Hablemos de Dios 105
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Lo hemos visto en esta saga de textos, tomando como buen pretexto la poesía de Jaime Sabines en clave divina: él, como la gran mayoría de los escritores o un ciudadano como usted, o como yo, siempre estamos preocupados hablando de Dios. Y no hay otra manera de hacerlo que tomar la Biblia como base cohesionadora. ¿Jame Sabines conocía a fondo la Biblia? Lo más probable es que sí. ¿No? La paladeaba a mares. Y sus textos traslucen la eterna dicotomía: a veces con fe, en muchas sin ocasiones sin ella. Fe rota, como la mía, pero al parecer, fe al fin.
Lea lo síguete de su libro “Recuento de Poemas” (1950-1993) para editorial Joaquín Moritz. Digamos, lo que va a usted a leer es una reescritura de la Biblia realizada por el poeta:
A un lado de los dioses
–porque los dioses han sido condenados a vivir entre los hombres–
aprendido a montar el becerro de oro,
dulcísimo de tanto renunciar a todo,
alegre de aceptar tu escasez
y tus mutilaciones...
¿Qué o quiénes somos los poetas? Algo sencillo: seres atormentados de la creación de Dios. En honor a la verdad pasa lo siguiente con uno como artista (qué petulante me puse, en fin, Eso soy): nos creemos únicos, tan únicos, que cuando llueve y nos mojamos, nos creemos inmediatamente agraviados por Dios y la naturaleza. En pocas palabras y lenguaje trivial: nos creemos y nos sentimos la última Coca-Cola del desierto.
Pero, vaya, nos creemos al final de cuentas hijos de Dios altísimo. Tan suyos, tan sus hijos, que al menor viento adverso le recelamos y sentimos que nos deja de su mano. En fin, nada nuevo, lea usted lo siguiente del poeta chiapaneco:
Dios bendiga a sus hijos desamparados,
a sus hijos dejados de la mano de Dios,
a sus hijos sin madre y sin padre,
Dios bendiga a sus hijos huérfanos.
Desdiosados, benditos,
descansen en paz,
reposen en la tumba del dulce hogar.
Estómago de asco,
boca de la mentira, R.I.P.
Rip bajo la manta húmeda,
en el charco solemne de la madrugada,
¡rip, rip, hip!
Es tan difícil creer en Dios en este tiempo aciago, siempre serán tiempos aciagos, por lo cual las eternas preguntas nos carcomen la cabeza y el alma. Por eso el poeta entrega a los hijos de Dios a Dios, esos renglones torcidos los cuales no encuentran acomodo en ninguna parte. Ni en este mundo y tal vez ni en el otro. De existir.
Esquina-bajan
En ocasión pretérita le presente aquí un texto perturbador del románico Víctor Hugo, francés él. Y en teoría, y sólo en teoría, Dios nos habla a través de la literatura, la historia, la geografía, la vida cotidiana y claro, a través de las manifestaciones y existencia de nuestros semejantes. ¿Usted qué haría luego de lo que le pasó de terrible al 95 por ciento de su familia? Recordemos. Relativamente joven, a Víctor Hugo se le murieron sus padres. Luego, se le murió su primer hijo y su hermano, Eugene, se volvería loco (1830). Caray, pero aún así, Víctor Hugo escribiría lo siguiente lo cual araña la piel y el esqueleto:
Tú que lloras, acude a este Dios
porque él llora.
Tú que sufres, acude junto a él
porque sana.
Tú que tiemblas, acude a este Dios
que sonríe.
Tú que pasas, acude junto
al que permanece.
Este poema forma parte de su libro “Las Contemplaciones”. El texto fue escrito en el décimo aniversario de la muerte de su hermano. Los poetas románticos, almibarados e incluso, alambicados, muchos de ellos si usted quiere eran otra cosa. Están formados de otra pasta. Estaban formados de otra sustancia muy distinta a la nuestra. Insisto, no sé si para bien o para mal. Otro francés, Alfred de Vigny nos responde en un solo verso: “Yo amaré toda cosa en las cosas creadas...”. ¿Panteísmo puro? Tal vez. Pero vigente aún hoy en día.
Por lo general, el silencio apesta a todo mundo. Aunque uno vive con él, cobra una factura muy alta. El silencio apuñala. ¿La soledad? Nadie la aguanta. Pocos, realmente. Pero y de hecho, la soledad y el silencio son los amantes más fieles de los poetas. Amante fiel la soledad... y a veces, traicionera por celosa. Harto celosa. Lea usted lo siguiente del poeta lusitano Lêdo Ivo (1924-2021): “Todo silencio me molesta./ Siempre omite alguna cosa:/ una traición tramada entre glicinas/ a explicación final sobre la existencia o inexistencia de Dios./ El rumor de las ratas en los desperdicios...”.
Letras minúsculas
Y ese es el principal problema de Dios con nosotros: su eterno silencio. Atiriciados de alma, cuerpo y corazón, jamás nos habla.