La buena vecindad, una redituable ‘inversión’
Cada vez es menos común que quienes viven en la misma calle se conozcan. Hace no mucho, todavía era común conocer a quienes habitaban en la proximidad del domicilio, lo que aportaba al entorno una comunidad dinámica y cohesionada.
El elemento detonador de esa convivencia es tan sencillo y tan al alcance que parece inverosímil que la origine. Este elemento es la movilidad peatonal. Cuando uno camina, la velocidad del paso permite conocer mejor el entorno e identificar a quienes en él se encuentran. Caminando se pueden llevar conversaciones cortas con distintos interlocutores en la distancia que existe entre la casa y la tiendita, la farmacia o el parque.
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La visibilidad que se logra del entorno recorrido es plena, y también quien camina se hace visible en el entorno, esto es, reconocible por los lugareños. El ser reconocido por quienes habitan un sector, por la frecuencia de nuestros traslados a pie, genera una interesante forma de confianza, de familiaridad compartida.
Basta un “buenos días” o un muy saltillense “¿qué tiempo trae?” para ir cimentando una relación de enorme beneficio mutuo. Del saludo se pasa a conocer en dónde vive cada quién, a qué se dedica, quiénes son sus familiares, generando así una serie de valiosos insumos para la integración comunitaria. Saber que un vecino tiene una ferretería, le hará seguro proveedor para la próxima fuga de agua o falla eléctrica. Si alguno tiene una frutería, será quien le abastezca de alimentos de temporada, y así por el estilo.
Pero la relación no se entabla sólo con quien se ha iniciado un proceso de conocimiento y descubrimiento, sino que existe un potencial enorme de extender esa relación a su red personal de amistades y personas conocidas. Ya le dirá a quien más conoce en las inmediaciones, quién se dedica a algún oficio y es bueno en ello, quién conoce a la persona que le puede ayudar en la realización de algún trámite o en la provisión de un servicio.
Así, las relaciones comienzan a multiplicarse y hacerse cada vez más amplias y diversas, comenzando a tejer las redes de colaboración comunitaria, que es probablemente el elemento más importante en un entorno habitado. Si bien estas interacciones nacen en la espontaneidad y en la naturalidad del contacto fortuito, derivan en entramados complejos y funcionales, organizados a partir de lo que el contexto y el momento demanden.
Hoy en día sabemos de organizaciones de vecinos en fraccionamientos cerrados, así como en barrios donde las generaciones permanecen en el lugar y mantienen el conocimiento mutuo y la integración vecinal como un activo propio y natural del conjunto urbano. Sin embargo, ya no se ven tanto en el resto del entorno urbano.
Uno de los principales factores para este detrimento en las relaciones vecinales es el uso del automóvil para todo y a la menor provocación. El transitar en un vehículo a la tienda, a la farmacia o al parque supone abordar una burbuja que nos aísla del entorno y evita la posibilidad de los contactos espontáneos con quienes habitan la proximidad del domicilio propio.
Las interacciones desde un vehículo son muy cortas y, aunque algunas son expresiones de amabilidad y cortesía, un gran número de ellas versa entre recordatorios de progenitora y lenguaje de señas (que, valga decirlo, no tiene por intención comunicar ideas edificantes). Esta despersonalización de la y el ciudadano respecto del contexto urbano que recorre y quienes en él se encuentran, genera un efecto también de despersonalización para el entorno, convirtiéndolo en un espacio meramente utilitario, carente de los elementos que lo hacen vibrante y le dan vida.
Es por ello que valdría la pena darnos la oportunidad de salir y caminar el entorno, abrir los ojos a lo que vemos y a quienes vemos, así como permitimos un amigable saludo a quienes nos encontremos en el recorrido y que seguramente encontraremos en otros más. Tal vez así, sin mucho esfuerzo, estemos construyendo esas relaciones y esas redes de las que hablo líneas arriba.
Puede que ese pequeño esfuerzo unos minutos al día, unos días a la semana, saliendo a la calle, nos permita realizar una muy redituable inversión por nuestro entorno, que impactará también en el lugar donde vivimos y en las personas con las que habitamos. Finalmente, no hay nada más valioso que la tranquilidad y qué mayor tranquilidad que vivir entre personas conocidas, con las que formamos una red de apoyo activa las 24 horas del día y los 7 días de la semana. Un pequeño esfuerzo para un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org