Ingenua confusión
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En el Bar Ahúnda la atractiva mujer le comentó a Babalucas: ‘Soy nudista’. ‘¿De veras?’, se interesó el badulaque
“No me gusta el sexo en el cine” –declaró en la reunión familiar la bella Pirulina–. Su tía Trisagia, secretaria perpetua interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, iba a felicitarla por su actitud de rechazo ante la ola de pornografía que inundaba las pantallas cinematográficas. En eso, sin embargo, Pirulina explicó por qué no le gustaba el sexo en el cine. Dijo: “Los brazos de la butaca estorban mucho”... En el Bar Ahúnda la atractiva mujer le comentó a Babalucas: “Soy nudista”. “¿De veras? –se interesó el badulaque–. ¿Y cuántos nudos sabes hacer?”... Meñico Maldotado es un joven varón con quien natura se mostró avarienta a la hora de equiparlo en la región correspondiente a la entrepierna. “5 centavos de canela, y mal despachada”. Con esa expresión solía describir Graciela Olmos, “La Bandida”, célebre madama de burdel, a los hombres de reducido atributo varonil. Talentosa mujer, a ella le debemos varias canciones del repertorio musical de México, entre otras “El Siete Leguas”, corrido villista, y “La Enramada”, romántica pieza. He contado aquí una de sus incontables anécdotas. Alguna vez un visitante se sentó en la silla que otro acababa de dejar. Manifestó: “¡Qué caliente dejó el asiento!”. “¿Y qué querías, pendejo? –le reprochó La Bandida–. ¡El culo también tiene vida!”. Pero advierto que me he apartado de un relato que ni siquiera he comenzado aún. A pesar de su minusvalía, Meñico casó con una linda chica de nombre Dulcibella. Llegada la noche de las bodas el desposado dejó caer la bata de popelina verde que para tal efecto le había confeccionado en la Singer su mamá, y se mostró por primera vez al natural ante su flamante esposa. Ella, debo decirlo a fuer de historiador veraz, no lo vio a los ojos, por más que los tenía ensoñadores y expresivos; antes bien dirigió la mirada a la parte de mayor protagonismo en la ocasión nupcial. Le dijo entonces al mal guarnido galán: “Ahora me explico por qué siempre me dijiste que debía aprender a apreciar las pequeñas cosas de la vida”... El experto en eficiencia industrial le solicitó a don Algón: “Deme una lista de sus trabajadores, separados por sexo”. “Va a estar difícil –replicó el ejecutivo–. Precisamente el sexo es lo que los une”... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le pidió en el súper al encargado del departamento de carnes: “Deme un pollo fresco”. El carnicero le presentó uno. Lo revisó prolijamente la mujer (al pollo, no al carnicero). Lo olió por todos lados con detenimiento; le levantó las alas para ver bajo ellas, y llegó al extremo –me resisto a mencionar esta irregular acción– de introducirle un dedo en el orificio posterior a fin de certificar la frescura y calidad del ave. El carnicero, que veía, molesto, la inusual conducta de la exigente clienta, le preguntó atufado: “Señora: ¿aprobaría usted un examen igual?”... Día importante era aquel para la familia de Susiflor: esa mañana se casaba la muchacha. Su mamá andaba toda nerviosa y apurada con los preparativos de última hora del casorio. No obstante eso su pequeña hija, Rosilita, le tiraba continuamente de la falda y le hacía con insistencia una pregunta impropia de su edad infantil: “Mami: ¿qué le va a hacer esta noche su novio a Susiflor?”. La señora, harta de la molestia que la chiquilla le causaba en medio del ajetreo, se desesperó y le dijo: “Mira: esto es lo que le va a hacer”. Y le dio a Rosilita un par de nalgadas en el único sitio en que las nalgadas se pueden dar. Fue entonces la chiquilla a buscar a Susiflor; la llamó aparte y le dijo con tono de enterada: “Si sabes lo que te conviene, hoy en la noche cuídate las pompas”... FIN.
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