La Cacerole de Amelia: Mujeres en la cocina
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Nacida en Cuatro Ciénegas, Coahuila, Amelia es hija de migrantes italianos que iban para Chicago tras la segunda guerra mundial pero el barco no paró en Nueva York y bajaron en el puerto de Veracruz sin conocer a nadie. Fueron recibidos por una colonia italiana. Su padre al tener conocimientos vitivinícolas le ofrecen trabajo en en Bodegas Ferriño y por lo tanto cambian su residencia para empezar una nueva vida, conservando en su memoria la nostalgia del país que les vio nacer y adaptándose a la nueva cultura que les daba la bienvenida.
“Mi madre tenía una sazón única, cocinaba delicioso, ponía ajos en aceite de oliva, eran una mantequilla que disfrutábamos con pan al horno”, recuerda Amelia con emoción a sus 85 años. “Me di cuenta hasta que me casé que comíamos diferente, mi esposo con raíces del país Vasco tenía un gusto exquisito para la comida”.
Amelia, adelantada a sus tiempos, puso un negocio de tortillas de harina. Llegó a repartir 3 mil paquetes diarios, “Yo manejaba, entregaba, cuidaba y hacía crecer el negocio. Fui la primera en hacer tortillas de harina integrales”. Sin duda una mujer de trabajo y con un gran compromiso al oficio.
Cuando se acapararon los subsidios de harina y manteca, ella no continuó por temor a que ya no fuera redituable. Así, se bajó de un barco y se subió a otro, ahora en un puerto que sí conocía: La Cocina, lla herencia sutil de su madre que jamás dejó de cultivar en la memoria de su familia sus raíces. En 1984 a los 45 años abre las puertas de La Cacerole.
Recuerdo que llegué al lugar con la recomendación de boca, a señas. “Ubicado en un pequeño espacio sobre el Blvd. V. Carranza antes del IMSS, os aromas llegan hasta la calle y siempre hay mucha gente”, esas fueron las referencias cuando no había redes sociales, ni GPs, ni ego. “Nunca me tomé fotos, ni a mi comida, mi única visión era hacer una comida buena, casera, como cocinaba para mi familia”.
Recuerdo que al entrar había una barra pegada a la pared, con decoración acogedora a pesar del pequeño espacio. “Nunca quise ampliarme, no supe delegar, preferí uno bien hecho que no poder hacer una buena cocina”.
Vi a una mujer perfectamente peinada, arreglada, con sus aretes de perlas, su blusa de chifón beige, sus manos impecables, con una voz amable que servía, te atendía calurosamente. Esa primera vez creo que traía puesto un mandil; la mayor envergadura de una cocinera.
¡Las albóndigas, el puchero, el asado, la lasaña, el espectacular flan napolitano! Eran ir a un lugar mejor en la memoria y el corazón. Ella fue modificando su menú ante los pedimentos de sus comensales.
“Hacía caldo gallego y mucha gente no lo conocía, sin embargo el asado era un éxito al igual que el mole”. Esta mujer mexicana hija de italianos supo enaltecer ambas cocinas. Cerró sus puertas 35 años después por una caída que le impidió seguir con su cacerola de sueños, de vida, de sabores que dejó en muchos saltillenses. Cuántos estómagos restauró Amelia de los familiares de la clínica 2, que seguro en medio de su caos, comer unas albóndigas daban esperanzas a sus días difíciles. A los peatones y parroquianos hambrientos que íbamos a disfrutar de la magia de esta cocina. Nada pretenciosa: “Bien hecha”, como dice ella.
Amelia es un ejemplo de que la buena cocina, la evocación de la cocina, la disciplina, el valor del principio gastronómico es: Alimentar el cuerpo y el espíritu. Las pretensiones nunca le importaron. “Creo que tengo una foto, con una filipina que me regaló mi hija”.
Y los que conocimos su cocina no necesitamos ver la foto, solo necesitamos cerrar los ojos y sentir cómo ese recuerdo de su comida llega a nuestro corazón.
Para ella las especies eran importantes. “No les tengan miedo, yo compraba por kilos”, una alquimista sin duda .
Amelia, una mujer con aroma a clavito de olor. “Me gustaba ponerle una pizquita a la carne de los chiles rellenos que me quedaban todos del mismo color dorado”, al igual que sus espectaculares tortas de papa.
Amor con amor se cocina.
Gracias Amelia y a tu infinita Cacerole.
Con amor para ti,
Ivonne Orozco
PD: Y espero algún día que alguien recuerde mi cocina como hoy al cerrar mis ojos recuerdo la tuya.