Espacio público y celebración: La responsabilidad compartida en el cuidado del entorno urbano
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Con el tiempo, hemos asumido cada vez más que la responsabilidad de todo lo público debe ser absorbida por las autoridades administrativas y no por la propia ciudadanía
Las ciudades son el escenario de un interminable listado de expresiones de quienes en ellas habitan, mismas que reflejar una muy variada diversidad de emociones. Una que particularmente no es muy común en Saltillo es la celebración por el fútbol soccer.
La razón estriba básicamente en que nuestra ciudad no cuenta con un equipo en la Liga MX de fútbol soccer profesional y, aunque contamos con un equipo que podría ascender, este deporte sigue sin tener la popularidad que tiene en otras ciudades de México.
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Sin embargo, el fin de semana pasado, con el triunfo en la final de la Liga MX del Club América sobre Monterrey, la ciudad experimentó una celebración de aficionadas y aficionados a ese equipo de fútbol.
Si bien este tipo de expresiones son buenas −y hasta deseables− para cualquier ciudad, los rastros visibles al día siguiente, principalmente en calles del centro de la ciudad, no fueron para nada algo que quisiéramos ver en el paisaje urbano.
La cantidad de basura que se pudo apreciar fue considerable, así como la cobertura de espuma en spray que se usa comúnmente en este tipo de celebraciones. Hubo una que otra pinta, alusiva al evento, en edificios y mobiliario urbano.
A diferencia del anterior campeonato obtenido por el mismo equipo de fútbol en el mes de mayo, la noche del domingo fue más bien fresca, por lo que esta vez no se apreció gente metiéndose a refrescarse al lago de la Alameda Zaragoza.
Tal vez la vialidad que más presentó afectaciones por el referido festejo fue la calle Victoria, del Centro Histórico de Saltillo, cuya ubicación, entre la Plaza de la Nueva Tlaxcala y la Alameda, le dan condiciones aptas para recorridos de este tipo.
Independientemente del tema futbolístico, me parece relevante analizar la importancia de considerar los límites válidos de este tipo de expresiones, así como el difícil papel que tienen las autoridades en el control y atención de las mismas.
Sin bien el júbilo y alegría desbordada puede ya de por sí hacer difícil el control de este tipo de manifestaciones, el alcohol podría jugar un papel que aporta una complejidad adicional al reto que esto supone.
Regularmente las autoridades procuran mantenerse a una distancia prudente, evitando intervenir, a menos que se ponga en riesgo la integridad de alguien, lo que me parece sensato, considerando que la euforia puede fácilmente tornarse en agresividad.
Sin embargo, la gente cuyos establecimientos o viviendas quedan al paso de la celebración, tal vez esperarían una postura más dura de la autoridad, a efecto de evitar que tengan que cerrar o que sus bienes e inmuebles corran algún riesgo.
Me parece que la carga de la expectativa debería recaer en quienes forman parte del colectivo que festeja, no tanto en la autoridad. Si bien esto supone un aspecto moral sobre la responsabilidad ciudadana con el entorno, creo necesaria su consideración.
Con el tiempo, hemos asumido cada vez más que la responsabilidad de todo lo público debe ser absorbida por las autoridades administrativas y no por la propia ciudadanía, lo que abstrae de manera riesgosa el concepto de responsabilidad cívica.
Es decir, entre más dejemos la responsabilidad de todo lo que pasa en la ciudad a las autoridades, iremos desasociando más el papel de la ciudadanía con lo que pasa en la ciudad, lo que va minando el sentido de comunidad y de apropiación del entorno.
Pongámoslo de esta manera: Quien se apropia emocionalmente del entorno urbano, lo cuidará, evitará dañarlo y procurará un uso responsable del mismo; pero quien no guarda vínculo emotivo alguno con el entorno, le dará igual si es cuidado o si es destruido.
Sólo la necesidad de uso del mismo le llevará a cuestionar el porqué de su descuido, al dificultar o hasta imposibilitar éste el disfrute que desea tener de aquél. Quienes tienen más edad, probablemente vivieron aún una época de corresponsabilidad hacia lo público.
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Dicha corresponsabilidad se manifestaba de muy diversas maneras, como por ejemplo, el barrido diario del frente de la casa, el cuidado, incluso, de propiedades abandonadas, el evitar tirar basura en la calle y reprobar con una simple mirada a quien lo llegaba a hacer.
Todo esto se resumía en una práctica común décadas atrás y hoy tan necesaria para nuestras ciudades: Educar en el respeto a lo que, siendo de todas y todos, no es de nadie, es decir, en el respeto a la ciudad, a nuestra casa común.
Replantearnos el respeto por lo que es de todas y todos nos garantizará un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org