de la política oficial, algo que durante años la oposición cuestionó acremente y hoy se ha convertido en promesa de su candidata. De ese tamaño es el éxito de la 4T para trastocar valores y visiones de la vida pública de este país. Las dos fuerzas políticas que se disputan el poder terminan apelando a un programa que dice priorizar a los pobres. Para una es la vocación que la define, para otra es una exigencia del diseño de campaña.