Ella lo amaba

Opinión
/ 12 noviembre 2024

¡Cómo se divirtió Eduardo de Ontañón, refugiado español, coleccionando en México nombres de pulquerías y tiendas! Tengo un libro de él, “Manual de México”, en el cual incluyó un capítulo con esos nombres pintorescos y curiosos que recogió lo mismo en pueblos apartados que en las calles más céntricas de la Capital.

En especial los nombres de las pulquerías llamaron su atención. El primero que cita es aquel muy famoso de “Los recuerdos del porvenir”. Me aventuro a pensar que del libro de Ontañón sacó la escritora Elena Garro el título para su novela de ese nombre.

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Otros nombres de pulquerías recogió don Eduardo:

“Los antiguos apaches”.

“El Parlamento Inglés”.

“La Providencia reformada”.

“La diosa del mar”.

“El sueño de oro”.

“Las glorias de Victor Hugo”.

“La fuente embriagadora”.

“Pos tú dirás”.

“La cascada de rosas”.

“Ella lo amaba”.

“Ave sin rumbo”.

“Otelo”.

Por todos los rumbos del país recogió don Eduardo Ontañón nombres insólitos, pintorescos y curiosos que a él le llamaban la atención y lo llevaban a pensar que los comerciantes mexicanos no establecían sus tiendas para ganar dinero, sino porque se les había ocurrido un nombre peregrino para bautizar sus establecimientos y lo querían lucir. He aquí algunos de esos nombres:

“El pie de Venus”. Una zapatería en Querétaro.

“La esperanza en Dios”. Una modesta tienda de barrio en Xalapa.

“La reforma de la Virgen”. Una miscelánea en Uruapan.

“El esclavo del arte”. Taller de un zapatero remendón en Guanajuato.

“El féretro elegante”. Una funeraria en Amecameca.

“El secreto de las aves”. Una mercería en Manzanillo.

“El incendio de dos bocas”. Una tortillería en el mercado de San Cosme de la Capital.

No desdeñó don Eduardo los letreros en las ventanas de las casas. En una vecindad de la Ciudad de México vio uno que le encantó:

“Se hacen niños (Dios)”.

Y en la ventana de una casa de Aguascalientes halló otro que le pareció “todo un capítulo de sugerencias”:

“Se borda de ilusión”.

Don Eduardo, sociólogo, psicólogo y filósofo por afición, sacó de aquellos nombres una conclusión que a los mexicanos nos favorece mucho:

“...Tantos son esos nombres que se necesitaría todo un volumen para su exacta y minuciosa antología y su debido y sabroso comentario. Queden, sin embargo, en la brevedad de este repaso, como una de las alborozadas muestras de que lo popular mexicano, lo esencialmente popular, sigue viviendo risueño, en plena euforia, en un mundo revuelto. En un pueblo esa es señal evidente de tener todavía el alma limpia y el corazón alegre...”.

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