Kiev. La guerra por los recursos naturales

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Erich María Remarque es el nombre del escritor alemán que narró las atrocidades de la primera guerra mundial a la que lo envió su país. Hoy Alemania vuelve a tomar parte de un enfrentamiento bélico entre Rusia y Ucrania, enfrentamiento azuzado por Estados Unidos y por el control geopolítico que tanto Rusia como Estados Unidos no quieren perder en sus territorios cercanos. El mundo de nuevo como un tablero de Monopoly donde colocan no gasolineras pero si gasoductos como en el caso de Rusia y su frustrado intento que le valió miles de millones de euros para surtir gas a Europa; o vender a Europa gas lutita (el más contaminante de todos) en el caso de Estados Unidos, esto solo por mencionar dos elementos visibles en la entramada de asuntos manejados por cúpulas que responden a intereses económicos.
Volvamos a María Remarque y su entrañable Sin novedad en el frente, que tuvo qué recorrer casi 50 editores para encontrar quién le publicara. Hay un punto de la novela en la que los soldados hablan de las causas de la guerra. El personaje Tjaden quiere saber cómo se produce la guerra y le contesta otro personaje:
“—Generalmente porque un país ofende gravemente a otro —responde Albert con cierto tono de superioridad.
Pero Tjaden permanece impasible.
—¿Un país? No lo comprendo. Una montaña alemana no puede ofender a una montaña de Francia. Ni un río, ni un bosque, ni un campo de trigo...
—¿Eres tonto o lo aparentas? —gruñe Kropp—. No he querido decir esto. Un pueblo ofende a otro...
—Siendo así, yo no tengo nada que hacer aquí —replica Tjaden—; no me siento ofendido en absoluto.”
Más adelante hablan de lo que significa el Estado: “—El Estado, el Estado... —dice Tjaden haciendo sonar los dedos con malicia—. Guardia civil, policía, contribuciones, he aquí a vuestro Estado.”
En esa parte del relato, los soldados caminan cerca de Rusia. Y en otra, mientras avanzan, uno de los personajes, Kropp, dice que “una declaración de guerra habría de ser una especie de fiesta popular, con taquillas a la entrada y música, como en las corridas de toros. Los ministros y generales de los dos países bajarían a la plaza en traje de baño, armados con estacas y que se dieran una buena somanta. El país cuyos generales y ministros sobreviviesen sería el vencedor. Esto sería más sencillo y todo iría mejor que ahora, cuando han de pelearse quienes son ajenos al asunto”.
Comparto la opinión que Remarque, quien por cierto murió apenas en 1970, plantea en esta novela. Si en ese tiempo ya fabricaban noticias, y de ello da cuenta en su texto, en donde negociantes de la información publicaban que soldados se comían niños, ahora nos enfrentamos a fotografías falsas corriendo por la red; el medio que las comparta más rápido gana mayores visualizaciones, sin detenerse a averiguar si ese hecho ha ocurrido. Nos enfrentamos a un dolor de pueblos que solo es narrado como mercancía.
Sin embargo, no hay nada heroico en una guerra. Solo devastación y heridas en tejidos humanos, de otras especies y en nuestra casa que es la Tierra.
Esos presidentes que van a la guerra mientras se dicen ambientalistas, son parte de un estado de las cosas absurdo, pues es de todos conocida la venta de armamento, la generación de misiles nucleares y de todo tipo. Estos no son hombres sabios de avanzada edad al frente de sus naciones, representan una vejez decrépita en su pensamiento. Y el mundo, comiendo palomitas mientras le dan las imágenes de la soldado más sensual o de quien derribó aviones. Carne de cañón en la red. De veras, como dijera, Javier Marías, esta es la era de la imbecilidad. Y hoy, lleva a la muerte.