La bacinica de Desdémona
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El teatro es cosa seria. La vida no, pero el teatro sí. A veces, empero, el teatro y la vida se revuelven. Quiero decir que en el curso de una función teatral puede subir la vida al foro, o bajar algo del foro al campo de la vida.
En el anecdotario teatral de Saltillo está inscrita una noche con caracteres indelebles. Actuaba Isela Vega en el Teatro del Seguro Social. La señora estaba todavía de muy buen ver -de esto hace muchos años-, y escogía obras en las cuales se presentaba al natural, quiero decir, sin nada encima. Mostrarse así le gustaba mucho, sobre todo cuando hacía calor.
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Pues bien: aquella noche era de las más cálidas del verano. Estaba el teatro lleno, y entre el público había matrimonios de buena sociedad que por lo tanto no sabían mucho de teatro, y desconocían la marcada tendencia nudista de la primera actriz. Empezó la representación, y no llevaba ni siquiera 3 minutos cuando de pronto doña Isela empezó a aventar garras a diestra y a siniestra. Quedó monda y lironda, en cuero de rana, como decía doña Borola en “La Familia Burrón”.
Al ver tanta naturalidad las señoras bien les dieron con el codo a sus maridos, y uniendo la acción al codazo se pusieron en pie para salir. Los esposos las siguieron, aunque con lentitud -la salida era incómoda-, y sin apartar los ojos de la escena. Al ver esa emigración tan repentina Isela Vega suspendió la representación y les gritó con acento cerril a los que se iban:
-¿A dónde van?, ¿a mear?
Se cuenta que en cierto pueblo fronterizo una compañía teatral representó “Romeo y Julieta”. En una de las escenas cumbres le dice la doncella a su galán:
-Romeo: te he dado mi amor; te he dado mi corazón. ¿Qué más quieres que te dé?
Un coro de voces masculinas ofreció una sugerencia.
-¡Dale las nachas!
Al día siguiente el director del teatro se fue a quejar con el alcalde. Le contó la forma tan grosera en que la representación había sido interrumpida. El munícipe ofreció que esa noche asistiría él al teatro. Su sola presencia, dijo, bastaría para evitar otra interrupción igual.
Esa noche se repuso la obra, y llegó el dramático momento. Declamó con vehemencia la primera actriz:
-Romeo: te he dado mi amor; te he dado mi corazón. ¿Qué más quieres que te dé?
En ese momento se levantó el alcalde, sentado de propósito en la primera fila, y dándose la vuelta advirtió a la concurrencia con tono amenazante:
-¡Al que grite que le dé las nachas se lo va a llevar la chingada!
Corre una historia que la gente de teatro gusta repetir. Yo la oí cuando andaba en la farándula, en otra farándula distinta a ésta en que ando ahora. Llegó a una pequeña población una compañía dramática, y llevó al palco escénico -así suele decirse- la gran tragedia “Otelo”. Todo iba bien; los lugareños seguían con atención la trama. Pero llegó la escena en que Desdémona se dispone a entrar en el lecho donde poco después su celoso marido le quitará la vida.
La actriz que representaba el papel de la inocente víctima peina su larga cabellera frente al espejo, se arrodilla después para rezar sus oraciones, y luego se mete en la cama. En eso un pelado grita desde la galería:
-¡Desdémona! ¿No vas a hacer chi?