Indolencia y pandemia
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Somos animales de costumbres. De hecho, una de las acepciones etimológicas del concepto ethos es costumbre, por eso basta con que nos acostumbremos a un estado determinado para dejar que las cosas y la realidad sigan fluyendo de esa manera. Ejemplos
nos sobran. La violencia, la desigualdad, la pobreza y otras tantas taras sociales más a las que nos acostumbramos, incluyendo la pandemia.
El virus ha dejado al descubierto desde la situación que guarda la sociedad, la idea que tenemos los seres humanos de la existencia, de la vida, del respeto al otro y de las relaciones interpersonales. Con la pandemia nos acostumbramos a la muerte y con ello apareció la indolencia. Pero sobre todo apareció el verdadero talante del ser humano, el egoísmo, dejando a un lado aquello que le da rumbo y sentido a la vida humana, la oportunidad de realizarnos en comunidad. Los mezquinos e individualistas encontraron en la pandemia su esencia, su elemento.
Otra vez nos metimos en la dinámica –cuando medianamente íbamos saliendo– de los contagios, las muertes, la ansiedad, el miedo, el distanciamiento en todos los rubros y la supervivencia. Eso fue lo que nos trajo nuestra mercantilista concepción de la vida y de las rentables fiestas de Navidad y Año Nuevo. La voracidad de unos cuantos, el desenfreno y la ingenuidad de muchos, la creencia de que bajo el signo del consumo es la única forma de celebrar la vida, nos vino a complicar el panorama. Lo único que conseguimos ha sido celebrar la muerte, el dolor y la desesperanza. A otros les sigue dando lo mismo, dándole prioridad sólo al ego, que nos tiene contra la pared.
Y como todo, en tiempos del libre mercado, tiene un precio. Pareciera que no queremos, ni estamos dispuestos a pagar el precio del sacrificio, donde el privarnos de lo que nos resulta placentero se ha convertido en el principal enemigo para poder volver a las calles, a los lugares públicos, a las reuniones familiares, en fin, a reunirnos con otros, por afanes meramente de disfrute.
No hay otra salida, o pensamos en plural o seguiremos con las variables del confinamiento, la sana distancia, el aislamiento, la soledad el cubrebocas y todo lo que ha traído esta nueva manera de sobrevivir, porque eso, para fines de estadística de muerte y contagios, es lo que hacemos, sobrevivir.
Cuando se sobrevive pasa lo que hoy experimentamos, aumenta el poder del estado, de los medios, de las redes sociales, del miedo. Se cancela la autonomía que es el principio que le da sentido a la dignidad que poseemos y dependemos completamente de quienes manejan los hilos de la sociedad.
Por eso, una situación así viene bien para los poderosos. Es importante, por tanto, que valoremos la libertad porque es nuestra más sublime vocación, y esta libertad hoy nos exige moderación en nuestra interacción, cuidado para con los demás, respeto por la sociedad en la que vivimos y la negación de nuestros gustos quedándonos en casa y, aunque nos disguste, usar el cubrebocas.
Por estos días pareciera que el sacrificio ni como concepto ni como práctica está dentro de nuestros presupuestos. Es tiempo de incorporarlo de forma práctica para frenar conscientemente el avance de esta enfermedad que ha cobrado la vida en México de cerca de 303 mil personas y más de 5 millones de contagios. Solamente ayer en el País murieron 609 personas. En Nuevo León al momento el virus ha cobrado la vida de 13 mil 920 personas, ayer murieron 20. En Coahuila han fallecido 8 mil 013 personas, ayer simplemente acaecieron 17. Nunca habíamos vivido una situación así. ¿Es que acaso no nos duele que nuestros amigos, vecinos o conocidos sufran? Justo eso es la indolencia.
¿Cuánto más tardará esta situación? El tiempo que la insensatez, la inconciencia, la ignorancia, la arrogancia, las mentiras y
el afán desmedido de poder y poseer de los poderes fácticos determinen a través de la perversidad de sus discursos y su particular idea, de la situación que desde marzo de 2020, oficialmente, vivimos. Efectivamente, como afirmó el filósofo coreano Byung-Chul Han, “somos un espejo de las sociedades neoliberales en las que vivimos”.
¿De qué depende el final de este catastrófico momento de la vida humana? De los niveles de sacrificio que cada uno de nosotros haga de este momento histórico que sólo nosotros podemos cambiar. De manera particular, considero que el final de este tiempo llegará cuando comencemos a racionalizar y a reflexionar sobre la responsabilidad que no hemos asumido, en virtud de que fue nuestra insensatez la que nos metió en esta encrucijada. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx