¿Existe la comida revolucionaria?
COMPARTIR
“Borrosa es la imagen que tenemos de las soldaderas, los rostros indiferenciados de un coro que realza, por contraste, las bien iluminadas batallas y atrocidades de sus hombres. Sin embargo, ellas también fueron protagonistas de la Revolución Mexicana: Sustento físico y moral de los ejércitos, arrojadas a las turbulencias de la guerra por su lealtad, su valentía o un futuro hecho pedazos tras el rapto y la violación, sin ellas quizá habrían sido otras las páginas de nuestra historia.
“Siguiendo el rastro de mujeres guerreras que inicia con la gesta de la Coyolxauhqui, rescata del polvo y el ninguneo la historia viva de las soldaderas, cientos de Adelitas y Valentinas cuyo destino no sería tan ideal como los corridos que las cantan y que, valientes, rabiosas, leales y trabajadoras, se sumaron al atroz himno de sangre y muerte con que se construyó la historia de nuestra revolución”, sinopsis del libro de Las Soldaderas de Elena Poniatowska.
Dando por hecho que estas mujeres cambiaron la historia de esta Revolución romantizada por el mitificación de los sucesos yo me pregunto ¿qué comían los generales? “Pos lo que tuvieran a la mano ellas”: Caldos, frijoles, gordas torteadas, tortillas, a veces tamales, la comida de raíz del mexicano, chile, maíz, frijoles. La clase social que no pertenencia a la “raspa” comían caldos con res o alguna que otra ave.
Las habas, el requesón y los gloriosos y hacendados quelites. Esta comida de braceros de mano, mujeres que tiraban gordas sobre el tren al grito de “¡El General tiene hambre , paren tropas!” Esas mujeres a las cuales se les han hecho corridos y que las han colocado en un marco narrativo de romanticismo. Fueron víctimas de violaciones, maltrat, una que otra se salvó y estuvo ahí por ideales de libertad. Muchas seguían al “viejo” para seguir cocinado entre los peroles y cazos. El café de olla y el pan de trigo en aceros que cargaban en caminatas, entre leños, tolvaneras de polvo, con olor al sobaco levantaban sus brazos cuando una bala no tocaba para ellas. Trenzudas y nagualudas. Comandantas, las doradas de Villa, esas mujeres de mirada al horizonte, que amaban, que iban a la guerra, que cocinaban en medio de toda trifulca, pegadas al paredón seguían de pie. Mujeres que olían la hierbas del monte para descubrir sabores. Dicen que las trenzas son las penas que se aprietan con listones de colores, que nadie sepa que hay de bajo de esa sonrisa chueca con agua salada en las comisuras de sus labios. Mujeres que tomaron armas, cucharas y delantales y al grito de guerra.
Esa cocina de mujeres fuertes y poderosas que dieron pauta a la nueva gastronomía, un antes y un después. Los Murales de Rivera, de Orozco, Siqueiros, bajo la instrucción de José Vasconcelos, amante abrupto de Antonieta Rivas Mercado, fue quien pidió a Gerardo Murillo el “Dr. Atl” director de la Academia de San Carlos, convocar a los mejores de la época, para cambiar la caótica imagen sangrienta de La Revolución. Renace México entre los frescos y murales, Diego y Frida dan vida al mexicanismo, a los murmullos coloridos para dejar por asentado que el arte y esta nueva gastronomía cambiarían el rumbo de nuestro país.
Esa soldadera post-moderna, amorosa, de enaguas, trenzas, cazos y cucharas con unas brochas y pintura, fresqueó su realidad en una casona del Centro Histórico de Saltillo. Las Delicias de Mi General esta de fiesta honrando a las mujeres enamoradas y de valía. Viva La Revolución, rompan filas que la comida de Mi General está servida.