Europa quizá vaya en camino a algo impensable

Opinión
/ 15 diciembre 2023

Bajo la superficie, se está gestando una situación perturbadora

Por Hans Kundnani, The New York Times.

Conforme 2023 llega a su fin, hay una creciente sensación de pánico en Europa. Desde la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, a la Unión Europea le ha preocupado la integración del país —algo que en general se considera una necesidad geopolítica— y la reforma interna necesaria para hacerla posible. Sin embargo, a lo largo de este año, tras el estancamiento de la tan anunciada contraofensiva ucraniana, han aumentado las tensiones entre los Estados miembros.

Además de las discrepancias entre los miembros sobre asuntos como la política climática y la guerra de Gaza, la unidad en torno al apoyo a Ucrania también ha mostrado señales de agrietamiento. Sin un fin de la guerra a la vista, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha redoblado sus esfuerzos para limitar el apoyo del bloque a Ucrania; la elección de Robert Fico en Eslovaquia le ha dado otro aliado en la causa. Y en una conmoción todavía más grande, el mes pasado, el partido de extrema derecha de Geert Wilders se convirtió en la potencia principal del Parlamento neerlandés. No importa si Wilders forma un gobierno o no, pues su fuerte presencia podría provocar una alteración mayor en Europa, Ucrania y muchos otros lugares.

Las élites europeas tienen razón en estar preocupadas. No obstante, la atención puesta en las divisiones dentro del bloque oculta una situación mucho más inquietante que se está gestando bajo la superficie: la unión entre la centroderecha y la extrema derecha, en especial en temas relacionados con la identidad, la inmigración y el islam. Con las elecciones al Parlamento Europeo del próximo año, esta convergencia está aclarando más la posibilidad de algo parecido a una Unión Europea de extrema derecha. Hasta hace poco, algo así habría parecido impensable. Ahora, es plausible a todas luces.

Durante la última década, la política europea por lo general se ha entendido en términos de una oposición binaria entre liberalismo y antiliberalismo. Por ejemplo, durante la crisis de los refugiados de 2015, la canciller alemana Angela Merkel y Orbán eran considerados polos opuestos: ella como la figura del liberalismo, él como la del antiliberalismo. Sin embargo, sus partidos, los democratacristianos de centroderecha y el ultraderechista Fidesz respectivamente, formaban parte del mismo grupo en el Parlamento Europeo, el Partido Popular Europeo. En otras palabras, eran aliados políticos. (Fidesz fue suspendido de la agrupación en 2019 y por fin renunció en 2021).

Desde entonces, la convergencia entre la centroderecha y la extrema derecha en Europa ha ido un paso más allá. La lección que los partidos de centroderecha aprendieron del auge del populismo de derecha fue que debían adoptar parte de su retórica y sus políticas. Por el contrario, algunos partidos de extrema derecha se han vuelto más moderados, aunque de un modo selectivo. A nivel nacional, los partidos de ambos bandos han gobernado juntos, tanto de manera formal, como el caso de Austria y Finlandia, como de manera informal, por ejemplo, en Suecia.

Sin embargo, el ejemplo más impactante de esta convergencia es la relación armoniosa entre la centroderecha europea y Giorgia Meloni, la lideresa del partido posfascista de Hermanos de Italia, quien se convirtió en primera ministra de Italia el año pasado. En cuanto indicó que no perturbaría la política económica del bloque y apoyaría a Ucrania, el Partido Popular Europeo se mostró dispuesto a trabajar con ella y su líder, Manfred Weber, incluso intentó formar una alianza con ella. Resulta que la centroderecha no tiene problemas con la extrema derecha. Tan solo tiene problemas con quienes desafían las instituciones y las posiciones de la UE.

De hecho, los dos bandos pueden estar de acuerdo en muchas cosas, algo que se ve con mayor claridad en la política de inmigración. En contraste con su imagen progresista, la Unión Europea, al igual que Donald Trump, ha intentado construir un muro —en este caso, en el Mediterráneo— para impedir que los migrantes lleguen a sus costas. Desde 2014, más de 28.000 personas han muerto ahí en su intento desesperado por llegar a Europa. Human Rights Watch señaló a principios de este año que la política del bloque podía resumirse en tres palabras: “Que se mueran”.

El enfoque característico de la Unión Europea en materia de migración depende de lo que podría llamarse la deslocalización de la violencia. Aunque ha acogido a millones de refugiados ucranianos, el bloque les ha pagado a regímenes autoritarios de países del norte de África para que impidan la llegada a Europa de los migrantes de África subsahariana, a menudo de manera brutal. Mediante esta grotesca forma de subcontratación, la unión puede seguir insistiendo en que defiende los derechos humanos, un aspecto fundamental para la imagen que tiene de sí misma. En este proyecto, la centroderecha y la extrema derecha van al unísono. En julio, Meloni se unió al presidente de la Comisión Europea, el poder ejecutivo del bloque, y el primer ministro neerlandés para firmar uno de estos acuerdos con Túnez.

Las fronteras poco claras entre la centroderecha y la extrema derecha no siempre son tan fáciles de detectar como en Estados Unidos. En parte, esto se debe a que el proceso, el cual tiene lugar en el complejo mundo del bloque, es sutil. Sin embargo, también se debe a una visión simplificada de la extrema derecha como nacionalista, lo cual la hace parecer incompatible con un proyecto posnacional como la Unión Europea. No obstante, la extrema derecha actual no solo habla en nombre de la nación, sino también en nombre de Europa. Tiene una visión civilizadora de una Europa blanca y cristiana bajo la amenaza de extranjeros, especialmente musulmanes.

Ese tipo de pensamiento está detrás del endurecimiento de la política migratoria. Sin embargo, también está influyendo en Europa de una manera más profunda: la unión se considera cada vez más a sí misma como la defensora de una civilización europea en peligro, en particular en su política exterior. Durante la última década, debido a que el bloque se ha sentido rodeado de amenazas, en particular de parte de Rusia, ha habido debates interminables en torno a la “autonomía estratégica”, la “soberanía europea” y una “Europa geopolítica”. No obstante, figuras como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, también han empezado a enmarcar la política internacional como un choque de civilizaciones, en el que una Europa fuerte y unida debe defenderse.

En este sentido, Macron no está tan lejos de figuras de extrema derecha como Wilders que hablan de una civilización europea amenazada. Mucha gente teme que el éxito electoral de Wilders en los Países Bajos sea el preludio de un importante giro a la derecha en las elecciones parlamentarias europeas del próximo mes de junio. Eso le daría un poder significativo a la extrema derecha para darle forma a la próxima Comisión, incluso más que a la actual, tanto de forma directa, con la posibilidad de que figuras de extrema derecha ocupen altos cargos, como de manera indirecta, y que sus preocupaciones las canalice la centroderecha.

Los partidarios del bloque tienden a ver la unidad europea como un fin en sí mismo o a suponer que una Unión Europea más poderosa, idealizada desde hace mucho como una fuerza civilizadora en la política internacional, le beneficiaría en automático a todo el mundo. Sin embargo, conforme la unión se une en torno a la defensa de una civilización europea amenazada y el rechazo de la inmigración no blanca, debemos replantearnos si en realidad es una fuerza para el bien. c.2023 The New York Times Company.

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