“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”.
Aldous Huxley en su novela Un mundo Feliz
Jenaro Villamil, en su libro Cleptocracia: el nuevo modelo de la corrupción, nos expone que, a diferencia de la mafia del poder, el término cleptocracia define una dinámica distinta: es la institucionalidad del robo. La mafia del poder es descriptiva. La mafia del poder captura al Estado, la cleptocracia se vuelve el Estado.
Para Villamil, la cleptocracia, a diferencia de la mafia, transforma lo que son bienes públicos en bienes privados. La corrupción en la cleptocracia no es la excepción, sino la regla, y no es práctica ajena a la institucionalidad sino el hecho que explica su funcionamiento.
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El síntoma es similar en la sociedad: la incertidumbre política y el descontento se ha elevado a medidas disfuncionales al grado que la sociedad misma -casi de manera extensiva- puede apreciar, cómo la corrupción en nuestro país, llego a todas las instituciones de la sociedad y ha destruido los cimientos del aparato del Estado.
Más notable que en el desarrollo estabilizador, el crecimiento de la corrupción en México comenzó en gran medida con la llegada del neoliberalismo en nuestro país. Paradójicamente, su principal argumento era que el Estado grande y el nacionalismo habían creado un gigante de corrupción. Invariablemente, la lucha por el poder se ha vuelto cruenta y los hechos no mienten.
El modelo neoliberal llegó a su zenit y comienza a morir. Su degeneración nos ha llevado a un clima de desigualdad social, pobreza extrema, pocos ricos y muchos pobres, violencia, atentados a los derechos humanos y un profundo autoritarismo auspiciado por la gente del dinero.
Los modelos neoliberales en un país solían ser “buenos” para la administración de ciertas instituciones, pero con cierto recelo, y bajo la tutela de políticos, hombres y mujeres de Estado, que tengan la idea de velar por un bien público, por el bien común temporal.
Creo en que las decisiones medulares de un país deben de ser concentradas en el Estado, en una administración no centralista, pero sí en aquella en donde el Estado vigile todo el accionar de un país y no dejarle todo al libre mercado. Creo en la libertad, en la economía diversificada, en la oposición política, en los contrapesos; en un potaje de control Estatal y de libre decisión económica.
La agonía de la clase política mexicana -en donde muchos han mudado a la 4T- debe ser el pretexto para reivindicar al ciudadano y que este, se convierta en una fuerza transformadora. En ese sentido, es necesidad obligar al político y a la sociedad misma, a dejar atrás esa idea de convertir la cosa pública en bien privado.