Infundir el miedo, la táctica de políticos aviesos
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“Lo maté porque le tenía miedo”. La angelical monjita quedó azorada al escuchar a aquella mujer que ante todos nosotros se puso en pie para decir que ella sí había faltado al quinto mandamiento: no matar. La religiosa nos daba una plática a quienes seríamos padrinos o madrinas de bautizo. Habló de los diez mandamientos de la ley de Dios, y dijo: “Desde luego entre nosotros no hay nadie que haya matado a alguien”. Fue entonces cuando ella se puso en pie y dijo con voz queda, pero que todos pudimos escuchar: “Yo sí, madre”. Seguramente pensó que era su obligación confesar eso si iba a participar en el sacramento. Explicó lo sucedido: “Mi esposo llegaba todas las noches borracho a la casa. Me golpeaba, y golpeaba a mis hijos hasta dejarlos desmayados. Me dijo que si me quejaba con la autoridad o lo abandonaba me mataría y mataría a los niños. No podía yo seguir con esa vida, ni esperar mi muerte o la de mis hijos. Una noche, cuando el hombre dormía la borrachera, lo degollé con un cuchillo cebollero. Estuve 10 años en la cárcel. Ya pagué mi deuda con la sociedad, y dedicaré todos mis actos a pagar la que tengo con Dios”. El miedo es uno de los sentimientos más arraigados en el ser humano. Hay quienes piensan que es el origen de las religiones, cuyos ministros utilizan temores como el de la muerte, el juicio de los dioses y la amenaza de la condenación, y encuentran en el miedo de los feligreses su principal fuente de ingresos. Un cierto amigo mío dice que el purgatorio es el mejor negocio inventado por los hombres, pues miles de millones de ellos piensan que pagando ritos u oraciones pueden sacar a sus seres queridos de ese lugar de penas. Ciertamente el miedo y la esperanza, otro redituable artículo, son los cimientos principales en que se asientan los edificios de las religiones, de todas las religiones. Quizá peco de imprudente −y de antiempresarial− si digo que me gustaría que los predicadores hablaran menos del pecado, del demonio y del infierno y más del amor, del bien y de la infinita misericordia del Señor. Ahora bien: ¿a qué tan esotérica perorata? Viene a cuento por la declaración que hizo el nefasto Trump, quien afirmó que si él no es electo Presidente habrá en Estados Unidos un baño de sangre. Táctica de políticos aviesos es usar el miedo de la gente para sacar adelante sus propósitos, y este malvado charlatán lo está sembrando desde ahora para acrecer sus posibilidades de regresar a la Casa Blanca. Ese retorno sería una tragedia no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero, y muy particularmente para México. Trump es un hombre que a su flagrante inmoralidad añade su ignorancia, su prepotente soberbia y su notoria incapacidad para gobernar. Si una vez llegó a la Presidencia, y si amenaza ahora regresar a ella, es precisamente porque fomenta el miedo entre los electores. Miedo a los migrantes, basado en la más oscura xenofobia y en las prácticas discriminatorias más inhumanas y retrógradas. Muchos estadounidenses han dado la espalda a los valores de libertad, justicia y democracia que hicieron grande y fuerte a su país y siguen las prédicas demagógicas y patrioteras de Trump. Parecen haber perdido la razón, lo mismo que los jueces que han omitido castigar al torpe magnate por las incitaciones que hizo a la violencia y que llevaron a un grupo de estúpidos fanáticos a asaltar el Capitolio el 6 de enero de 2021. Esperemos que en la próxima elección presidencial los norteamericanos no voten movidos por el miedo, sino por los ideales de una nación que tantas buenas lecciones de justicia ha dado al mundo... FIN.
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