Francisco I. Madero: Premio y castigo
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Ahora que es el mes de la Revolución, vale la pena evocar la figura de Madero. Dice un refrán charro: “Caballo demasiado grande tira a penco; mujer demasiado coqueta tira a puta; hombre demasiado bueno tira a pendejo”. A don Francisco I. Madero se le ha tachado de haber sido extremado en la bondad. Sin embargo, en su generosidad no había mentecatez: el señor Madero era hombre inteligente. Hubo, sí, en esa bondad exceso de confianza, y esa confianza lo perdió.
Edith O’Shaughnessy tuvo ocasión de observar de cerca al gobierno de Madero, pues era esposa de un diplomático, y a más de eso cultivó amistad con algunos miembros de la familia de don Francisco. Sus observaciones, agudas y llenas de buen juicio, ayudan mucho a entender la personalidad del Apóstol.
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“...De la sinceridad de Madero nadie ha dudado nunca −escribe esa señora−. Pero su falta de preparación para gobernar se dio a conocer tan pronto como subió al gobierno. Era fatalmente un ‘amateur’. Vivía entre nubes. Corría a estrellarse contra los escollos de dura peña de la política a la mexicana, y no le ayudaba a salvar esos escollos ni una brizna de instinto...”.
El doctor Vázquez Gómez, gran partidario de Madero que acabó siendo su adversario, hizo una vez un juego de palabras:
-Don Francisco gobierna con el corazón −dijo−, pero el que es cabeza de un Estado debe gobernar con la cabeza.
Empezaban a surgir rumores de que Madero sería derrocado. El levantamiento de Zapata y la sublevación de Félix Díaz en Veracruz sirvieron para fortalecer esos rumores. Se supo a ciencia cierta que don Bernardo Reyes volvía a México, seguramente para encabezar una nueva revolución, ahora contra Madero. En el norte se decía que el gobernador de Coahuila, don Venustiano Carranza, estaba velando sus armas, y que no sería remoto que desconociera al presidente. Don Alfonso Junco demostró con pruebas fehacientes que el Varón de Cuatrociénegas tenía el plan de rebelarse. El historiador Schlarman afirma que “... Carranza sólo esperaba la caída de Madero para tomar su lugar, y si la caída no ocurría, a tomarlo de cualquier manera”, y cita para fundar esa aseveración la obra “Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista”, de Juan Barragán.
Los periódicos seguían atacando con crueldad al señor Madero. Con el general Díaz, que les mantuvo siempre la bota en el pescuezo, los escribidores fueron sumisos, obsequiosos y adulones. Ahora que don Francisco les daba libertad volvían contra él sus plumas y lo befaban un día sí y otro también. La misma señora O’Shaughnessy recortó y puso entre las páginas del diario en que escribía cada noche una caricatura en que aparecía Madero como Jesús en la Última Cena. Lo rodeaban once miembros de su familia, y su hermano Gustavo ocupaba el lugar de Judas Iscariote.
Enrique Krauze dijo en una ocasión que el gran reto para los mexicanos era no caer en el error de los contemporáneos de Madero, que no supieron “refrendar” la democracia y hundieron al país en más de dos décadas de luchas fratricidas. La recordación de la figura de Madero, y la comparación de los hechos de su tiempo con los de ahora, pueden servir de eficaz lección. En este caso se justifica la resobada frase según la cual la Historia es “magistra vitae”, maestra de la vida.