Izquierda, derecha, left, right, follow the leader, leader, leader

Opinión
/ 14 marzo 2024

Como ya hemos dicho y seguiremos repitiendo hasta el cansancio, el problema no es de qué lado del espectro político se sienta usted (usted o cualquiera) más cómodo.

Sea la derecha más recalcitrante o la izquierda más intransigente, el problema comienza cuando nos tragamos las mentiras del populismo que −¡oh, sorpresa!− suelen ser tan parecidas en ambos extremos que no pocas veces resultan ser las mismas en sendos discursos.

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AMLO se autoproclama un hombre de izquierda y por ello debería repudiar cualquier palabra escupida por el Anticristo Naranja, Donald Trump, quien no habla si no es para recitar las sandeces más radicales de la derecha más extrema.

A Trump de hecho se le debe despreciar ya no por razones de ideología, sino por una cuestión de elemental decencia y educación (a Trump sólo lo quiere la broza gringa).

No obstante, con pocos mandatarios AMLO se ha llevado tan cordialmente mientras ambos estuvieron en el poder. Tanto así que Trump se jactaba y se burlaba luego del servilismo del gobierno mexicano, mientras que nuestro jerarca se limitaba en respuesta a encogerse de hombros.

Si las ideas de AMLO realmente estuvieran forjadas en la izquierda, abrazaría además el pensamiento racional y científico. Sin embargo, amén de desmadrar la poca investigación científica en nuestro país, alguna vez declaró que “la vida no nada más es lo racional... es también lo místico”, mientras desde su inventada tribuna oficial pagada con recursos públicos (su chingada mañanera) nos mostraba la foto de un supuesto aluxe o duende maya.

Ese presunto misticismo que raya más bien en lo supersticioso, lleva a nuestro mandatario a invocar a cada rato al papa Francisco, como si aquel otro viejo rancio en aquel otro palacio tuviese alguna autoridad o experiencia práctica sobre cualquier asunto mundano. Pero una vez más: si el camarada supremo de la 4T fuese un político de izquierda, percibiría a Francisco como un jefe de Estado nada más, no como un líder moral.

El presidente López Obrador solía tener también una excelente relación con su homólogo argentino, Alberto Fernández, pero sacó chispas con el que eventualmente se convertiría en su sucesor, Javier “El Bocazas” Milei, quien en su discurso libertariano pareciera ser la antítesis de nuestro mesías tropical.

Sin embargo, ya en funciones, Milei hizo un AMLO mejor que el propio AMLO, pues entró recortando programas y dependencias (que a su juicio no aportaban nada a los ciudadanos), en favor de un ahorro presupuestal estéril e improductivo, pero sobre el cual se puede hacer mucha demagogia (¿le suena el discurso de la austeridad?).

Pero es aquí donde el principio básico de que “los amigos de mis amigos son mis amigos” se va al cuerno, porque Milei despotricó dura e innecesariamente contra Francisco, a quien llamó “el representante del Maligno en la Tierra” (que sí lo es, pero no es bonito que se lo estén recordando).

Habiendo antagonizado con el mismísimo “Pontifex”, era de esperarse que una vez presidente Milei recrudeciera sus comentarios y apreciaciones sobre el Sumo Sacerdote.

“Pero, más sin ‘en cambio’” (dijo un chairo), Milei hizo de nuevo un AMLO y tal como el Tlatoani se dulcificó con Trump, el argentino se ablandó con su paisano, Bergoglio, quien tampoco tuvo los cojones para negarle audiencia al flamante presidente, no obstante Milei no lo bajaba de Gerente del Astado.

Finalmente, por tratarse de un libertario y derefacho a ultranza, era lógico que Milei trataría de congraciarse con el campeón mundial de la derechuza, el mismísimo Donald J. Trump, con quien intercambió elogios y cumplidos en la primera oportunidad que tuvo, y le pegó tremendo abrazo pese al notorio disgusto que al gringo le provocaba el olor a chistorra de Milei.

El pique Milei-AMLO no estriba entonces en las respectivas ideologías políticas o en el modelo económico que cada uno abraza, ni en sus afinidades con terceros, sino en mera animadversión electorera: si López Obrador respaldaba a Fernández, era obvio que el candidato argentino de oposición no iba a tener comentarios elogiosos para nuestro Presidente, al cual se refirió en su momento como “patético, lamentable, repugnante” y a sus seguidores, los chairos, como unos “resentidos penecortos”.

Al final del día, es este tipo de declaraciones eminentemente efectistas y electoreras, lo que determina las relaciones diplomáticas entre nuestras naciones y nuestros viscerales mandatarios. Por ello es que se desaconseja y hasta se prohíbe constitucionalmente que intervengan en política extranjera.

¡Pero intente usted convencer de ello a un viejo necio que tiene que llenar con pura nadería un programa matutino diario de tres horas!

Por necesidad un demagogo acabará opinando hasta del último sencillo de Peso Pluma, porque necesita encontrar algún enemigo, alguna conspiración en su contra en todas partes, todo el tiempo, para justificar su fracaso.

Y basta un discreto mohín de estos demagogos para que su secta ampare y justifique abominaciones como Vladimir Putin o al grupo terrorista Hamas, esgrimiendo los más rebuscados argumentos para empatarlos con la supuesta ideología que enarbolan.

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De allí que los principios que determinan qué es la izquierda y qué es la derecha estén en plena obsolescencia y lo que se defienda bajo tales denominaciones sea la mera pertenencia u oposición a uno de los dos clanes políticos de complicidades, cuyo antagonismo es sólo relativo (son enemigos sólo mientras así conviene al líder).

Pregúntele a un militante “de la izquierda” mexicana qué significa la izquierda y probablemente le recite la perorata oficial de “los conservadores fifís neoliberales contra el pueblo bueno, sabio y moreno”, pero será incapaz de reconocer cuáles ideales y fines últimos persigue verdaderamente la izquierda y cómo este sexenio le ha fallado por completo a tales causas.

Porque las nomenclaturas izquierda y derecha sólo sirven para designar a dos tribus urbanas opuestas comandadas por una manga de líderes carismáticos populistas que, independientemente de su doctrina, pueden o no llevarse bien entre sí según convenga.

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