Espiritualidad sin conciencia social
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No hay samsara sin nirvana, no hay nirvana sin samsara. La aceptación del flujo del deseo, con su consecuente sufrimiento hacia el éxtasis generado por el desapego, es un flujo que tiene su regreso. Negarse al sufrimiento, anula la existencia de la felicidad. Esta sabiduría es una herencia de oriente que occidente ha comercializado al punto tal, que busca la “iluminación” y la felicidad a toda costa, en contextos marcadotecnizados, en este caso para lograr que se acepte el statu quo, deshabilitando la posibilidad de intervenir.
Ergo, todo ser “iluminado” o espiritual es un ser ajeno al devenir social, atomizado, trabajando en solitario por su propia liberación. Ya no atrás de un televisor, sino en una práctica espiritual sorda, buscando “salvarse” a sí mismo sin salvar a los demás.
La espiritualidad sin una mirada social contribuye a la deshumanización -por decirlo de algún modo- de esta etapa del desarrollo de las civilizaciones. Expulsa a lo diferente. Y por tanto, se promulga como otra nueva forma de sectarismo con el consiguiente riesgo de un ejercicio discriminatorio.
Se ha visto cómo corporativos y organismos expoliadores de todo el orbe, seguidores de un modelo capitalista extractivo de producción, incluyen entre sus prácticas laborales, momentos de “mindfulness”, con horarios extenuantes o salarios insuficientes. Y como ocurre con ciertos grupos religiosos organizados o con militantes de partidos políticos, existen grupos de meditadores con visos de fanatismo que se encierran en sí mismos.
En este contexto, el mundo y su complejidad social alimentado por todas y todos, sigue dando vueltas sin ser problematizado. El cuerpo social del que proviene un individuo, sigue enfermo. Y cada individuo que busca su propia “salvación espiritual”, permanece pulverizado replicando la enfermedad, aún y sin darse cuenta.
A este nuevo modelo de espiritualidad se suman las cuentas en redes sociales que alimentan un bucle ad infinitum. Y si a eso añadimos la práctica espiritual que tiene costos elevados, al igual que las mensualidades de un gimnasio caro, ingresamos al territorio del privilegio y la diferenciación basada en los ingresos, no en la práctica espiritual por sí misma.
Hay empleadores “iluminados” con prácticas corruptas que hacen posible que la rueda del samsara continúe, entonces, si esto es lo que debe aceptarse, no habrá nadie que interpele esta condición.
Evidentemente en la búsqueda espiritual no ocurre todo de esta forma, hay compasión, sentido de comunidad, amor, aunque aterre esta palabra. Sin embargo, es preciso colocar la luz en el contexto mercantil y atomizado de estas prácticas. Es necesario reflexionar sobre cómo cualquier modelo puede ser canibalizado a favor del capital. Consume más y sin cuestionárselo, quien se aísla en las pantallas con servicios pagados o en prácticas espirituales solitarias. Por tanto, reproduce el modelo que perpetúa las desigualdades.
La especie humana es gregaria, estamos para sabernos, leernos, para mejorar procesos. La idea de que una persona puede sola, lo que sea que esto signifique, es una falacia. Baste ver a la naturaleza que somos y de la que provenimos. Somos un todo que se interrelaciona; los cortes que se presentan, llevan al colapso del ser.
El vocablo samsara proviene del sánscrito saṃsārí, que significa fluir junto, o bien, pasar a través de diferentes estados. Samsara es la raíz de la palabra malaya sengsara, que significa sufrimiento.