Otium in negotio et negotium in otio. Descanso en la ocupación, y ocupación en el descanso. Así decían del hecho de fumar quienes no conocían aún los graves daños que causa ese mal hábito. En las películas americanas de los cuarenta y los cincuenta, y por imitación también en las mexicanas, los personajes –ellos y ellas– fumaban como chacuacos. (Chacuaco se llama la alta chimenea de los ingenios azucareros. Don Cecilio Robelo, insigne lexicógrafo, hacer derivar esta palabra del tarasco chakuaku, voz que significa sahumerio). Viene esto a colación por el seminarista que le preguntó al padre rector: “¿Puedo fumar mientras rezo?”. El sacerdote se lo prohibió. Otro, en cambio, le preguntó: “¿Puedo rezar mientras fumo?”. La autorización le fue concedida. Todo está en la manera de pedir las cosas. Ese cuento, me cuentan, se contaba en el Seminario de Montezuma, Nuevo México, en el cual se formaron los futuros sacerdotes de nuestro país en tiempos de la llamada Persecución. Aquí hablo de uno de ellos... La catedral de mi ciudad, Saltillo, es alta, y es esbelta, y es hermosa. Llegas a ella y su elevado campanario te hace dirigir la vista al cielo, a donde rara vez miramos por tener los ojos fijos en cosas de la tierra. Su portada no parece hecha de piedra, sino de aire, así de gráciles son sus bordaduras. La nave central del vasto templo la preside una inscripción latina: Sancto patrono Iacobo dicatum. Eso quiere decir que la catedral está dedicada al apóstol Santiago, patrono de la ciudad. Pero no es este Santiago el fiero Matamoros de los ejércitos de España, que descendía de las alturas, jinete en albo cordel, para auxiliar a los cristianos en sus batallas contra los infieles. En ocasiones se le olvidaba descender, y entonces sucedía lo que dice la irreverente, pero pragmática cuarteta: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos”. El Santiago de Saltillo es el manso peregrino de bordón, venera y esclavina; el del Campus Stellae, o sea Compostela, Campo de la Estrella. Parte principalísima de la catedral es la capilla del Santo Cristo, en la cual se venera a Jesús crucificado en una doliente imagen llegada a la ciudad en 1608, hecha seguramente por manos mexicanas, pues muestra la llamada “sexta llaga”, la causada en la mejilla del Rabí por el traidor beso de Judas, llaga que se añade a las cuatro de las manos y los pies y a la quinta del costado divino. Un sacerdote ejemplar, el padre Humberto González Galindo, recibió homenaje merecido por haber preservado para los saltillenses durante casi medio siglo ese tesoro que es nuestra catedral, y los tesoros que en su interior alberga. A los 94 años de edad, el padre Humberto –así gusta de ser llamado, más que Monseñor– sigue tan activo como un joven cura recién ordenado, y ha hecho de la parroquia del Padre Nuestro un fervoroso centro de piedad y obras de bien. Al acto en que su obra fue reconocida asistieron el gobernador del Estado, Miguel Riquelme Solís, el obispo de la diócesis, don Hilario González, y el alcalde saltillense, José María Fraustro Siller. Hicieron el encomio del homenajeado la licenciada Leticia Rodarte, directora del Instituto Municipal de Cultura, y mi hija Luly Fuentes, que heredó todas las cualidades de su madre y ninguno de los defectos de su padre. Tengo la fortuna de vivir en una ciudad que sabe honrar a quienes la han honrado. Quien siembra buena semilla recoge buena cosecha. El padre Humberto González Galindo –Monseñor a pesar suyo– ha sido siempre un generoso sembrador. Damos gracias por él, que tantas gracias nos ha dado... FIN.
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