Ese, ¡mi Chésare!
Pinche César, ¿cómo se te ocurrió morirte el pasado 12 de enero en Torreón? Te increpo, porque desde entonces mi corazón asfixiado por esa impertinencia no había encontrado consuelo alguno. Hasta hoy, y más o menos.
Porque cada vez que intentaba hacerlo, los recuerdos golpeteaban mi tristeza con inaudita saña. Cincelaban, claro, una memoria abrillantada por una ternura rejega de nostalgia, pero nutrida por la vida compartida que nos concedió el privilegio de una amistad fraterna.
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Te acuerdas cuando teníamos cinco años y tu papá, don Quico Madero, mientras comíamos en tu casa de San Pedro de las Colonias, nos acribillaba con preguntas de historia y geografía. O cuando nos íbamos en el jeep de tu papá al rancho Tejas para nadar, comer lonches de salchicha y tomar refrescos de sabores, todo el día. O cuando nos juntábamos en el monumento a la bandera en la Plaza de San Pedro para jugar con las amigas al “Calabaceado” hasta que sonaban las campanadas de las 10 de la noche y ellas tenían que regresar a sus casas. O cuando íbamos a buscar “chuzos” al cerro Santiago y al Barrial cercano al ejido Patrocinio. O cuando nadábamos en el Deportivo y durante el día comíamos sandías y melones −nada más− hasta empanzarnos. O cuando íbamos a las tardeadas en la casa de Vicky Faccuseh, ansiosos adolescentes, para bailar “las calmaditas” con las bellas jóvenes sanpetrinas. Y cuando organizábamos las fiestas −algunas de disfraces− en el Casino.
Recuerdas. Todas esas experiencias fueron abrazadas y compartidas por la autodenominada “Wild Bunch” o Pandilla Salvaje integrada por Gustavo “el Gordo Jiménez −que en paz descansa−, Guillermo “el Willy” Jiménez −su hermano−, José “el Chanate” Cárdenas, José “Coche” Rivera, Luis “el Pollo” Fernández, Carlos “el Muñeco” Gámez, Iñaki Bilbao −que en paz descansa−, Andoni Belausteguigoitia −tu cuñado−, José “Prieto” Valdéz y yo.
Tres cosas rescato de esa etapa de nuestras vidas: eras un gran amigo, clavadista y nadador consumado y un rehilete para tirar madrazos cuando algunos te lo exigían, como lo hizo, alguna vez, afuera del Casino, Chuy “el Cucaracho” Sacca, quien después mucho lo lamentó.
Te comparto otro hecho que nos hermanó desde aquel entonces, mi querido Chésare: Mientras nosotros, apurados sorbíamos la vida, tus papás −mi tío Quico, descendiente directo del prócer revolucionario−, mi tía Rosita y tus hermanos Magda, Rosita y Pedro ya, también, eran parte de mi familia, fusionados en el cariño irrevocable de mi madre, María Hermosa, mis tías Carolina y Elena y mis tíos Juan y Fernando.
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Luego, coincidimos en la secundaria del Colegio México de Saltillo como internos: con aquella disciplina de San Juan Bosco del siglo 19, basada en la tríada Razón, Religión y Amor, que implicaba además levantarnos antes de las 6 a.m. Bañarnos con agua fría. Tender nuestra cama. Ir a misa cada día. Rezar tres veces al día. Y estudiar y jugar −al tope− para no extrañar a nuestras mamás, excepto en los 30 minutos en cama, antes de dormir.
Llegaban, claro, los fines de semana interminables, con una salida de dos horas al Mercado Juárez, a la Alameda o al Cerro del Pueblo. Nada más.
Llegamos juntos a la preparatoria lasallista del Instituto Francés de la Laguna, donde fuimos compañeros del legendario Manchester; el laureado equipo de fútbol. Justo es reconocerlo, no éramos tan buenos, pero Carús, Chilo, Adrián, Pano y Monchis, entre otros, nos hacían brillar de manera inmerecida. Juntos, estuvimos a punto de ganar las elecciones con nuestra Planilla Blanca y tú como presidente, pero de manera inexplicable la Planilla Roja nos arrebató el triunfo. Sin que el Señor Camino, árbitro electoral, cediese a nuestra exigencia de recontar voto por voto.
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Ya en el Tec de Monterrey, nos licenciamos de economistas con una generación que marcó nuestros corazones e inteligencias de manera indeleble: nombro dos de ellos, sin dejar de hacer justicia a los demás; Luly Dieck y Hernán Rocha. De manera paradójica, ahí descubriste tu vocación como químico que desplegarías, de distintas maneras, en tu vida profesional y laboral a lo largo de tu vida. Entonces, la economía fue mezclada, calentada y diluida en un vaso de precipitado de tu laboratorio existencial, mi querido Chésare, hasta desaparecerla.
Químico e inventor con patentes, te subiste a la bicicleta con Calo Villarreal y Fernando Humphrey en un inicio, y nunca dejaste de pedalearla por décadas con tu grupo los “Big Boys”. Construiste −al menos− cien kilómetros de veredas con tus amigos ciclistas. Por ello, la comunidad MTB nombró una vereda en Villa Juárez con tu nombre. Y cada día que pasa, ellos te recuerdan en sus pedaleadas a la Sierra o a Mazatlán.
Sobra decir, mi Chésare que dejaste nuestras vidas incompletas. Sin embargo, nosotros “Los Divos”: Toño, Goyito, Lombricio, Yamil, Andoni, Fernando y yo, no dejamos de abrazarte cada día −con la mucha gente que supo quererte desde su corazón− hasta la eternidad.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución